Rubén
Falleció hace más de un lustro, pero sigue vigente. Era doctor y profesor en odontología (ciertas inquinas que mantuvo con Ramón Bautista Mestre nacieron por asuntos de cátedra, en aquellas aulas de las que también egresó Héctor J. Cámpora). Además, uno de los cuadros políticos más completos que, salvando a sus cuatro gobernadores, la historia reciente de Córdoba haya forjado desde 1983. Destacó como legislador y militante, casi como una molesta cuña dentro del angelocismo. Mirado de reojo por los doctorcitos del comité capital que rodearon al jefe -como Molinari, Hernández o Cafferata- y como bicho raro por los linajudos radicales del interior que paseaban su señorío por los pasillos, ganaba la confianza de punteros mientras abría el juego: profesionales, religiosos, dirigentes de clubes, periodistas, académicos o militantes de otros partidos. Le encantaba decir: soy el más peronista de los radicales” y así actuaba.
El doctor”, Rubén”, o Martí”, sintonizaba el nuevo tiempo. Rodeado de laderos a los que exigía. Universitarios como Alfredo Blanco o Hugo Juri. Jóvenes radicales, como Gustavo Santos. Técnicos sólidos, veteranos como Augusto Varas o Luis Ellese; y jóvenes como Roberto Sposetti o Guillermo Marianacci. Figuras ascendientes que amplificaron su protagonismo alcanzando, más tarde o más temprano, los primeros planos en su metier.
Como titular del ministerio de Asuntos Sociales fue eficiente, tanto para resolver asuntos de agenda como particulares entuertos políticos o personales que Angeloz le encomendó. Su triunfo, precedido por la valorada gestión de Ramón B. Mestre (1983-1987), lo posicionó como un gestor diferente. Ya maduro -50 años- sintonizó los glocalismos”, incorporó la planificación estratégica, la descentralización y se volcó a la imparable ola verde. Bajo su conducción tolerante pero implacable (marcó a muchos colaboradores un día de furia en el que, para demostrar su desprecio por una serie de situaciones y planteos, se tomó un frasco lleno de agua contaminada que un técnico de Ambiente llevaba consigo para su análisis) la Municipalidad renovaba su dinámica marcha.
Desde un Palacio 6 de julio bastante menos maltrecho, Rubén dirigía el esfuerzo de poco más de 6.000 trabajadores en una ciudad que arañaba el millón de habitantes, mucho menos desigual. Contó con un presupuesto calzado en el que cada peso, era un dólar. Contaba con una coparticipación significativa, y el nivel de endeudamiento era manejable. Durante toda esa década, diversos esquemas de financiamiento externo beneficiaron al gobierno local. Si hasta designó ad honorem” a Enrique Iglesias, mandamás del BID, para que pudiera darse el gusto de casar en un Registro Civil local a sus parientes. Aquella cercanía abrió el respaldo para desembolsos importantes, que, incluso, fueron usufructuados por administraciones posteriores.
Martín
El nuevo inquilino de la casa municipal apeló a la leyenda de Rubén, como inspiradora de los lineamientos generales de su acción de gobierno; reivindicando el compromiso medioambiental; apelando a la visión modernista, tecnológica, internacionalista, que el odontólogo insufló a la ciudad. Pero, claro, los años no vienen solos. Más de 10.000 empleados carísimos y de cuestionada productividad, hoy se amontonan en las poco cuidadas instalaciones locales. La ciudad bordea el millón y medio de habitantes, pegada a municipios vecinos que le absorben servicios, replegada en ghettos de ricos o pobres que la distorsionan; la pobreza ronda el 36% y la indigencia explica algo más de un 10%, según diversos estudios.
Su gabinete no muestra distintos”. Tampoco apertura. Martín no es el más radical de los peronistas”: abundan novatos, sin suerte al convocar cuadros de más experiencia.
Se sabe que Martín, en la plenitud de un cursus honorum que lo llevó a conducir dos municipios y alcanzar una banca en el Congreso y la vice gobernación de la provincia, ha previsto una rotación importante de funcionarios. Su expectativa, antes de asumir, era una renovación ente los diez y doce meses de mandato. ¿Es, en definitiva, este elenco que hasta aquí no mostró mayores luces, carne de cañón” que permite descomprimir presiones y pedidos del demandante Distrito Capital justicialista? Una apuesta de riesgo, que no sorprende en su avezado ejecutor.
Pero, también, Martín estaría desencantado con algunos de sus” funcionarios. Pasa jornadas fastidiado por imprevistos y la impericia en su abordaje. En el Palacio, alguien sincera: las secretarías son espacios enormes, inmanejables”. Muchos de los que vinieron a realizar experiencia para asumir en cuatro años” -frase harto escuchada- desafíos más importantes, quizá pronto podrían encontrar la salida. Se acumulan críticas en ámbitos sensibles.
Entre lo que rescató del pasado, Martín muestra a Marianacci en Participación Ciudadana. ¿Suma? Se sabe: Rubén nunca consideró la descentralización política; decía que la ciudad no estaba preparada para ello. Martín ha dejado hablar a sus funcionarios, pero no está claro el rumbo, pese a los anuncios. La red de CPC original, poco amplificada, se orientó para atender servicios de una población muy inferior y más integrada. Sus métodos de planificación, en una comunidad mediada por las redes sociales, se habrían actualizado e irían más allá de las reuniones de algunos vecinos como se informó recientemente. Tampoco está claro el rumbo de la red metropolitana, que Marianacci veía en 1997 (según entrevistas) como una asociación regional entre ciudades distantes (sólo consideraba conurbano el vínculo de Córdoba con La Calera y Saldán). ¿Hacia dónde irá hoy?
Demasiadas dudas para un Martín que hasta aquí, pese a las invocaciones, se sabe sin aprobar el examen.