“Literatura infantil” es la última publicación del escritor chileno Alejandro Zambra (1975). “Papeles de Recienvenido” podría ser el título, si Macedonio Fernández no hubiera creado e inmortalizado tan entrañable personaje. ¿Por qué “Recienvenido”? porque el libro se ocupa de una experiencia única e irrepetible: la “recienvenidez” al mundo de la paternidad y lo que trae aparejado.
El libro se construye a partir de la llegada de Silvestre, primer hijo de Zambra. El recienvenido a la paternidad sería, para la mirada del otro, aquel que por nuevo (“padres debutantes”, los llamará el autor) no tiene la autoridad para referirse, hablar, opinar y sentir la experiencia en cuestión. Sin embargo, en “Literatura infantil” el autor construye esa autoridad.
Pero no se habla de cualquier experiencia paternal (aunque, claramente, podría serlo), sino la de un escritor cuarentón, progresista, que vive lejos de su patria al tiempo que atraviesa una pandemia y construye y reconstruye (a partir de sus libros y de su vida, claro) vínculos que atraviesa toda su obra. Lo familiar, los afectos (y desafectos) en el seno de la cambiante vida contemporánea, la relación padre/hijo en todas sus variantes, el amor y la literatura son algunos ejes narrativos. Sí, todo esto es “Literatura infantil”. Todo esto y más.
Indefectiblemente, la experiencia de ser un padre primerizo marca el tono del libro. Y aquí la palabra “tono” es perfecta, ya que no se trata sólo de una temática recurrente, ni de un capricho, ni una moda que se sigue de manera irreflexiva. Zambra trata de encontrar, asumir y relatar la forma en que ser padre brinda una determinada posición en el mundo. Hasta acá no hay nada particular. Un escritor que edifica su obra contemplando experiencias que lo han marcado no es nada excepcional, pero sí lo es el tono, la forma particularísima que encuentra o construye para relatar esa experiencia desbordante de amor y felicidad.
La ternura y el sentimentalismo no son gestos frecuentes en la literatura, incluso, para muchos, no tienen cabida. Zambra se adentra en este terreno sin miedo, sin contención. Escribe un libro íntimo, personal, sensible al que los rótulos le quedan chicos.
Qué importa que Zambra construya sus textos en esa línea de la escritura del yo, que en la actualidad parecería haberse clausurado. Qué importa que sea un libro feliz, amable, amoroso. Un género, una temática o una determinada mirada no dicen nada sobre la literatura. Los libros deben defenderse solos. “Literatura infantil” lo hace.
Dice Zambra en las primeras páginas: “Durante siglos la literatura ha evitado el sentimentalismo como una peste. Tengo la impresión de que hasta el día de hoy muchos escritores preferirían ser ignorados antes que correr el riesgo de ser considerados cursis o sensibleros”. Zambra asume ese riesgo y asume las consecuencias.
Dice más adelante “Yo mismo, mientras escribo, siento la tentación de silencio. Y sin embargo sé que incluso si me encerrara a bosquejar una novela acerca de campos magnéticos o improvisar un ensayo sobre la palabra palabra, terminaría hablando de mi hijo”. Es lo que ocurre.
Para los que ya han leído al chileno, encontrarán en este libro la voz de un autor que viene construyendo una obra sólida, en la que se puede destacar “Formas de volver a casa” (2011), “Mis documentos” (2014) o “Poeta chileno” (2020). Al tiempo que cimenta dicha obra, ejerce una nueva mirada no exenta de riesgos. Existe un tema que lo atraviesa más o menos todo; existe un riesgo y la asunción del mismo; existe un escritor que, sin temor, se enfrenta a la escritura. Por lo tanto, existe “Literatura infantil” que, a través de catorce textos, le dará la vuelta a varios asuntos; a veces con humor, otras con nostalgia, de manera reflexiva o puramente emocional. Siempre con el riesgo de caer en el sentimentalismo.
El cuento (“Garabatos”); los ensayos (“Introducción a la tristeza futbolística”, o “Lecciones tardías de pesca con mosca”); el diario (“Literatura infantil»); la carta (“Recado para mi hijo”); el recuerdo (“Cogoteros de ojos azules”); el poema (“Buenos días, noche”) y formas mixtas o híbridas son la materia con que está hecho este nuevo libro de Zambra.
Estructurado en dos partes, en la primera la llegada de Silvestre abre la experiencia de ser padre; en la segunda, ser padre da una nueva perspectiva de ser hijo. Ya no cuestiona a los progenitores por la posición que asumieron en la dictadura, ni está la necesidad de diferenciarse de ellos para tener una existencia propia, como en “Formas de volver a casa”, ahora es posible volver sobre algunas experiencias, pensarlas y resignificarlas.
Tal vez, se encuentre en el libro de Zambra un gesto como el de Roland Barthes en “Fragmentos de un discurso amoroso”. Se podría plantear que “Literatura infantil” restituye la figura del yo y pone en juego una enunciación de inmensa ternura, no un análisis. Dice el pasaje que abre el libro del francés “La necesidad de este libro se sustenta en la consideración siguiente: el discurso amoroso es hoy de una extrema soledad. Es un discurso tal vez hablado por miles de personas (¿quién lo sabe?), pero al que nadie sostiene; está completamente abandonado por los lenguajes circundantes: o ignorados, o despreciados”.