Para mi hermana Romina
que lo pensó conmigo
Andrea del Fuego nos asombra con su última novela, publicada por la editorial Edhasa (2023), y que está dedicada con gratitud a las personas que cuidan. Se titula “La pediatra”. La escritora brasileña nos coloca frente a un tópico que no es nuevo, pero que gracias a la marea feminista de este último tiempo está cobrando fuerza y visibilidad en el ámbito social: se trata de la figura de las “doulas”.
En esta novela se narra la historia de Cecilia, una pediatra sin hijos que está atravesando una difícil situación de separación de pareja, y que es todo lo opuesto de lo que uno espera de ella como profesional empático, sensible y maternal a la hora de atender a sus pacientes: es una persona fría, que toma distancia de las emociones frente al dolor ajeno. En sus palabras: «la medicina es milagrosa para quien no la practica. No es falta de vínculo de mi parte, no tengo vínculos con la realidad. Detesto a los niños y no soy yo quien los trata sino la medicina que estudié. Puedo no enternecerme con un bebé, pero sí tratarlo con más eficacia».
Es una persona convencida del proceso médico-científico para diagnosticar y tratar enfermedades, como así también a la hora del proceso del parto. Tiene una visión negativa sobre las maneras de trabajar de las doulas. En la novela intenta averiguar y comprender la forma de labor de Jaime, un médico paulista reconocido, con el círculo «Madre Prana» donde asisten las personas en búsqueda de otro tipo de acompañamiento durante el embarazo, parto y postparto. Pese a que la narración, en cierto momento, hace un giro inesperado sobre la demostración afectiva y maternal de Cecilia, cuando aparece Brunito en su vida, no es aquí donde quisiera detenerme y reflexionar, sino en la imagen de las doulas.
Durante el embarazo y el parto es vital contar con un ambiente seguro y respetuoso, que promueva la autonomía y el bienestar de la persona gestante. Sin embargo, en muchos casos, la violencia obstétrica puede ser perpetrada por el personal de salud, lo que impacta negativamente la experiencia.
¿Cuáles son las formas en las que se puede presentar esa violencia? tres maneras pensables son: en el trato humillante y denigrante durante las visitas médicas, o durante el parto; en el abuso de la medicalización; y en la patologización innecesaria.
Por eso, es preciso saber que en Argentina la ley de Parto Respetado, y la ley 25.929, previenen, resguardan, sancionan y eliminan esa violencia. La Ley 25.929 de Parto Humanizado promueve y defiende los derechos de la persona gestante y su bebé durante el proceso del nacimiento. Las doulas, en este contexto, juegan un papel importante, brindándoles ese apoyo integral, emocional, físico e informativo que se necesita.
La función principal de una “doula” es ofrecer atención personalizada, respetuosa y sin prejuicios, para que la persona se sienta escuchada y contenida, permitiéndole tomar decisiones informadas; como así también guiar y velar para que el modo de parir sea de la manera más natural y fisiológica posible.
Jaime, en la ficción de Andrea del Fuego, lo deja en claro: «el nacimiento de un hijo es natural y gratificante, por eso defiendo a las doulas, ellas se ocupan de que el mundo no interfiera, van orientando sobre la expulsión y la práctica de la episiotomía, un corte en el perineo que va hasta el músculo, cuando sabemos que hay chances de que la gestante tenga una leve laceración en la mucosa, ellas saben el momento de actuar, la hora justa para ir al hospital y evitar la cascada de intervenciones». Ancestralmente ninguna mujer paría en soledad, ni en ambientes fríos hospitalarios. Las mujeres parían y criaban en tribu; eran atendidas por otras mujeres en el calor de la comunidad. En la actualidad la medicalización del parto se ha extendido de manera sorpresiva, y parece que ninguna persona gestante puede parir sin intervención médica.
Hay que cerrar la grieta entre saberes, esto es, entre la medicina hegemónica fría (que direcciona, cuestiona, exige y obliga) en los procesos de parto-nacimiento, con el de las doulas, aquellas profesionales del parto natural que brindan un apoyo cálido y necesario.
Aunque esto resulte hoy en nuestro país una utopía, todas las personas gestantes deberían poder acceder al acompañamiento de una doula dentro del nosocomio público en el que se encuentren, y no ser el privilegio de algunas, sólo en los ámbitos privados. Sin embargo, a pesar de los numerosos beneficios que ellas aportan, aún existen barreras que limitan su acceso. La falta de reconocimiento y regulación dificulta su participación activa en los servicios de salud.
Debemos promover políticas de inclusión y formación adecuada para que ellas sean un recurso accesible para quien la solicite.
Como lo demostró Andrea del Fuego en su novela, ellas, las gitanas de la maternidad, son transmisoras de asistencia pagana que auxilian y custodian todo el proceso de embarazo, parto, puerperio y lactancia. Están ahí, caminan a nuestro lado en silencio, convirtiéndose en un contrapeso a esta violencia obstétrica que las rodea en el día a día. La verdad no es una, sino que depende de cada parto, y como se sabe, parir es un mundo, personal e incierto y con muchos matices.