Hace poco, el escritor Martín Kohan formó parte de la delegación que viajó a EEUU, para acompañar la primera participación de Argentina en la Feria del Libro de Nueva York, y abrir una jornada impulsada por la Universidad de Harvard. El autor de «Ciencias Morales», «Confesión» y, más recientemente, del pasional y futbolero «Desde La Boca», estuvo junto a la escritora Gabriela Cabezón Cámara en las Jornadas de Literatura Argentina, una iniciativa que la Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería planea hacer persistir en el tiempo con modalidad de evento anual.
Tanto la charla como la participación en la Feria del Libro de Nueva York -encabezada por una delegación que integran entre otros Claudia Piñeiro, Samanta Schweblin y Florencia Halfon, además de Kohan y Cabezón Cámara- se enmarcan en el Plan Libro Argentino, una política pública que tiene como objetivo internacionalizar la cultura de nuestro país.
«¿Qué supone una política cultural en relación con la literatura? Es un enriquecimiento que tenemos con el lenguaje, con las narraciones, con la imaginación, con la posibilidad de dar sentido. Si en una sociedad esto se reduce, va decayendo la posibilidad de dar sentido, de imaginar alternativas posibles, de narrar y organizar sentidos en una representación», destaca el autor. «Dar sentido a una memoria no supone solamente resistir al olvido, supone confrontar con otras memorias alternativas y disputar narrativa y políticamente entre memorias. En cuanto a la palabra resistencia, por algo aparece. Hay épocas en las que se percibe una expectativa de un futuro auspicioso y otras en las que se percibe una especie de repliegue que no termina de resolverse en resignación, pero porque uno casi que se obliga a no resignarse», sostiene Kohan.
– A lo largo de tu carrera te tocó participar de ferias del libro pequeñas, medianas, grandes. Este año abriste la de Buenos Aires y luego la de Nueva York, que tiene una presencia notable de autores argentinos ¿Cómo encarás esta experiencia?
– Martín Kohan: Como decís, en este mismo año me va a tocar estar en 7 u 8 ferias muy distintas entre sí. Me tocó el discurso inaugural en la Feria de Buenos Aires, me tocó estar en la de Lima, en la de La Rioja, la de Chaco, Nueva York, Concepción del Uruguay, Berazategui… me interesa hacer especialmente ese recorrido, esa diversidad. Porque cuando uno va como público, va con la expectativa de lo que tal o cual escritor pueda llegar a decir. Cuando me toca venir como escritor, la expectativa es lo que van a decir los lectores. Uno tiene una mirada de la literatura, de la literatura argentina, y viene con la intención de aportar esa mirada en una feria del libro. La expectativa mayor es establecer una escena de un cara a cara. La literatura está hecha, en sentido estricto, de separación y de soledad: el escritor escribe a solas, el lector lee a solas. Es depararle a esas dos escenas de soledad una escena de cara a cara y una escena de encuentro. ¿Con qué lectores voy a encontrarme? De mis textos o de otros ¿Qué intereses? ¿Qué miradas? De manera que ante esta posibilidad que se me da, que valoro muchísimo, de recorrer ferias distintas, con públicos distintos, espero darles algo, porque para mí es muy enriquecedor.
– La Cancillería presentó ahora un programa diverso de traducción de autores nacionales. La literatura argentina y la de EEUU, ¿cómo se conectan?
– M.K.: Borges tuvo una relación con toda la literatura de habla inglesa y con este país. La conexión objetivamente está y toda una zona de la literatura argentina recoge fuertemente alguna de las tradiciones narrativas de Estados Unidos, que no es una sola literatura. Piglia retomaba muchísimos elementos, sacó un volumen en una editorial independiente que era una recopilación de autores norteamericanos. De ahí a un autor tan distinto como Rodrigo Fresán, en una frecuencia literaria norteamericana muy distinta a la de Piglia. Dicho eso, y ahí es donde uno pretende que la literatura latinoamericana no sea una y no responda a dos o tres estereotipos o a dos o tres ejes temáticos esperables. El contacto existe, pero si hay políticas culturales que alienten ese contacto, mejor.
– ¿Te referís a las traducciones de obras clásicas y nuevas como política de Estado, más allá de lo que puedan hacer las editoriales?
– M.K.: Que haya políticas de Estado para estimular las traducciones me parece fundamental, en el sentido de que se escribe muchísimo, se publica muchísimo y aun con los editores más atentos, con mejor percepción, con mejor registro para calibrar lo que circula en la literatura, es necesario que distintas instancias permitan llamar la atención sobre los textos que se publican. Esto va desde la docencia a la crítica literaria -que es algo a lo que yo me dedico- hasta políticas de Estado, que es algo a lo que no me dedico, pero me interesa. Con la cantidad de textos que circulan, en el desborde descomunal editorial en todos los lugares del mundo, es muy bueno que haya una política de Estado orientada a promover una literatura. El asunto es que editores potencialmente interesados pueden no tomar contacto con nuestra literatura porque la producción es demasiado grande, entonces una política de Estado que les acerque una mirada para que se interesen por la literatura argentina es muy importante. Los resultados es que efectivamente se interesan.
– Sarmiento ahora reaparece en la escena política…
– M.K.: Por algo reaparece. Tan cuestionado por uno mismo en tantas cosas. Pero la idea de que un país se funda haciendo fuerte una cultura, no fue «establezcamos un país y después le hacemos una cultura». Se potencian mutuamente, se dan consistencia mutuamente. «Primero resolver problemas y después a una sociedad de problemas resueltos le adosamos una cultura», para mi es poner en términos de sucesividad algo que no es sucesivo. El término «prioritario» claro que es el hambre en el mundo, pero el mundo no se detiene. Es una extorsión moral en la que alguna vez incurrió Sartre. ¿Para qué escribo un libro si hay un niño con hambre en el mundo? Frente a un niño con hambre no podríamos tener esta conversación y no es cierto que deteniendo la escritura de libros y deteniendo estas conversaciones se resuelve el hambre en el mundo. Si eso fuese así, lo haríamos sin vacilar. No responde de un antes y un después. ¿Qué supone una política cultural en relación con la literatura? Es un enriquecimiento que tenemos con el lenguaje, con las narraciones, con la imaginación, con la posibilidad de dar sentido. Si en una sociedad esto se reduce, va decayendo la posibilidad de dar sentido, de imaginar alternativas posibles, de narrar y organizar sentidos en una representación. No podés licuar eso y dejarlo para un después. Ya sabemos cuál es la prioridad, pero para resolverla no hay un antes y un después.
– ¿Te interpela a vos que la Feria de Nueva York tenga como lema «Memoria y resistencia»?
– M.K.: En la situación en la que estamos, sí. Me tocó participar en una mesa en relación con eso y me interesaba plantear que hay una zona en la que la memoria disputa con el olvido. Y claro que hay olvidos que atentan contra la memoria, pero hoy termina siendo reductivo, equivocado, que se trate sólo de una lucha entre memoria y olvido. Hay lucha entre memorias. No sólo hay un olvido que se opone a la memoria, hay memorias que confrontan. Dar sentido a una memoria no supone solamente resistir al olvido, supone confrontar con otras memorias alternativas y disputar narrativa y políticamente entre memorias. Estamos replegados esperando que toquen tiempos mejores.