¿Qué nos llama la atención de los nuevos malos” en las series estadounidenses de los últimos años?, por qué atraen tanto los personajes protagónicos que, a priori, debieran ser los enjuiciados, pero no lo son. Al contrario, producen una especie de identificación transferencial.
Entre tanto cuestionamiento, citamos de ejemplo a Breaking Bad”, Homeland”, Dexter”, The Sinner” y, hace algunos días, Netflix renovó su oferta con una nueva temporada de The Blacklist”.
Todas parecieran coincidir en un secreto que las hace atractivas. ¿Será que su contenido desmantela el mundo ideal que propone el famoso y aclamado sueño americano? Además de estas ficciones, la película Joker”, estrenada hace poco menos de un año -antes de la pandemia- continúa por esta senda de adoración al malvado. Es que, tiempo atrás, el bueno se llevaba los galardones como el héroe de la historia. Por su parte, el villano, rezagado por sus acciones inescrupulosas, era denostado por el público, que deseaba un inicio y nudo lineal culminando con un final feliz” (que implicaba la caída de éste).
Sin embargo, en los últimos años el cine y las series norteamericanas abrieron paso a una especie de antihéroe que, desde lo cultural, tira por la borda el ideal de vida que proponen las instituciones encargadas de velar por los intereses de sus ciudadanos. Asimismo, el modelo de aquel país que se ha impuesto por sobre los demás, ha ido mermando a un punto tal que, cuando nos sentamos a disfrutar de un policial que pone en jaque estos valores, indagamos acerca del verdugo y generamos un vínculo más cercano. ¿Será que ya no nos atrae un/a protagonista que lleva las de ganar por su aspecto físico inmaculado o sus actitudes altruistas? Si es así, ¿cuáles podrían ser las posibles causas que expliquen este cambio de paradigma?
El semiólogo francés, François Jost, afirma que si bien existe una frontera teórica entre el Bien y el Mal, es menos simple trazarla en la práctica, pues no depende únicamente de la policía, sino también de la justicia, dos instituciones que a veces tienen dificultades para trabajar en conjunto”.
La pérdida de credibilidad en estructuras que, en un pasado, nos otorgaban sentido, explicarían, en principio, la disconformidad por parte del resto de la población hacia el sistema que ellas mismas representan. Por consiguiente, esta grieta abriría otra alternativa: la aparición de personajes que, por fuera de las leyes, se revelan ante una realidad matizada y borrosa.
The Blacklist es una ficción que responde a la idea anteriormente planteada. La trama se centra en Raymond Reddington (James Spader), uno de los criminales más buscados por el FBI, quien tras 20 años siendo prófugo, decide entregarse por propia voluntad ante las autoridades. La serie impacta desde el primer capítulo: ¿cómo es posible que uno de los malos más tenebrosos decida, luego de toda una vida escapando de la Justicia, entregarse sin oponer resistencia alguna?
Con el objetivo de ser colaborador del FBI, y así capturar a las organizaciones más poderosas que delinquen en las sombras, Ray” dialoga con el director y encargado de la Unidad Especial: Harold Cooper (Harry Lennix). En un intercambio de poderes, Reddington le comenta sobre un terrorista que, en caso de no detenerlo de inmediato, secuestrará a la hija de una importante influencia nacional. Los datos que Raymond provee son ciertos, pero los ayudará bajo una sola e inexorable condición: tratar los asuntos exclusivamente con Elizabeth Keen (Megan Boone), una joven perfiladora criminal.
Asimismo, con el correr de las temporadas, la relación entre la fuerza policial, Elizabeth Keen y Reddington se hará más estrecha; saldrán a la luz las verdaderas razones por las cuales decidió entregarse y la historia tomará diversos rumbos.
Esta serie pone en evidencia algo central: Cooper y compañía, referentes del Estado en materia de seguridad, muestran fallas que serían imposibles de paliar si no existiese la colaboración de un sujeto ajeno a la institución, y que opera bajo sus propias reglas.