“Lo peor de la injusticia es que podemos acabar
acostumbrándonos a ella”
José Saramago
Cuenta la historia que Francisco de Asís renunció a toda su riqueza y eligió entregarse de lleno a los votos de pobreza en aras de los más necesitados. Centrado en el amor puro a Dios y a la alegre fraternidad, creó la orden franciscana para seguir los preceptos bíblicos, obteniendo una enorme repercusión entre las clases menos favorecidas. También narra la tradición que Elías fue uno de sus adeptos, su amigo y compañero de prédica en los poblados donde se asentaban. Se dice que Francisco, en una de sus tantas salidas a misionar, no volvió y que nada se supo de su muerte.
José Saramago no desaprovecha la oportunidad para recrear la historia venerable, y colocar su ingrediente propio que hace del texto ficcional, un texto crítico y reflexivo sobre los hechos del pasado. El Nobel portugués escribió en 1987 una obra teatral titulada “A segunda vida de Francisco de Assis” (La segunda vida de Francisco de Asís). Este texto fue publicado en español (Alfaguara, 2016) con la traducción de Miguel Koleff, columnista habitual de HOY DÍA CÓRDOBA. El investigador cordobés escribió hace un tiempo que: “más que una segunda vida, de lo que se trata es de la segunda venida de este pro-hombre del cristianismo que –después de una larga ausencia– pretende retornar a los fundamentos de la orden que creó. Ahora bien, haciendo concesiones a favor del título, lo verdaderamente importante es que este regreso de Francisco pretendiendo construir una nueva vida se encuentra con los escollos de una institucionalización cristalizada a sus espaldas y edificada contra sus principios. Lo que es cierto en el texto saramaguiano es que la otrora orden religiosa ha devenido una «compañía» comercial dedicada al lucro”.
Esta corporación está ahora gobernada por Elías, su reemplazante. Lo sorprendente no es que él se halle en ese puesto, sino lo que asombra del hecho es que este personaje olvidara -por no medir los límites del poder y la ambición- el mayor de los principios humanos que unen a las personas en una comunidad: la amistad. Él borró de la memoria aquel vínculo que lo unía al hombre de Asís.
Este fragmento de diálogo, en la pieza teatral de Saramago, entre Francisco y Elías pone de manifiesto la posición del superior en relación a eso:
FRANCISCO: El mundo ha cambiado porque nosotros no supimos hacerlo de otra manera. Ahora nos toca cambiarnos a nosotros mismos para que el mundo pueda ser cambiado.
ELÍAS: Yo no voy a cambiar. Y tu voluntad, es bueno que lo vayas sabiendo, no es suficiente para cambiar la compañía. No llego hasta el punto de decir que yo soy la compañía, pero te digo que no puedes cambiar mi voluntad.
FRANCISCO: Quieras mandar, tener el poder.
ELÍAS: No quiero el poder, lo tengo ya y lo voy a conservar. Porque soy aquel que aprendió a servir, no al poder que es y que manda, sino a la simple idea de poder.
Ahora bien, lo que se esboza en ese pequeño gesto es la muestra más clara de ingratitud, deslealtad y de ruptura de ese “contrato” afectivo construido entre ambos a lo largo del tiempo, o de lo que se esperaba de él en ese momento. Elías traicionó la causa, al igual que Judas Iscariote a su Maestro ante el Sanedrín, por algunas monedas de plata: para redituar a su propia persona sin pensar en el lazo que lo unía a aquel hombre, ni las pérdidas ni consecuencias que eso generaría en adelante a los demás. Esta falta de ética es lo que genera una indignación que se traduce en dolor y en ira.
El pensador italiano Giorgio Agamben explica que el tema de la amistad se remonta al tiempo pasado, y que Aristóteles se ocupó de él en los libros octavo y noveno de la “Ética para Nicómaco”, al igual que otros autores. El filósofo griego realizó allí una sentencia clara: no se puede vivir sin amigos. En este sentido, Agamben se pregunta: “¿Qué es, en efecto, la amistad, sino una proximidad tal que no es posible hacer de ella ni una representación ni un concepto?” Sobre esto responde: “Reconocer a alguien como amigo significa no poderlo reconocer como «algo». No se puede decir «amigo» como se dice «blanco, «italiano», «caliente» -la amistad no es una propiedad o una cualidad de un sujeto-”. Es decir, que la amistad, entonces, está ligada a un «con-sentimiento de la existencia» del Otro; a un rango puramente ontológico que nos demanda responder sobre el cuidado y el bienestar del otro (de manera social, política y económica) antes de mi propia vida.
La amistad guarda ese potencial político que lo encontramos en las huellas del com-partir. Frente a esta lección recibida, uno debe preguntar, cómo aprender a convivir nuevamente con personas que ponen en riesgo la amistad, y que proyectan una incertidumbre e inseguridad en el porvenir ajeno. Por esta razón, uno debe distinguir la amistad fundada en valores, acuerdos y solidaridad genuina, sobre aquella que se ampara bajo el manto de las “buenas intenciones”.
Elías, en la ficción saramaguiana, cosechará la indiferencia que alguna vez sembró y tuvo ante los demás. Hacer memoria para no olvidar la injusticia cometida es una manera de recordar, una y otra vez, que fuimos traicionados en la amistad.