Cinco minutos pavos
El fallecimiento de María Agustina Di Martino pegó fuerte en Tribunales. A pesar del trabajo que realiza la Fuerza Policial Antidrogas el narcomenudeo en nuestra ciudad lejos de marchitarse pareciera lucir robusto y con un amplísimo menú de porquerías narcóticas, y una red de kioscos, mensajería y distribuidores para todos los gustos y billeteras.
Lo ocurrido con esta futura bioquímica oriunda de Río Segundo, se puede mirar como una reunión de amigas, a quienes les «pintó» ir a La Estación, una tradicional fiesta electrónica de Malagueño, con el berretín de probar algo nuevo, que resultaron ser pastillas excitatorias que, en el caso de Agustina, aparentemente, nunca antes había consumido. Lo cierto es que una de las ocho integrantes del grupo de amigas mensajeó a un «proveedor confiable», a quien le compró diez pastillas a un valor de 3.000 pesos cada una. El contacto fue hecho por Telegram, una efectiva aplicación de mensajería rápida, cada día más usada para la compra-venta en el narcomenudeo, y que los investigadores deberían tener muy en cuenta.
En lo estrictamente judicial, como la joven ingirió el éxtasis antes de ingresar a la fiesta la investigación del fiscal Ricardo Mazzuchi se archivaría por ausencia del delito. Pero en relación al “dealer” de 26 años, el fiscal Marcelo Sicardi podría dictarle la prisión preventiva, tras imputarlo por el delito de comercialización de drogas.
Queda claro que estas pastillas son fabricadas en laboratorios clandestinos, y que comprarlas a alguien conocido o pagarlas caras no son garantía de nada. Son psicotrópicas, convulsionan al organismo y pueden provocar la muerte también por sobrehidratación y, en el caso de “Tini”, por edema cerebral. Pero, ¿por qué a ella? próxima a recibirse de bioquímica y que supuestamente estaba informada sobre los riesgos, y que ni siquiera consumía alcohol. Como dijo una amiga a la hora de despedirla: «Son esos descuidos que todos podemos tener… por esos cinco minutos pavos».
El hombre mono
Más allá del instinto natural de apropiarse de lo ajeno, cada ladrón desarrolla su estilo personal, y aunque suene repulsivo, debemos reconocer que algunos hasta son creativos y otros muy osados y arriesgados. Hace algunos días, la Cámara Novena del Crimen condenó por robos y hurtos a 4 años de cárcel a Lucas Ribaudo de 25 años de edad. Su especialidad era el escalamiento, o sea un alpinista de paredes, tejidos y techos, y la efracción, o sea un boquetero o rompedor de materiales varios.
Adicto a las drogas desde niño, el destino forjó a Ribaudo para que transitara los caminos de la marginalidad, la miseria y el delito. Sus barrios preferidos para cometer hurtos eran Cooperativa Suquía, Capilla de Los Remedios y Almirante Brown. Los hechos juzgados se remontan a los años 2016 y 2017, en los que incluso ingresó a casas en construcción para llevarse caños, materiales, andamios y hasta una pesada hormigonera. Sólo a un vecino, que fue querellante en este juicio, ¡le robó cinco veces! y hasta tuvo la gentileza de devolverle una “Playstation” que le había sacado en una de sus incursiones. Sin embargo, a esta misma víctima, le llegó a llevar una gran mesa que estaba en un quincho.
A pesar de su vida revoltosa, Ribaudo es flaco, espigado y muy ágil, tanto que trepa tapiales de tres metros de altura como quien toma un vaso de agua. Si su hábitat fuera el centro de la ciudad, estaríamos en presencia de otro hombre araña, pero como sus andanzas son en barrios sin edificios, los vecinos que lo conocen bien, prefieren llamarlo “el Hombre Mono».