Ante el nuevo gobierno brasileño de ultraderecha, furioso y perseguidor, que está tocando ya derechos fundamentales de los ciudadanos –especialmente los salarios– y de los de otra condición sexual, necesitamos unir nuestras fuerzas de resistencia y de crítica, por un imperativo ético de salvaguardia de la democracia y de los “commons” que pertenecen al pueblo. Y, como monje franciscano, creo que a este esfuerzo cívico quizás necesitemos sumarle la ayuda del santo preferido de los cariocas: san Jorge. Su historia legendaria nos puede dar ánimo y fortaleza.
Un dragón terrible amenazaba una pequeña ciudad del norte de África. Exigía vidas humanas escogidas por sorteo. Cierto día, la suerte cayó sobre la hija del rey: vestida de novia fue al encuentro de la muerte. Y he aquí que aparece san Jorge, con su caballo blanco y su larga lanza; hiere al dragón y lo domina; le amarra la boca con el cinturón de la princesa y lo conduce, manso como un cordero, hasta el centro de la ciudad. Necesitamos interpretar esta leyenda, pues puede mejorar nuestra conciencia sobre lo que somos realmente.
Sigo las reflexiones de la psicología analítica de C. G. Jung y especialmente de su discípulo preferido, Erik Neumann. Según él, el dragón que atemorizaba y el caballero heroico son dos dimensiones del mismo ser humano. El dragón en nosotros es nuestro inconsciente, nuestra ancestralidad oscura, nuestras sombras, nuestras rabias y odios. Desde este trasfondo irrumpieron hacia la luz, la conciencia, la independencia del ego, y nuestra capacidad de amar y de convivir humanamente, representados por san Jorge. Por eso en algunas iconografías, especialmente en una de Cataluña (Sant Jordi es su patrono), así como en la del brasileño Rogério Fernandes, el dragón aparece envolviendo todo el cuerpo del caballero Jorge.
Somos esta contradicción viva: tenemos la parte de Jorge y la parte del dragón dentro nuestro. El desafío de la vida que siempre nos acompaña y nunca tiene un fin definitivo es que san Jorge mantenga sometido al dragón: no se trata de matarlo, sino de domesticarlo y quitarle su ferocidad. El pueblo siente la necesidad de un santo guerrero y vencedor, como se mostró en la novela “Salve Jorge”, cuyo “script” fue hecho por una gran devota del santo, Malga di Paulo. San Jorge salva a las mujeres prostituidas contra el dragón del tráfico internacional de mujeres.
Lo que hemos estado presenciando últimamente en Brasil, especialmente durante la campaña electoral, y ahora, infelizmente, en el actual gobierno, es la irrupción del dragón. Él amenazaba a todos y cobraba sacrificios; aquí él actuó sin ataduras y se expresó mediante todo tipo de violencia verbal e incluso física contra homoafectivos, indígenas, opositores y mujeres. Es la emergencia de la dimensión perversa de nuestra “cordialidad” que, según Sérgio Buarque de Holanda, puede manifestarse también mediante el odio y la enemistad. Estaba y está siempre presente dentro de nosotros, pero en la condición psico-social-política que se ha creado puede salir de la oscuridad y manifestarse destructivamente.
Ante del dragón, que ganó visibilidad, ¿qué vamos a hacer? Tenemos que despertar al Jorge que está dentro nuestro. Él venció siempre al dragón; vamos a usar las armas que ellos no pueden usar. A las discriminaciones responderemos con la inclusión de todos indistintamente; al odio diseminado contra opositores, responderemos con amor y compasión. A la creación de chivos expiatorios, responderemos con la defensa de los marginalizados e injustamente condenados. A las mentiras y a las visones fantasiosas que nos quieren llevar a la Edad Media, responderemos con la fuerza de los hechos y haciendo valer el sentido de la contemporaneidad.
Hay que vencer el mal con el bien. No responder con los métodos e ideologías excéntricas, que se presentan pretendiendo no tener ideología.