Pongámonos en situación. Hoy es un día importante. Eres el anfitrión de una cena que llevas meses organizando y a la que has invitado a personas importantes. En la mesa, una ristra de platos dignos de y bebidas espirituosas varias. Acabada la cena, te das cuenta de que el Champagne se ha quedado a la mitad.
Lo último que harías es tirar ese brebaje mágico por el fregadero. Así que decides utilizar un viejo truco: metes la botella al frigorífico y, a falta de tapón, le calzas en todo lo alto una cuchara. Porque la tradición dice que así no se le escapa el gas.
El ser humano es una especie que, algunas veces, se empeña en mantener costumbres absurdas que se escapan a toda lógica. La de la cucharita en la boca de las botellas de cava o champán es una de ellas.
La sabiduría popular dice que la forma cóncava de la cuchara puede provocar un efecto ola que al chocar contra ella haría que el gas acabase volviendo a la botella. Pero hay más. Una segunda teoría apunta que el hecho de introducir un metal en el cuello de la botella conseguiría enfriar más la zona evitando también la salida del gas carbónico.
En realidad, como es lógico, colocar una cubierto de esta forma no va a evitar que se escapen las burbujas, tal y como explica el profesor y divulgador Carlos Roque en su propio en Enroque de Ciencia, la bitácora en la que aborda distintos temas relacionados con la ciencia. Se trata de un mito instalado en el imaginario colectivo desde hace años y que un experimento realizado por investigadores del Centro Interprofesional de Vinos de Champagne, Francia, se encargó de desmontar en 1995.
Según cuenta Roque, estos científicos decidieron hacer distintas pruebas con las botellas abiertas y vaciadas parcialmente. Unas no fueron tapadas; en otras se colocó una cuchara de plata en su cuello (la creencia popular dice que este metal es mejor para evitar el escape del gas); en un tercer grupo se introdujeron distintos metales a modo de cuchara; con el cuarto grupo utilizaron el corcho original y con el quinto, un tapón hermético.
«Los resultados obtenidos llevaron a una tajante conclusión. Sólo el tapón hermético conservaba la presión. Era el único que impedía que saliera el gas», escribe el divulgador.
En realidad, el Centro Interprofesional de Vinos de Champagne no ha sido el único que se planteó estudiar la cuestión. Un año antes, en 1994, un químico de la Universidad de Stanford también decidió analizar los supuestos poderes de la cucharilla con las bebidas espirituosas en otro experimento un tanto informal. Para ello reunió a un grupo de ocho amigos y familiares y probaron 10 botellas que habían sido descorchadas y refrigeradas durante 26 horas, algunas de ellas con la dichosa cucharita en su cuello. Tras probarlas pudieron comprobar que la cuchara no mejoraba la conservación del gas.
¿Entonces? ¿Es posible conservar las burbujitas de las bebidas espirituosas con algún otro método? Por completo, no. Una vez abierta la botella, el gas se expande y tiende a salir. Ahora, sí es cierto que conservar en frío la botella con un tapón hermético ayudará a que esa pérdida sea muchísimo menor que con una cucharilla de plata.