A casi dos semanas del empate en Madryn que selló el ascenso de Estudiantes de Río Cuarto a la Primera División, Iván Delfino reconoce que todavía le cuesta terminar de procesar lo conseguido. La intensidad de los festejos bajó, la rutina volvió a imponerse y el fútbol, como siempre, obliga a mirar hacia adelante con rapidez. “Cuesta un poco procesar lo que realmente pasó. Cuando bajan los festejos y volvés a tu lugar de origen, te vuelven a recordar todo: los festejos con la familia, con los amigos”, confiesa. Y enseguida marca una realidad que conoce de memoria: “Esto es tan cambiante y tan rápido que ya tenemos que estar pensando en lo que viene. Las alegrías en el fútbol son las que menos duran”.
Ese equilibrio entre disfrute y lucidez es una constante en el relato del entrenador que condujo al León del Imperio a un logro que el club persiguió durante cuatro décadas. Delfino evita hablar del pasado lejano, pero sí se detiene en las claves de este proceso. Para él, el ascenso se explica, sobre todo, desde lo mental. “El equipo tuvo una fortaleza mental increíble, una templanza bárbara, un convencimiento bárbaro de lo que quería lograr”, sostiene. Incluso en un año atravesado por dificultades extra futbolísticas, el grupo nunca perdió el foco. “Siempre estuvo concentrado en lo que quería lograr y, cuando los demás se quisieron dar cuenta, nosotros estábamos en un nivel óptimo y superlativo en los mata-mata”.
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Si tuviera que resumir la identidad del equipo en una sola palabra, Delfino no duda: “Madurez. Madurez pura”. Y desarrolla la idea con precisión quirúrgica: “Un equipo maduro, sabiendo lo que tenía que hacer en cada etapa del partido, porque en un partido hay muchos minipartidos y el equipo siempre los pudo resolver”.
El punto de quiebre, aquel momento en el que sintió que el grupo había encontrado el modo de competir y sostenerlo hasta el final, llega rápido a su memoria. Fue después de una derrota. “Después del partido con Nueva Chicago, que perdimos 1 a 0 de local. Generamos muchísimas situaciones y no la pudimos concretar”, recuerda. Lejos de quebrarse, el equipo reaccionó. “Ahí me terminé de convencer yo y de convencer a los muchachos. Tuvimos un sprint final muy bueno y estaban convencidos de lo que les pedíamos. Eso es puro mérito de los jugadores”.

La solidez del Estudiantes campeón del Reducido de la Primera Nacional no fue casualidad. Para Delfino, todo empieza mucho antes del pizarrón. “Primero hay que formar el grupo y después formar el equipo”, afirma. La coherencia fue una bandera durante todo el torneo. “Nunca cambió el discurso, nunca se buscaron excusas, ni en las victorias ni en las derrotas. Eso te va fortaleciendo”.
Por eso no le molesta —más bien le agrada— escuchar que Estudiantes ascendió “a su manera”. “No lo había escuchado, pero qué lindo”, sonríe. Y define esa manera con una frase que resume todo el proceso: “Silencioso, trabajando, sin ayuda externa, sin complejidades en el medio. Fuimos sólidos, maduros y constantes”.
El debate sobre el poco gol y la estructura defensiva aparece inevitablemente. Delfino no esquiva el tema y lo explica desde una convicción profunda. “Toda situación en la vida necesita una base sólida: una casa, una empresa, un negocio”, compara. Y traslada el concepto al fútbol argentino actual: “Desde el orden y la prolijidad defensiva podés construir para adelante lo que quieras. Hoy no hay tanta gente que haga algo diferente”.
La final en Madryn merece un capítulo aparte. La semana previa fue, según el DT, “normal”. Sin dramatismo exagerado. Pero con una charla clave: “Cuando te jugás cosas importantes, lo primero que se te pasa por la cabeza es todo lo que te puede salir mal. Hicimos hincapié en eso”. Durante el partido, la tranquilidad fue total. “En los primeros minutos ya me doy cuenta cómo está el equipo. Sabía que respondía en cualquier situación”. El gol de Madryn que abrió la historia fue inesperado, pero no alteró el plan. “En los 180 minutos fuimos superiores y nos quedamos con lo que fuimos a buscar”.
Cuando el árbitro marcó el final, su primer pensamiento fue íntimo y humano. “Mi familia, mis amigos. Estábamos muy lejos y es lo primero que se te viene a la cabeza. Las distancias agigantan las emociones”.

La consagración también llegó después de tres finales perdidas, un dato que muchos señalaron como una carga. Delfino lo ve de otra manera. “Yo lo doy vuelta: ¿cuántos entrenadores en diez años llegaron a cinco finales y una semifinal?”, plantea. Reconoce el dolor de las derrotas, pero no las vive como revancha. “No lo veo como un resurgir. Lo veo como un trabajo a largo plazo que me rindió”. Y ahí aparece una de las frases más profundas de la charla: “Entrar en la historia de un club y de una ciudad vale mucho más”.
Sobre las críticas estéticas, es tajante. “No es un problema mío. Cada uno ve el fútbol con los ojos que quiere”, responde. Y remata con realismo: “Cuando el equipo necesita ganar, todos se olvidan de cómo jugar”.
Si tuviera que elegir una convicción personal clave en este recorrido, no duda: “La lealtad”. Hacia adelante, el desafío será sostener la categoría. “El orden es intocable”, afirma, aunque advierte sobre la exigencia de Primera División. “Es violenta. No te espera. Te ven débil y te pegan una trompada. Cuanto más bajás el margen de error, más chances tenés de sumar”. Y el objetivo es claro, sin vueltas: “Sostener la categoría. No creo que haya otro”.










