Una brisa leve, falaz, recorre las primeras horas de esta mañana de enero en Córdoba. No me dejo engañar, la humedad ira copando las sensaciones a medida que avance el reloj. No soy muy amigo del calor; la transcurro como puedo. Una artista inglesa, Lianne La Havas, llena de melodías y ritmo estas palabras. Sus canciones se reproducen una detrás de la otra en Spotify. Ahora la acompaña Tom Misch, otro bestia, que mete unos arreglos de guitarra eléctrica Fender, con su sello: cuerdas limpias, con algún pedal para dar brillo, pero evitando la distorsión. Ella tiene 29 años, él 25 (¡!). Tragedia: la gente talentosa que conmueve a millones ya es más chica que yo. “What you don´t do”, se llama la canción que cantan y la recomiendo al igual que todo el disco “Blood”.
Las ciudades deberían ser como los buenos discos. Quienes tienen la posibilidad (y la responsabilidad) de diagramarlas, deberían pensar, al igual que los artistas, en que el recorrido, la experiencia de aventurarse, esté plagado de disfrute. La utopía de una ciudad disfrutable. (¿Sería tal cosa compatible con el capitalismo…?)
Cuando nos ponemos auriculares o conectamos la compu a un buen equipo de sonido para reproducir buenas canciones, se pueden notar los matices, los detalles sutiles, las búsquedas sonoras rigurosas, estudiadas, la armonía que encuentran los instrumentos, pensados el uno para conectar con el otro. “Pensar las ciudades como los buenos discos”, anoto en un papelito y lo pego con un imán en la heladera.
¿Cuándo se ha visto una canción cuya tonalidad sea, por decir alguna, Sol mayor y aparezcan sorpresivamente instrumentistas que se interpongan tocando en Do menor? No sólo eso, sino que además toquen en otro compas de tiempo. Rara vez se verá tal cosa. Sin embargo en la trama de la ciudad de Córdoba encontramos un sinfín de ejemplos de eso que llamaré arbitrariamente “disonancias torpes”.
Mega emprendimientos inmobiliarios pensados fuera de todo recorrido, de toda traza armónica. Formulados sobre sí mismos, sin el resto de la banda, como un baterista descarriado que rompe con toda la canción irremediablemente. Mega emprendimientos estructurados sólo como el negocio que son. Para unos pocos. Pero que afectan la experiencia cotidiana de todos quienes habitamos y transitamos la ciudad.
La población local va sabiendo –mi sensación es que cada vez lo tiene más claro- que vivir bien es incompatible con un diseño urbanístico pensado desde el lucro, para el “mercado”.
El crecimiento de la ciudad con injertos de hormigón a gran escala, construidos por fuera de toda lógica articuladora con el resto de las partes y las gentes, desequilibra todo, rompe, separa, complica. La disonancia torpe va degradando la canción completa, es decir, la ciudad en su conjunto. De allí se desprenden las consecuencias diarias que todos vemos: los servicios públicos colapsados y deficientes, las enormes dificultades que tenemos para trasladarnos incluso hasta puntos relativamente cercanos, las desigualdades que se expanden espantosamente.
Podríamos hablar de particularidades, pero mejor este primer concepto general, ya que estamos a las puertas de una nueva elección municipal. Cargamos con demasiadas disonancias torpes a cuestas, procesarlas para generar experiencias más amables en lo cotidiano será una tarea titánica. Pero quien la asuma ganará algo mucho más importante que el poder: el recuerdo indeleble de todos quienes vayan y vengan por nuestra ciudad cada día. Ni siquiera hará falta que pongan “esta obra fue hecha por tal”. El reconocimiento será tácito, experiencial, vívido. Más potente imposible.
La lógica no puede ser más la del mercado. Eso ya se ha visto y los resultados negativos están demasiado a la vista.
La brisa leve persiste. El calor finalmente no vino, un alivio. Las ciudades tienen que ser como los buenos discos. Disfrutables. De principio a fin del recorrido.