Uno
–Una flecha disparada desde lo arcaico–, dijo el Rolo Pasquetti. –Un flechazo antiguo que interrumpió los pensamientos de Solís, así fue como empezó a forjarse una historia de la patria argentina, Esnaola, y a esto último lo pongo entre comillas, porque no creo que tal cosa pueda existir–. Lo dijo con convicción, con cierta entonación poética. Y aunque yo sabía que estaba parafraseando algún libro, su voz era como un tibio bálsamo en la noche helada de las sierras de Córdoba, y yo estaba bien dispuesto a escucharla.
Sorbió un poco de whisky y prosiguió. –La violencia y lo absurdo. Ese tándem corre por nuestras venas. Y el asombro también. Porque cuando Díaz de Solís se bajó de su carabela en el Río de la Plata, no sabía que aquellos nativos que divisaba en la costa eran también una parte esencial de esta cadena de horror y gloria. Y cuando la flecha ineludible atravesó sus pensamientos, apenas desembarcado, acaso pensó por un instante que los dientes humanos que iban roer sus huesos hasta dejarlos espejados no eran más accidentales que la lluvia o la sequía o la erosión de la tierra.
Tiró un leño en la hoguera, atizó unas brasas y continuó. –Y así siguieron las sucesivas fundaciones de Buenos Aires. La de Pedro de Mendoza y las que habrían de venir también desde aquella tierra hostil y generosa que fue la Pampa. Pero vos tenés que saber algo, Esnaola –el Rolo levantó la mano con el dedo índice extendido como si quisiera grabar en piedra su próximo argumento–, lo que después iba a ser la Argentina, esta Argentina, al principio fue un pobrerío de casas de barro apiladas contra el río. Y los primeros grupos que se establecieron en esta tierra fueron el residuo de expediciones fracasadas, funcionarios olvidados por la administración de la corona, prófugos, tránsfugas, indios, enemigos hechos prisioneros que no valía la pena encarcelar porque aquel caserío era ya en sí mismo una prisión.
Yo me levanté a revolver la olla, el locrito patrio, mientras Pasquetti se servía un sorbito más de whisky. Como si rematara un poema bien efectista, dijo: –Y atrás de ese caserío incipiente… la llanura. Los mugidos de las vacas, el relincho de algún caballo salvaje, los ladridos de perros cimarrones, voces familiares de la pampa. Esa extensión de tierra siempre igual donde uno nunca avanza, como en la cancha de fútbol de Los supercampeones, ¿o no?
Dos
–Otra cosa es el color del río, dijo el Rolo, mientras probaba la consistencia del guiso. –Borges escribió que era “azulejo”: “pensando bien la cosa, supondremos que era azulejo entonces como oriundo del cielo”. Pero en realidad el azulejo es también un color particular de pelo de ciertos caballos. Hay un viejo de Berrotarán, el Peludo, que una vez, puesto como una tutuca, me lo describió así: “el azulejo es un cuerpo sobresaliente a la claridá”. ¿Vos te das cuenta el enigma que engendra ese color en la boca de un baqueano? Bueno, de ese enigma también estamos hechos, porque todos venimos del mismo río. Y también de la misma soledad de la llanura, de aquellos caudillos de la pampa que tanto detestaba Sarmiento, pero que con tan buena pluma describió: el baqueano, el rastreador, el gaucho malo, los Artigas, los López, los Ibarra y los Facundos de los llanos, seres “nacionales” de quienes dijo: “el individualismo constituía su esencia, el caballo, su arma exclusiva, la pampa inmensa, su teatro”.
Comimos el locro en unas vasijas de barro. El Rolo, atrincherado en su reflexión, seguía tomando whisky de a sorbitos. Decía que no hay nada más patrio que comer locro con whisky. –Porque te digo algo, Manolito, acá lo primero que dio papota, la primera fuente de riqueza del Río de la Plata, fue el contrabando. Así que, en honor a eso, ¡salud! Fue el monopolio comercial de la corona española lo que desarrolló ese otro gran negocio. Y entonces era común ver a los barcos ingleses, franceses y holandeses, abiertos como quioscos. De todo te digo. Nosotros los argentinos, siempre coquetos y propensos a darnos un mimo, mucho antes de los shoppings, nos subíamos a esos barcos a intercambiar cueros, frutas, por aceite, brebajes alcohólicos, sedas, agujas, herramientas, drogas, especias, medias, herraduras, en fin, lo básico para calmar la angustia de la existencia, ¿o no?
–Pero lo que más contrabandeaban eran esclavos: compraban a los negros pagando con cueros de vaca– el Rolo se paró y encendió un cigarrillo. Con la cara deformada por el humo, se arrimó al hogar y dijo: –A la mayoría de los negros los exportaban a las minas de la cordillera, o a las plantaciones del Brasil. Y te digo que, los pocos que quedaban acá, eran empleados domésticos. Porque para los españoles de aquella época laburar era deshonroso, y todo lo que requería esfuerzo físico se lo dejaban a los negros. Pensá que todavía hoy para decir que se trabaja mucho uno dice que se “trabaja como un negro”. ¿Y de dónde pensás que viene eso? Lo digo ahora, bien en pedo como estoy para que conste en acta: no hay que olvidarse que una de las primeras actividades económicas de esta tierra la forjaron los ganaderos, los contrabandistas y los negreros.
El Rolo abrió la puerta que daba a la galería. Gritó: –¡Mirá esa pirca allá!, ¿vos te pensás que la hizo tu viejo? Y volvió a la casa, la mirada estrellada contra el suelo.
Tres
Lavados los platos, extasiado de locro y de whisky, Pasquetti se tiró en la cama marinera y se tapó con un poncho que mi viejo había traído del Norte. Prendió un pucho y sentenció: –El primer tiro que se tiró en la Plaza de Mayo en 1810, el primer chasquido de la revolución de la independencia, es el mismo ruido que hasta el día de hoy nos deja sordos.
La patria, papuchito, lo que se dice la patria, empezó con el flechazo que turbó la conciencia de Solís, con el incendio a la Buenos Ayres de Mendoza, con los festines caníbales de nuestros ancestros, con la aspereza del cacique Epumer, chozno de María Gabriela, guitarrista de Charly, el orador de la revolución, el Castelli de nuestro tiempo y el Moreno también, y Andrés Calamaro en situación de estupefacientes, fútbol, rock, sala de ensayo, los llaveritos de cuero de estudiantes de agronomía, Eva, Madonna, Perón, Borges inspector avícola, Fangio, Maradona, Troilo, Discépolo, el torpedo MK-8, los ingleses, el Tubi 4, “el corralón seguro ya opinaba Yrigoyen”, eso escribió el cieguillo, en ese corralón nació el tango, los prostíbulos, el gran Buenos Aires y ¡viva Argentina, carajo, forjada por la violencia, el absurdo y el asombro!
Casi de madrugada el Rolo se fue durmiendo con la satisfacción de quien ha cumplido un deber… como regalar unos dólares para el cumpleaños de un nieto, por ejemplo.