“Ningún avión de caza norteamericano es igual a otro” afirma, con cara de contar la precisa, un asesor de la Comisión Europea (experto en Defensa). El marco no puede ser mejor: la salmantina Torre de Abrantes, joya de finales del siglo XV, entonces abierta a posgrados universitarios, albergando a quince jovencitos/as, que se forman en los senderos del comunitarismo del Viejo Mundo: desde las leyendas forjadas por los Padres Fundadores hasta lo más granado de la moderna tecnocracia de Bruselas.
“Si secuestran un avión, jamás se descubrirá la tecnología completa” seguía nuestro profesor, interesándonos en una historia que nos trascendía conduciendo, desde un pasado corto, a un futuro largo y sorprendente. En un mundo donde la Guerra Fría había terminado hacía poco, el Este europeo era tierra de promesas, y el conflicto por el petróleo del Golfo aún humeaba.
Y en aquella hora gloriosa, nos entusiasmábamos con tanta cosa nueva, y nos sentíamos parte de una academia de élite, en camino a ser los mejores, dispuestos a dar nuestras batallas al modo de aquel entrañable colectivo de aviadores navales que, formándose en la célebre “Top Gun”, mechaban egos, sueños, pasiones, acción, música y glamour, en una excepcional locación californiana.
El filme de Tony Scott que protagonizaron Tom Cruise y Val Kilmer (junto a Kelly McGillis, Anthony Edwards y Tom Skerritt) seguía dando la vuelta al mundo tras varios años de estrenado: sus causas y consecuencias lo mantuvieron vigente. Varias de sus primeras figuras hicieron carreras fantásticas, especialmente Cruise, ganador tres veces del Globo de Oro y nominado al Oscar, quien a lo largo de tres décadas hizo extraordinarios personajes en filmes como Rain Man, Born in the 4th July, The Firm, Jerry Maguire, Minority Report, The Last Samurai, Collateral, War of the Worlds, Valkyrie, Jack Reacher, para nombrar sólo alguna; o las logradas secuelas de Mission: Impossible, combinando su faceta de actor con la de productor.
Incógnitas develadas
¿Qué podría haber pasado con los “tops gun”? ¿Cómo se hubiera desarrollado su vida afectiva, su carrera militar? ¿Qué escenarios fungirían para un eventual reencuentro? Cuantas veces nos lo preguntamos, palpitando la enésima repetición del filme de 1986, al compás de “Danger zone” (Kenny Loggins), o “Take me breath away” (Berlin, ganadora del Oscar).
Semejante ejercicio de historia contrafáctica llegó a su fin. “Top Gun II: Maverick” nos cuenta qué fue, es y será del destino de aquellas leyendas del aire. Desde las primeras escenas, Kosinski (Oblivion, Tron: legacy, entre otros) acierta con la propuesta. Nos muestra a un eterno solitario cuyo patrimonio podría caber en un locker, luchando contra la vigencia de un programa de drones; oficial condecorado, de crecimiento horizontal, curiosamente celado por encumbrados jerarcas de trayectoria vertical ansiosos por mandarlo a casa de una buena vez (y están a punto de lograrlo).
Es que Pete Mitchell, nuestro Maverick, a quien la campera de cuero y la Kawasaki Ninja (la más veloz del mercado) le sientan tan bien como siempre, lleva demasiados años en el servicio, y eso molesta a unos cuantos; aunque un amigo Top Gun, que aún confía en su aptitudes, lo apuntalará para el que, quizá, sea su último servicio a la fuerza.
En la aventura a transitar, las referencias al pasado serán constantes, pero crudamente contrastadas con un presente áspero, en el cual Pete deberá tomar decisiones de vida, no muy diferentes a las que cada uno de nosotros fue tomando en estos años.
Maverick no vivió en un mundo de cine, como diría Charly García. Arrumbado en un destacamento irrelevante transita, complicado, la madurez. Sabe que ya no podrá seguir recorriendo, sin pagar alto precio, aquella autopista que no va a ningún lugar, de la que alguna vez nos habló otro gran motoquero: el mismísimo Pappo.
Maverick luchará contra sus límites y enfrentará demonios diversos, de los que ya no puede esconderse volando como nadie. ¿Aceptará el desafío de arriesgar, sin escapar? Viejos o nuevos camaradas, una chica muy especial y teatros de combate se sucederán alimentando la expectativa. La trama entusiasma; por momentos divierte, por otros emociona.
Pensada y ejecutada para cine (Cruise desafía a las plataformas, como Maverick pelea contra los programas de drones), Top Gun II es una perfecta segunda parte. El éxito de la taquilla (más de 320 millones en la primera semana), se justifica merecidamente.
De algún modo, el filme funciona como un espejo de ficción, que permite poner en valor el tiempo de todos y de cada uno; como cuando nos formábamos en nuestra Academia personal, entre añosas paredes castellanas, descubriendo que ningún F-14 era igual a otro. Y pensábamos en volar, a lo Maverick, hacia lances pendientes de escribirse.