La temporada 2024/2025 quedó tatuada para siempre en la historia del fútbol femenino de Talleres. El equipo ascendió a la Primera División de AFA, se mantuvo con autoridad en su primer año en la máxima categoría y coronó su campaña con una clasificación a cuartos de final que no solo sorprendió al país futbolero, sino que confirmó algo que en Córdoba ya se intuía: las Matadoras estaban para competir en serio. En el centro de ese proceso apareció una de sus protagonistas más firmes, más constantes y más silenciosas: Agustina Ruffino, arquera titular, hincha del club y una de las voces que mejor pudo contar cómo se vivió, puertas adentro, un año de emociones vertiginosas.
Ruffino aseguró que todavía estaba procesando lo que lograron. Explicó que jugar en Primera División “fue un sueño para muchas”, especialmente para las que nunca habían tenido la posibilidad de competir en la élite. Dijo que el ascenso de 2024 fue “un premio enorme a años de trabajo del club”, pero que sostenerse en la A y llegar hasta cuartos de final fue “un logro que superó todas las expectativas”, incluso las de un plantel que se preparó para algo grande.
“Nosotras sabíamos que era un año histórico —admitió—. El club hace mucho viene apostando al femenino, y llegar hasta cuartos en el primer año fue una demostración de que Talleres está para grandes cosas”. Lo dijo con una convicción tranquila, madura, casi calculada. Esa misma serenidad que transmitió bajo los tres palos.
Un equipo que se construyó desde adentro
Ruffino reconoció que la campaña tuvo momentos de irregularidad y que los altibajos del inicio generaron incertidumbre. Pero explicó que la respuesta del plantel fue inmediata: trabajo, más trabajo y una entrega que sostuvo como el sello distintivo del año. “Tuvimos tres pretemporadas, una locura —recordó—. Pero nos preparábamos bien, físicamente, mentalmente. Formamos un grupo humano hermoso, compañeras que se entregan al máximo todos los días”.
La definición “grupo humano” apareció varias veces en su relato. Fue una idea que repitió y que defendió como el verdadero motor de la campaña. “Cuando los resultados no se dan, es feo —admitió—. Pero estábamos tranquilas porque dábamos el 100% en cada entrenamiento. Había cosas por pulir, sí, pero nunca dejamos de confiar”.
Hubo un punto de quiebre, dijo. Un día en el que se dio cuenta de que estaban para competir de verdad. “Después del partido con Banfield pensé: estamos para grandes cosas. Fue un partido que nos marcó”. Lo mismo con el duelo ante Vélez en el inicio del torneo: “Lo dimos vuelta. Sacamos una actitud que quizás estaba guardada. Esos partidos te muestran quién sos”.

La llegada de Casteglione y un cambio de marcha
El arribo de Carlos Casteglione fue otro punto decisivo. La arquera aseguró que el cuerpo técnico trajo intensidad, confianza y un estilo de trabajo que empujó al equipo hacia arriba. “Todos los técnicos son diferentes, pero ‘Caste’ y su equipo tenían una idea muy marcada. Son muy intensos, te buscan correr, desplegarte, meter. Y este grupo tiene jugadoras jóvenes con esa característica”.
Contó que las pretemporadas fueron “muy intensas”, lo repitió como si todavía le dolieran las piernas. Pero lo valoró: fue un salto profesional, un cambio en la dinámica diaria que las preparó para competir con los mejores. “La confianza que nos dieron fue clave. Doblamos el esfuerzo y trabajamos para estar a la altura. Lo que se logró fue de todos”.
La eliminación con River: un golpe y un orgullo
De aquel partido con River, una eliminación por penales que dejó a Talleres a centímetros de una semifinal histórica, Ruffino habló con la mezcla justa de bronca y orgullo. Dijo que todavía dolía, “porque estábamos a tan poco de jugar una semifinal”. Y explicó que era lo que soñaban, lo que venían trabajando hacía meses. “Estoy muy orgullosa de la imagen que dejamos. Lo dimos todo”, aseguró.
Los penales le quedaron clavados como una espina. “Me tenía muchísima fe —confesó—. Habíamos practicado un montón. Realmente pensé que no se nos escapaba”. Después, aceptó que hay detalles que no se pueden controlar y que forman parte del juego. Pero insistió: “la entrega fue total”. Y eso, al final, fue lo que terminó prevaleciendo.

