Si como temática tenemos en cuenta la incidencia de la tecnología como una distopía de nuestra pronta vida futura, la serie “Black Mirror” tuvo altibajos, por no decir que fue de mejor a peor. Sin embargo, nunca dejó de mantener un tono apocalíptico cercano. La factoría británica nos legó capítulos interesantes, donde el meollo de la anécdota estaba en el desasosiego de alguno de los personajes ante las innovaciones técnicas, con sus consecuentes dificultades emocionales para acomodarse al statu quo del presente en el que transcurría la historia. Eso sucedía en “Blanca Navidad”, “Tu historia completa”, “15 millones de méritos”, o en “Joan is Awful” de esta sexta temporada.
Aunque en esta entrega la sorpresa tecnológica está matizada: de cinco capítulos, el primero y el tercero tienen el sello con el que supo salir a la cancha la serie. Me refiero al dilema de cómo la cercanísima relación del humano con lo técnico influye y cambia nuestra vida de una manera un tanto preocupante, o al menos con la postulación de una gran dificultad. He ahí otro de los logros de la serie: cómo hacernos cargo, vivenciar, llevar a cuestas el modo vertiginoso en el que los indumentos digitales abarcan, procesan y atrapan nuestras vidas. Eliminar o bloquear a alguien en la calle o “megustear” en la vida real, como sucedía en “Caída en picada”; o “vivir” dentro de un videojuego con reglas bien verticales, como en “USS Callister”.
En “Joan es horrible” hay una plataforma -tipo Netflix- llamada Streamberry (cuyo logo tiene el exacto formato de Netflix, lo que la convierte obscenamente para el público en una satírica mofa interna y no tanto de a lo que es capaz de llegar una plataforma de este tipo, como Netflix) que -si es ganchero y garpa- replica instantáneamente tu propia vida en un drama, en una serie, tan vendible como cualquiera de las que están ya disponibles. Uno al adquirir Streamberry firma y acepta las condiciones, entre las que se incluye la cláusula de que tu vida pueda ser captada todo el tiempo por los celulares y convertirla en una serie. En este episodio hay un juego de cajas chinas propio del efecto y guiño literario (que también posee la serie). Una máquina cuántica será el eje de las realidades que viven los personajes.
El segundo capítulo, “Loch Henry” tiene el sabor noventoso, de misterio pueblerino escocés, que reúne elementos del gótico de Beckford con otros de novelistas como Henry James, Mariana Enríquez o Guillermo Martínez (si les preguntaran a estos últimos, apuesto a que este fue el episodio que más les gustó). Un viaje de una joven parejita de estudiantes de cine al pueblo escocés de él para filmar un documental sobre un hombre que cuida huevos, se vuelve otra cosa cuando reflota un suceso sangriento del pasado local, que ellos deciden indagar y hacer sobre eso su documental que competirá por un importante premio.
La locura del mostrar sin límites, de triturar lo Real para volverlo Espectáculo es otra sarcástica mofa dolorosa de nuestra condición demasiado actual (¿y humana?). Lo que existe, está para ser visto, mostrado, y si tiene “likes”, mucho más, no importa lo que mueva, toque y el contenido que tenga. La madre de Davis dará el puntapié final para que ese truculento documental vea la luz del éxito.
El tercer episodio tiene de pitagórico espacial: en un 1969 alternativo, dos astronautas que son dos soledades unidas, ausentes de compañía en el espacio, se conectan con fases respectivas a la Tierra, donde llevan apacibles vidas familiares mediante réplicas humanoides. Uno de ellos sufre una tragedia y su compañero de nave decide prestarle su fase para que siga conectado a la vida en la Tierra. Para los amantes de la sci-fi clásica y sus cómics (aparecen Bradbury y Heinlein) éste es su episodio. Si nos cuesta soportar la soledad en soledad, menos la soportamos cuando al lado hay alguien que no la tiene, sería uno de los lemas del capítulo.
En el cuarto episodio, “Mazey day”, se rompen las previsiones. Otra vez el gótico, poca tecnología aquí, salvo en unos “papparazzis” que no la pasarán muy bien al querer captar la imagen de una actriz que, por una razón vial explícita en la película, decide no continuar con el éxito de una película que venía grabando y decide recluirse en una especie de mansión solitaria.
Ya el título nos provee la información del último episodio: en el norte de Inglaterra, la sumisa empleada de una tienda de zapatos deberá enfrentar el sacrificio asesino al que la somete un demonio encerrado en un talismán, y que aparece disfrazado del lungo cantante del grupo Bonney M, Bobby Farrell. El episodio parece tratar indirectamente el movimiento psíquico de la esquizofrenia. Es uno de los más logrados a nivel escénico, pero se me desinfló en el transcurso del su desarrollo. El sarcasmo y momentos de humor aquí no terminan de cumplir su papel.
“Black Mirror” pispea nuestro futuro inminente. Nació con esa pretensión de abofetear la ciega obediencia a los silenciosos atropellos humanos por parte de la ciencia tecnológica más cercana; claro que el atropello que nos propone se disfraza de confort y disponibilidad a nuevas experiencias. Ésta última temporada pierde un poco esa esencia, casi como una limonada a la que le faltara un poquito más de jugo. Gusto a poco: tal esta sexta temporada.