Nicolás Jankunas tenía sólo 18 años cuando lo llamaron desde el Cielo aquel domingo 4 de junio de 2017 en barrio Coronel Olmedo. Viajaba en moto cuando de repente, Ariel Britos, también en moto, alcoholizado y manejando con una sola mano porque en la otra llevaba un perro, se cruzó de carril y lo impactó alevosamente. Alcanzó a llamar a su madre Roxana para contarle «que lo habían chocado en el callejón», pero no pudo resistir a la hemorragia interna y falleció al día siguiente.
La semana pasada, en la Cámara Once del Crimen, terminó el juicio a Britos, quien finalmente fue condenado a 3 años y 6 meses de cárcel por homicidio culposo. El fiscal Marcelo Sicardi había pedido sólo 3 años de prisión condicional y el representante oficial de la familia Jankunas, Eduardo Caeiro, 8 años por dolo eventual. Una vez, prevaleció la interpretación de un reproche culposo y accidental para un siniestro vial.
En los pasillos de Tribunales Dos quedarán los pasos y las lágrimas de Roxana Maldonado, la madre de Nico, quien durante seis años peregrinó mil veces para rogar y pedir que se haga justicia. Pero al final, se fue impotente con la sensación de que no la escucharon, no la atendieron… y no la entendieron. Para las estadísticas la muerte de Nico fue otro accidente o siniestro o crimen vial más. Y lamentablemente, la cuenta se seguirá agrandando como si a muy pocos, o a nadie, le importara.
El juicio ya terminó y Roxana seguirá yendo al cementerio todas las semanas y en todo momento imaginariamente hablando con su Nico, él desde allá, y ella desde acá, cargando el dolor más insoportable que se pueda sentir. Nicolás tenía toda la vida por delante; era divertido, solidario y familiero. Amaba al fútbol y aquella noche iba a la casa de su abuela de un amigo a tomar mates con tortilla. En su barrio, todos lo querían y lo llamaban El Ardilla.