Lucio Aurelio Cómodo (161-192) fue un tristemente célebre emperador romano; megalómano, hundió a su propia dinastía -aun descendiendo del gran Marco Aurelio- e inauguró tras su asesinato y defenestración una variante hermenéutica para el vocablo commodus” (confortable); a los sustantivos y adjetivos usuales se le suma amante del regalo” -según la siempre coqueta RAE- y todos sabemos a qué nos referimos, cuando lo proyectamos a escenas de la vida contemporánea.
Los políticos argentinos, en plena pandemia, aparecen grotescamente cómodos” a la vista pública. Satisfechos ellos, insensibles frente al mundo real, se pierden en laberintos horribles. Le piden al Presidente que les diga que mierda” se inyecta a los inoculados con la Sputnik V; se enfocan en cuánto puede importarle a algún colega -con nombre y apellido- que los bares cierren más temprano tras las obligadas restricciones; o identifican a los contribuyentes de impuestos con víctimas de una violación. Despreciando el respeto, el esfuerzo, la innovación, la seguridad pública y la honorabilidad, cuando en el país los pobres ya orillan los 20 millones de personas de carne y hueso.
Veinte millones: sin ideas para afrontarlo, su destino será inexorablemente malo. Carne de cañón de toda crisis, flanco débil de cualquier intento de rescate nacional, por décadas. Mientras la negación de los problemas que supone su abordaje superficial enerva la impotencia de los bien intencionados.
Córdoba también se desmorona: según la Dirección de Estadísticas (segundo semestre de 2020) tenemos 693.600 pobres (41,6%); 116.000 de las cuales son indigentes (7%). La cifra ha aumentado un 11,5% desde 2018 (sí: leyó bien, más de un 10% en tres años). En ese mismo lapso, según la Superintendencia de Riesgos del Trabajo la provincia ha perdido 4.045 empresas (sí: leyó bien, mientras se cerraban 4.000 emprendimientos aparecieron casi 200.000 nuevos pobres).
Córdoba posee una economía más diversificada que gran parte de las provincias argentinas, ubicándose en un selecto lote donde la creación de riqueza es un asunto todavía afincado en el aprovechamiento de sus recursos como base de los tres sectores, más el empuje del sector privado (inversión, investigación y desarrollo, cadenas de valor, búsqueda de oportunidades). Ello ha explicado décadas trascendentes en la creación de empleos, capital, atracción demográfica. Pero el vacío actual es innegable. En 1957, tras dos lustros que revolucionaron la idea productiva en Córdoba, la industria manufacturera explicaba el 24,17 del producto bruto provincial, la agricultura su 17,6%, el comercio el 10% y la construcción, el 6,34. En 2019 (último dato disponible) el volumen de las manufacturas cayó estrepitosamente al 13,11%; la agricultura subió al 24%, la construcción se mantiene en un 7,04% y el comercio se expandió al 16,73%. En tanto, la incidencia del gasto público, que era el 3,34% en 1957; hoy se estima en un 7-8% ponderando variables actualmente desagregadas (seguridad, educación, salud, subsidios).
Nación y provincias siguen montando estructuras destinadas a la industria, a la producción, a la promoción de las exportaciones, la innovación: muchos sueldos y pocas buenas ideas. En paralelo, las Constituciones crearon y la legislación instrumentó Consejos Económicos y Sociales, destinados a encontrar nuevas maneras de recrear y concertar la oferta, la demanda, el consumo, la calidad de vida, el bienestar. Pero las distancias se hacen irremontables. Y la culpa, independientemente del fracaso del Estado en consolidar un proyecto socioeconómico virtuoso en el país y en la provincia, es colectiva: fallaron muchos nodos en esta auténtica cadena de valor”, probablemente la más importante.
Todavía quedan muchos puestos de trabajo por proteger, economías regionales que mantener, subsectores que necesitan renovarse para crecer (y crecer para sostenerse). A modo de ejemplo, Córdoba es una de las pocas provincias que aún mantiene un sistema de salud mixto y se han encendido las luces de alerta roja; y el sector trasciende la prestación hospitalaria y se proyecta sobre rubros sensibles, como la fabricación de medicamentos, mobiliario, equipamiento, vestuario, insumos, servicios de capacitación. En 2011, las empresas cordobesas del sector (sin las clínicas privadas) llegaron a facturar 150 millones de dólares, y peleaban espacio a tradicionales rubros, como el metalmecánico. Hoy han retrocedido, al punto que parte del sector, según sus protagonistas, no sobrevivirá.
Emprendedores que han realizado inversiones más que significantes (muchas de ellas en los últimos 20 años), analizan vender, fusionarse y recortar, cerrar, mudarse de jurisdicción. Señalan que, sin reglas para el mediano o largo plazo, como reducción de la presión fiscal, mejor manejo de las autorizaciones para importar y una administración menos politizada del pago de prestaciones, cápitas, o bienes provistos, será imposible sostener el nivel de compromiso. Así no se puede seguir”, dicen a coro. Y el ejemplo resume pandemia, cooperación público-privada, innovación, fomento de los emprendimientos, creación de una cadena.
En tanto, oficialismo y oposición continúan sus riñas en la Legislatura, sin que el drama cotidiano motive un debate proactivo por una sola vez. Se conoce cada vez menos sobre los planes del Gobierno a mediano plazo, y aún sobre lo que acontece día a día. La publicidad oficial satura con nimiedades. La Argentina y Córdoba se hunden cada año un poco más, los datos lo demuestran. Alguna vez la dirigencia deberá salir de la comodidad.