De Berrotarán al Kempes: una vida bajo los tres palos
Ruffino siempre fue arquera. Se rió cuando recordó cómo empezó: “Jugaba con mis hermanos, mis primos, mis amigos del barrio… y a la que mandaban al arco era a mí porque nadie quería ir”. Así de simple, así de fortuito. Cuando entró al club de su pueblo, ya no hubo vuelta atrás: “Me empezó a atrapar, a gustar muchísimo”.
Jugó nueve años en Talleres de Berrotarán, el club con la camiseta que más ama, la que aparece en cada uno de sus recuerdos. “Fueron los mejores nueve años de mi vida. Jugué un montón de campeonatos, viví un montón de cosas. Salí campeona con esa camiseta y es algo que nunca voy a olvidar”.
Después vino su paso por Estudiantes de Río Cuarto, adonde llegó casi por casualidad mientras se mudaba para estudiar. Allá vivió otro momento clave: una final histórica, con estadio repleto, donde mantuvo el arco en cero y fue figura en la definición por penales. “Fue el primer título oficial del femenino de Estudiantes. Una locura. Tiene un gustito especial”.
Cada vez que pudo, volvió a ver a sus compañeras. Dijo que ese grupo le dejó amistades y una etapa que la marcó.
La Selección, un sueño que ya tocó y quiso volver a tocar
En medio de ese recorrido apareció también la Selección Argentina Sub 20, una visoría que terminó en una convocatoria de la que todavía hablaba con brillo en los ojos. “Era un sueño. Siempre digo que todo deportista sueña con vestir la camiseta de su país”, afirmó.
Describió esa semana como un universo aparte: “Desde que te ponés la camiseta para ir a entrenar, hasta que te vas a dormir… es un mundo que no te imaginaste nunca”. Su objetivo era claro: volver. Competir oficialmente con la Selección. Tener una chance más en ese escenario que la enamoró.
Ver esta publicación en Instagram
Elegir Talleres sin dudar: el llamado del amor
Antes de llegar a la “T”, Ruffino tuvo propuestas de otros clubes, incluso de equipos de Primera como River. También surgió San Luis FC. Pero ninguna opción pesó lo suficiente. Cuando Talleres la llamó para una prueba, no lo dudó. “Lo sentía así —dijo—. Es el club que sigo desde siempre. Soy hincha, mi familia es hincha. No había otra alternativa”.
El detalle no fue menor: en ese momento, Talleres todavía jugaba en la B, mientras que los otros equipos estaban en la A. “No me importó —remarcó—. Vine porque sabía que iba a ser mi casa. Sabía que acá iba a vivir cosas gigantes”.
Su debut profesional lo recordó como una locura. Fue contra Defensa y Justicia, de visitante. “Pensar que iba a entrenar todos los días en el predio, que iba a tener la camiseta de Talleres puesta… es hermoso”.
El presente del femenino y lo que falta
Sobre la etapa que vive hoy el fútbol femenino en Argentina, Ruffino sostuvo que el crecimiento es real y visible. “Es muy positivo. Hay muchos clubes apostando. Muchas jugadoras con contrato, muchas que pueden vivir de esto”. Aclaró que todavía había cosas por mejorar, pero destacó que el camino es firme y que cada avance impacta directamente en las generaciones que vienen detrás: “Trabajamos para que las más pequeñas tengan la posibilidad mañana”.
El sueño que viene: consagrarse con Talleres
Pensar en el 2026 la entusiasma. Ruffino dice que sabe que habría cambios, como todos los años, pero que el objetivo del plantel y del club es siempre el mismo: competir arriba. “Mi mayor sueño es consagrarme con Talleres”, repitió sin titubeos.
“Primero queremos formar un buen grupo —explicó—. Después, ir por todo”. El orden es lógico: así construyeron este año histórico, así se metieron entre los ocho mejores, así estuvieron a un penal de una semifinal. No es casual que insista tanto en lo humano: ese fue el cimiento.
A pocos meses de un nuevo inicio, Ruffino se mostró orgullosa y, sobre todo, preparada. Sabe que está en su casa, en el club que siempre soñó, en el lugar donde quiso escribir su historia. Y sabe también que Talleres creció a la velocidad justa, con la ambición de competir y la calma de hacerlo paso a paso.
“Estamos para grandes cosas”, dijo. Sonó más a advertencia que a frase hecha. Y quizá eso fue lo que mejor resumió este momento: Talleres dejó de ser sorpresa. Talleres ya estuvo en la conversación grande. Y Ruffino, desde el arco, fue parte esencial de ese presente que, para ella y para todo el pueblo albiazul, apenas está empezando.









