Salamone dejó su huella en decenas de pueblos por haber sido, en la llamada Década Infame, el arquitecto del poder conservador. Es conocida su relación con el gobernador de Buenos Aires del 36’ al 40’, Manuel Fresco, el más fiel exponente del fascismo argentino. A pedido de Fresco, Salamone dejó su huella en toda la pampa bonaerense: municipios, mataderos y cementerios fueron creados por el hombre que, en todo lo que hacía, dejaba una huella grandilocuente. Porque el art decó futurista y monumental fue el estilo de quien, pese a ser casi el padre fundacional de decenas de pueblos, murió casi olvidado. Un olvido generado por su vínculo con Fresco y por algunas denuncias en la compra de cemento, piedras y esas cosas que se hacen con la obra pública.
Pero antes de dejar su huella allá en Buenos Aires, Salamone la dejó acá en Córdoba y esa parte es menos conocida. Italiano de nacimiento, comenzó a estudiar en la Universidad de La Plata, pero se recibió en nuestra Universidad Nacional de Córdoba. Arquitecto e Ingeniero civil en 1917. Ese doble título duraría un año más: en 1918 las autoridades cordobesas decidieron eliminar la doble condición y esa fue una de las razones del levantamiento estudiantil que se conoce como la Reforma.

Salamone, con su título en Córdoba –obtenido en tan sólo dos años-, comenzó a dejar su huella en pueblos del interior de esta provincia y se lanzó a la carrera política mediterránea: en 1923, fue candidato –perdedor- al senado provincial, representando a la UCR. El frustrante paso lo derivó a Villa María, donde abandonó la política y se dedicó a lo que sería su trabajo para siempre: la obra pública a grandísima escala. La plaza Centenario, el cementerio, el matadero y una obra de pavimentación. Pero el pavimento se hundió y el arquitecto Salamone quedó envuelto en sospechas de desvío de fondos y denuncias del tipo.
Huyó de Córdoba, ganó concursos internacionales y llegó a ser el ejecutor de Fresco, para quien hizo unos 60 edificios monumentales entre palacios municipales, mataderos y cementerios. Unas 25 ciudades bonaerenses conservan sus obras: Rauch, Pellegrini, Laprida, Alberti, Azul y Carhué y muchas otras localidades ganadas a las poblaciones originarias. En plena pampa se alzan sus torres magníficas, las cruces densas y pesadas y los viejos mataderos hoy abandonados. El cementerio de Laprida aún conserva la magnánima cruz que se impone en su ingreso, segunda escultura más alta de América del Sur después del Cristo Redentor de Río de Janeiro.
El estilo de Salamone es reconocido y estudiado en el mundo. Pero pocos recuerdan un dato fundamental: ese hombre de la arquitectura de lo gigante es hijo de la Córdoba Docta y su más fiel exponente: la Universidad Nacional de Córdoba.