La artista y dibujante rosarina María Luque presenta su primera novela, «Corazón geométrico», o como ella lo define, un «libro sin dibujos», en el que combina ficción y experiencias personales para realizar un homenaje a dos de sus grandes amores: la ciudad de Roma y la ópera, además de una suerte de biografía solapada con bellísimas anécdotas en la vida del gran compositor Giacomo Puccini.
Quinta generación de compositores en la familia, Puccini se dispuso a transmitirle sus conocimientos a su pequeño hijo. Primero le consiguió un piano pero el pequeño solo daba manotazos sin afinación. Luego le alcanzó un violín pero Puccini junior le ató una servilleta y una rama, lo convirtió en velero y lo puso a flotar en el lago. Su niño acabaría con la larga tradición familiar. «E finito, sono l’ultimo», se lamentó Puccini frente a su esposa.
Esta anécdota, entre muchas otras encantadoras, se cuelan en la historia de «Corazón geométrico» (Sigilo), libro original e inclasificable, diario de viaje ficcional en el que Josefina, una joven musicóloga, participa de una residencia en Roma junto con un grupo de expertos en la vida y obra de Giacomo Puccini, una galería de personajes que le darán un matiz especial a su estadía.
«Tosca», «Madama Butterfly», «La bohème» y «Turandot» podrían perfectamente funcionar como banda sonora de esta lectura -especialmente la primera, que tiene un lugar destacado en la narración-, pero cualquiera de esas arias, las más famosas composiciones de Puccini, era la música que tarareaba quien caminara por las calles de la capital italiana a finales del siglo XIX, esas mismas donde la heroína de la novela camina incansablemente, prueba el agua de cada fuente por la que pasa, aprende italiano, va a museos y teatros, y pone su atención en los detalles más pequeños: la vecina que tiende las sábanas, el rayo de sol que atraviesa, el espejo de la residencia con forma de corazón, geométrico.
«Tenía hace años ganas de hacer algo sobre la vida de Puccini porque es un personaje que siempre me apasionó. En principio mi idea era hacer una novela gráfica que es el lenguaje en el que venía trabajando y cuando lo quise empezar estaba un poco agotada de pensar en imágenes porque venía de meses de dibujar de una manera muy voraz en una residencia en Suiza. Y entonces abrí un archivo para escribir algunas ideas, que con el tiempo iba creciendo y creciendo, y las ganas de dibujar no me llegaban. Pensé en probar si la historia la podía contar solo con palabras. Y me pareció interesante cambiar por completo de lenguaje; te hace pensar todo de otra manera y a mí eso me hacía falta. Y así surgió», cuenta Luque.
Justo llega el café a la mesa del bar Varela Varelita, refugio donde la artista pasa varias horas a la semana cuando está en Buenos Aires, trinchera de artistas, bar notable de la ciudad, con sus típicas mesas con tapa de fórmica y un menú sencillo. El café suele venir con simpáticas figuras pero como Luque es habitué le diseñaron especialmente la cara de un chancho, su animal en el horóscopo chino. «Ay, qué hermoso», se entusiasma la ilustradora nacida en Rosario.
Luego de haber publicado los libros gráficos «La mano del pintor», en homenaje a Cándido López, «Casa transparente», «Espuma» y «Noticias de pintores», Luque dio forma a una narración escrita donde la protagonista gana la beca de sus sueños, mientras aprende historias del pasado de la ciudad, comparte la perplejidad sobre los tiempos verbales del italiano con su compañera de clase sor Fátima y hasta vive un romance de otra época con Piero, un violinista de 80 años.
«La ciudad de Roma es un poco la protagonista del libro también, sus plazas, el Teatro de la Opera. Es una de las ciudades con más historia que uno puede imaginar: vas caminando y ves las capas superpuestas del tiempo desde hace dos mil años, pasando por el Renacimiento, el Barroco, hasta el presente, está todo ahí mezclado y es increíble. Es una fuente inagotable de ideas», agrega Luque, quien ha realizado varias residencias artísticas en São João (Brasil), Lituania y San Petersburgo (Rusia) y en Zurich (Suiza).
¿Cómo aparece este corazón geométrico que da título al libro?
