Viernes al mediodía. En la sala de profesores los docentes revisan las actas de examen. Me llega un WhatsApp de un amigo avisándome que una mujer embarazada acaba de tirarse desde la terraza del Patio Olmos. Me manda el video. Le pregunto si lo grabó él. Me dice que no, que él estaba por ahí, pero la viralización fue tan inmediata que, menos de media hora después del hecho, el video ya estaba en su teléfono. Le comento a una compañera que estaba conmigo controlando actas. Me pregunta si se sabe quién era o por qué. Vuelvo al celular para preguntarle a mi amigo y ya habían escrito en el grupo de docentes sobre el mismo tema. El video ya estaba ahí. Otra compañera aportó fotos explícitas del cuerpo. A las pocas horas, todo Córdoba hablaba del tema. Las redes sociales hirvieron de repudio ante la socialización de las imágenes de aquel gesto definitivo.
Con el correr de los días, no se supo nada más. Que la chica tenía 21 años, que trabajaba en el shopping, que estaba embarazada y que murió de inmediato al caer. Por mi cuenta, apenas pude averiguar el nombre de pila y obtener una foto en vida, que no vienen al caso aquí. Los medios solo se ocuparon de hacer hincapié en lo pernicioso de compartir ese material que ya todo el mundo había visto. Algunos se quejaron de la falta de visibilización de la depresión, un mal tan naturalizado para todos como la gripe.
Nadie se tomó el trabajo de aclarar que los manuales de derecho de la información aclaran que no está prohibido hablar del suicidio en medios, sino el tratamiento morboso de los casos de suicidio. No se mencionó por ningún lado que, según los informes de la Organización Mundial de la Salud, no solo no es malo hablar del suicidio, sino que es necesario por prevención. Tampoco hubo rastros de que alguien se tomara el trabajo de intentar explicar por qué habiendo tantos testigos del macabro suceso, la mayoría prefirió registrar la escena con el teléfono en lugar de actuar.
El efecto espectador o síndrome Genovese es un concepto que se utiliza en psicología social para explicar la manera en que se diluyen las responsabilidades individuales cuando los hechos acontecen en presencia de un grupo numeroso. De cómo nadie hace nada porque cada uno de los presentes da por sentado que otro se ocupará de hacerlo. Como toda idea, esta construcción tiene un origen. En este caso, un asesinato ocurrido en Nueva York el 13 de marzo de 1964.
Catherine Susan –Kitty– Genovese era una mujer de 28 años que volvía del trabajo en su auto y no se dio cuenta de que otro auto la seguía. Estacionó a 30m. del edificio en donde vivía con su novia –sí, novia– en los ‘60a las 3:15 de la mañana. Un hombre afroamericano –después se sabría que se llamaba Winston Moseley (1935-2016) – se le acercó corriendo y le asestó dos puñaladas por la espalda. Los gritos de Kitty despertaron a algunos de los vecinos que gritaron para que la dejara en paz. Moseley huyó y Kitty intentó entrar a su departamento. La policía desestimó las primeras llamadas porque no se escuchaban bien. El hombre volvió diez minutos más tarde y encontró a Genovese tumbada en el piso del vestíbulo del edificio, al borde del desvanecimiento. La acuchilló muchas veces más, la violó, le robó 49 dólares y la dejó tirada. Todo esto sucedió en media hora. Un rato después, un vecino llamó a la policía. Un rato después llegó un patrullero y mucho después la ambulancia. Kitty Genovese murió camino al hospital.
Según un artículo de The New York Times, el hecho ocurrió ante la mirada impotente de 38 vecinos, aunque investigaciones posteriores indicarían que eran apenas 12. Algunos se excusaron diciendo que creyeron escuchar una pelea de borrachos, otros dijeron que no escucharon nada hasta que fue demasiado tarde. Poco después, Moseley –casado, tres hijos, de ocupación maquinista– fue detenido por un robo y confesó el homicidio de Genovese y dos asesinatos más. Los psiquiatras lo describieron como un desviado sexual, un necrófilo. Confesó que esa noche se había levantado a las 2 de la mañana con deseos de matar a una mujer y salió de cacería. Lo condenaron a muerte pero en 1967 su pena fue rebajada a cadena perpetua. Tuvo algunos intentos de fuga en los que hirió más gente. Murió en 2016 con 81 años.
En 1968 John M. Darley y Bibb Latané publicaron los resultados de un experimento que habían realizado siguiendo la siguiente hipótesis: los vecinos de Genovese no ayudaron porque eran, precisamente, muchos. Por el conrario, si hubieran sido testigos individuales, habría existido una probabilidad más alta de que prestaran ayuda sin pensarlo. A esto lo llamaron efecto espectador, que incluye la idea de difuminación de la responsabilidad, razón por la cual la presencia de varios observadores inhibe la respuesta que tendría un espectador si estuviera solo. Esto también se relaciona con la idea de conformidad, en la cual los miembros de un grupo social cambian sus ideas, comportamiento o actitudes para armonizar con el resto. Muchas veces, los individuos miden las reacciones de los demás antes de decidirse a actuar. Y la mayoría de esas veces, si los otros no hacen nada se termina dando por hecho que no es necesario ayudar, que otro más preparado se ocupará o ya no hay nada qué hacer.
Probablemente, no se podría haber hecho nada ese día. Es sabido que quien tiene una determinación a autodestruirse no lo decide espontáneamente, sino que lo medita detalladamente durante meses o años: lo que algunas corrientes llaman la construcción de un proyecto de muerte. Es probable que, si en lugar de un guardia de seguridad hubieran subido cinco, o diez, se hubiera arrojado antes. Es posible, también, que de haber contado con la presencia de bomberos con un elástico en la vereda tal vez hubiera tenido una remotísima chance de salvar una vida. O quizás la ayuda hubiera llegado antes, si no fuera imposible transitar el centro de la ciudad. Tal vez.
Una vez consumado lo inevitable (todo hecho pasado lo es), los medios locales tuvieron una saludable oportunidad de reflexionar, debatir sobre la salud mental y las diferentes coyunturas o causas que pueden empujar a cualquiera a tomar una determinación así: la precarización laboral, la ausencia de respuestas del Estado (o ausencia, a secas), el retorno a la barbarie que se padece diariamente en una ciudad colapsada por la miseria, la gentrificación, el desempleo, la inseguridad, las cloacas desbordadas, el peso de un puñado de apellidos que se comen toda la torta y una ciudadanía ignorante que pierde el tiempo escuchando a formadores de opinión que priorizan el dinamismo y la brevedad de lo banal y divertido antes que perfeccionarse intelectualmente en la profesión que eligieron. Ante esa oportunidad, ante la evidente contundencia de un hecho así, solo supieron balbucear un puñado de eufemismos –mal utilizados, además– antes de ir a una pausa y cambiar de tema.