“Un claro en el monte”, de Laura López Morales
“Un claro en el monte”, último volumen de poesía publicado por Laura López Morales, está integrado por veinticuatro poemas.
En la sección inicial, tomando como referencia el fragmento de un poema de Marosa di Giorgio, “no me propongo nada, no busco nada, sólo encuentro”, que precede al primer poema de la primera sección del libro, la poeta se encuentra naturalmente con el monte y sus criaturas, y terminará siendo una de ellas.
La palabra poética, su “impropiedad”, aclara nuestra poeta, surge bajo un cielo infinito. ¿Impropiedad de la palabra, como lo que nunca se ajusta a lo que es? La impotencia de la palabra ante la naturaleza desbordante parece inevitable, y esta realidad está plenamente definida desde el primer poema del libro.
Para entrar al territorio del monte, nuestra poeta une la que fue y la que es, asume su cuerpo, su animalidad, y la dimensión del mismo amor queda en estado de alerta. El monte es el lugar que asegura la autenticidad de la existencia.
El tercer poema del libro sintetiza la visión de la poeta y define su punto de vista sobre las posibilidades del quehacer poético.
“No nos parecemos a lo que decimos
todo hace un gran esfuerzo
las hojas se disponen de tal modo
que puedan ser tocadas por la luz
no nos parecemos a lo que deseamos
nos veo frágiles
torpes
la exhalación de tanta vida junta
es un espacio tan reducido del mundo
se parece a un recuerdo
que alguna vez tuvimos
pero tampoco nos parecemos a lo que recordamos
la luz que finalmente llega no nos pertenece”
Las tres afirmaciones centrales de este poema presiden las secciones segunda, tercera y cuarta de un “Claro en el Monte”, que se completa con la quinta y última sección, “la luz que finalmente llega no nos pertenece”, palabras tomadas del fragmento final del poema que transcribimos.
“No nos parecemos a lo que decimos
A lo que deseamos
a lo que recordamos”
¿porque la realidad de lo vivido nos sobrepasa?
¿inasibilidad del sentido y de la interpretación?
El agua de la realidad parece escaparse entre los dedos.
No nos parecemos a lo que decimos: el espejo de la naturaleza pareciera devolver a lo humano, desnudo ante él, una imagen enriquecida que se carga con la energía del reino animal y vegetal.
“A desguarecernos venimos luna
a que nos des también en las costillas
hacenos un lugar en el amor, ahí en tu claro,
donde se revuelcan las bestias más arduas
es todo tuyo impregnado de vos este aparecernos”
Desguarecimiento que lleva a la desnudez, a la plenitud del ser y de ser, claro del monte con su luna, para poder llegar al amor. La poeta siente que el ámbito del monte, de la naturaleza agreste, es el marco donde lo humano se revitaliza, más aun, encuentra su identidad, su dimensión más profunda. La poeta necesita que la naturaleza otorgue su aceptación. Necesita ser integrada a la naturaleza y sus reglas como un habitante más. La comunión con el monte le hace decir:
“Vuelvo la piedra a su lugar exacto
y la miro estar
por eso espero hasta que otra reluce
y me devuelve la fe
una fe tan nueva y espléndida
como las gotas en los alambres a punto de caer
la tarde brilla en las gotas de los alambres
vine a respirarte cerca
para que me creas”.
No nos parecemos a lo que deseamos: el fervor, la intensidad del amor, tiene como origen la transparencia del monte, su salvaje inocencia, la mansedumbre de un ciervo. La naturaleza hace posible, es la referencia arquetípica del amor humano. Los seres del monte, a veces extraños, son anhelados. Y se espera de ellos el amor, el afecto. Despiertan en nosotros un sentimiento que pareciera llegar desde un sueño.
No nos parecemos a lo que recordamos: quizás queda a resguardo del olvido aquello que alguna vez vivimos, pero nosotros no éramos este ser que somos ahora.
La luz que finalmente llega no nos pertenece: pertenece al cosmos, a su naturaleza, y es allí donde nos encontramos con ella. Allí logramos la comunión con ella y las criaturas del monte.
Cierro este análisis con uno de los últimos poemas del libro, y que personalmente me parece el más conmovedor.
“Respiro apenas
el mínimo movimiento
espantaría al ciervo
salido del monte
la tensión es una en todo el cuerpo
miro al animal que no me ve
se pasea entre los árboles
sin dejar de estar alerta
atrás el monte es una boca de espinas
por la que va a volver
lo que tan a resguardo ha soltado
qué puede el corazón entonces
el mío digo
que puede
si lo amado llega
pero no me ve”.