Una vez más Rayuela. Describir un círculo que deviene en elipsis y no perderse porque está el Tablero de dirección, ese que inicia la aventura, ahí. Porque fueron muchas las lecturas, y porque fueron muchas las formas de leer la misma novela, o anti novela o contra novela. Uno, que venía de Verne y de Salgari, y de Balzac y de Pérez Galdós, y de Dostoievski y de Zola, encontrarse así, sin más, con esa otra aventura. Porque la aventura tiene una buena cuota de ludismo: es tomarse muy en serio un desafío y llevarlo adelante sin caerse de la cuadrícula que te toca ahora. Y seguir con la mirada, jugando con las imágenes en medio de un torrente que se llama vida y que se vive hasta el final. Porque la vida, también es un desafío. Un desafío que merece ser contado.
Eso tiene Rayuela: el reto de no esquivarle a la vida, porque acaso es la única aventura que podemos y que debemos afrontar, para confirmarnos como humanos. Podremos estar de acuerdo o no con las derivas de los personajes -todos entrañables y extrañables, una vez cerrado el libro-, con las reflexiones de Morelli, en su intento de poner un poco de racionalidad a un universo que se quiere al margen de lo racional, con las formas de ver y de imaginar y de soñar un mundo disímil.
Rayuela ha cosechado, en estos últimos sesenta años, los testimonios de los más diversos escritores, ya en la cercanía generacional, ya en la distancia cronológica. Testimonios que han servido de apoyo para denotar la centralidad de Cortázar en el panorama literario hispanoamericano y mundial. Pero lo central ha sido una actividad fundamental, que permite conocer desde adentro los momentos progresivos que acompañaron el proceso creativo de la novela: una lectura permanente, estimulada desde el interior del texto. Los lectores de Rayuela no fueron un producto del mercado literario desatado en ese tiempo, muy propicio para escritores que desafiaban a la literatura y a la historia; sino que fue una novela que supo mantenerse en el tiempo, sin envejecer y sin perder su fuerza inicial, a pesar de los constantes embates de la crítica.
Muchos consideran que Rayuela no es el mejor libro de Cortázar. Y se inclinan por sus cuentos, piezas logradísimas, desde el primero de sus libros hasta el último. Pero tenemos noción clara de que Rayuela es su libro insignia, como decía más arriba. Es una novela totalizante, porque resume lo que la novela moderna había logrado hasta ese momento, lo pone en crisis, lo desarticula y propone una alternativa.
Y vuelvo al lector, un lector que no se ubica en las periferias de la novela, sino en la centralidad de ese mecanismo, que permite corroborar los experimentos que Cortázar realizaba, como un camino que habría de consolidar aspectos centrales de su poética narrativa. La disolución de los géneros, el lenguaje poético como sustento de la forma novela que se está reestructurando, la progresiva ruptura con el concepto tradicional de espacio y tiempo, el orden lúdico como caos aparente pero como un orden profundo, la utilización de dispositivos anagógicos y su paso a los simbólicos, la capacidad otorgada a los personajes para que hablen en forma de imágenes, la actitud vanguardista, el protagonismo del lector desde la primera página, son los soportes que Cortázar ha ido desplegando en Rayuela, como una suma y una síntesis de experimentos desarrollados en tres anclajes preliminares: Divertimento (1947), El examen (1950) y Los premios (1961), novelas que anteceden a Rayuela y que se formulan como modos de exploración, como bitácoras de indagación.
Sabemos que una bitácora es un registro de acciones que incluyen información que se considera que puede resultar útil para el trabajo que se está realizando o para dejar por sentado el recorrido que se está haciendo en un viaje, en una aventura. Para el lector cortazariano, asumir una lectura activa es precisamente eso: el registro de un viaje al centro de Rayuela.
Una vez más, Cortázar convoca con su novela mayor. Al cabo de sesenta años de vigencia, la relevancia de Rayuela estriba en el fenómeno de la permanente lectura que se observa en todos los públicos, pero muy especialmente, entre los jóvenes. Acaso porque la permanente lectura de Rayuela invita a ser pensada como un permanente ejercicio de la libertad. Meta a la que todos aspiramos, al menos, mientras tengamos abiertas las páginas de un libro, que logre cautivarnos y que logre, también, hacernos ver que la vida es una narración que merece ser vivida y contada.