– María Luque: El corazón era un espejo que estaba en una habitación que yo alquilaba en Roma, que un principio dudé de alquilar porque el espejo me parecía horroroso pero el lugar era muy lindo y lo alquilaba un conocido de mi familia. Ese espejo me intimidaba de alguna forma y mandé fotos a unas amigas y les dije que no sabía si alquilar ahí o no y una de ellas me dijo ‘Es un corazón geométrico’ y cuando lo nombró de esa forma empecé a verlo de una manera totalmente distinta. De hecho, me hubiera encantado traérmelo conmigo. Me parece muy increíble cómo te puede cambiar la percepción de algo cuando alguien lo nombra de una determinada manera. Así que sí, existe un espejo con forma de corazón geométrico en esa habitación diminuta que yo alquilaba en Roma.
¿Qué tiene el personaje de Giacomo Puccini que te convoca tanto?
– ML: A mí me gusta mucho el siglo XIX en general. Me interesa algo en la forma que tenía la gente de pensar el mundo en esa época. Y de Puccini me interesa sobre todo la música. Por ahí llegué, por esas melodías inolvidables y muy pegadizas. Y a partir de conocer su música me fue interesando su vida, por pura curiosidad, porque siempre me gusta conocer cómo era la vida de los artistas. Y lo que leía sobre él siempre me parecía encantador: sus costumbres a la hora de componer, sus manías un poco excéntricas, alguien a quien se le atribuía «el colmo de la elegancia». Incluso el hermano más chico de Puccini había intentado estudiar música sin éxito, no sabía muy bien qué hacer en Italia, y se vino a Buenos Aires a probar suerte, pero terminó muriendo de fiebre amarilla.
Se da un diálogo en el marco de la novela sobre el prejuicio que existe alrededor de la ópera…
– ML: Sí, es la forma en la que se percibe a partir de cómo se representa la ópera en las películas de Hollywood; la gente en los estrenos con collares de perlas y mucha elegancia aunque en realidad se pueden conseguir entradas bastante accesibles, pueden costar lo mismo que una entrada de cine. Está ese prejuicio de que la ópera es algo elitista con ciertos códigos de vestimenta pero que no es real. Es algo que quedó en la fantasía del imaginario. Para desarmar esa idea a mí me gustaba pensar en los testimonios de la época, por ejemplo, en la que vivía Puccini: la ópera era algo que sonaba en todos lados. La gente en la calle, un vendedor de flores, por ejemplo, iba silbando Rigoletto, era la música que se escuchaba. Pero bueno, a mí siempre me gustó y nunca sentí esa distancia que, entiendo, mucha gente siente.
¿Cómo fue la investigación que realizaste para este libro?
– ML: Es lo que más me gusta hacer, leer y buscar información. Me divierte, y es una mezcla de muchas cosas. Como tenía la suerte de estar ahí fui a los museos, a donde Puccini había nacido en Lucca, luego a su casa de Torre del Lago, un pueblo muy muy chiquitito donde hizo su casa, y ahí hay un museo que es precioso donde se puede ver sus pianos, sus partituras, sus objetos personales, pero también recurrí a bibliotecas, Internet, libros, biografías, sus cartas. También fui a ver ópera en Roma.
Contás en la novela que Puccini a veces componía mucho más rápido que su libretista y así aparece una frase famosa de su autoría: «cocoricò-cocoricò-bistecca»…
– ML: Estaba esta historia que se repetía: él trabajaba con libretistas que a veces iban más lento que él, ya que a la hora de componer Puccini era muy voraz y cuando encontraba el ritmo de trabajo quería seguir pero a veces le faltaba el texto, entonces les daba a su libretistas palabras con una determinada métrica y les decía «la música ya está, ahora el texto tiene que encajar acá». El caso más famoso es «cocoricò-cocoricò-bistecca», una métrica para La Boheme que el libretista terminó transformando en «Quando m’en vò, quando m’en vò soletta per la via…», el vals de Musetta, en el acto II de «La Bohème». Ese recurso lo tuvieron que usar muchas veces porque él iba más rápido que el autor del texto. Pero además imaginarlo a él en el piano, pensando la melodía de La Boheme y cantando cocoricò-cocoricò… es gracioso.