La Cumbre sobre el Clima convocada por el presidente Joe Biden, supone un grito de alarma. Si no detenemos el calentamiento hasta un límite de 1,5 grados, conoceremos un peligroso exterminio de la biodiversidad y millones de emigrantes climáticos que, no pudiendo adaptarse a los cambios y habiendo perdido sus medios de subsistencia, se ven obligados a abandonar sus patrias queridas y a romper los límites de otros países, causando graves problemas sociopolíticos.
El CO2 permanece en la atmósfera cerca de 120 años. Hemos despertado tarde a su toxicidad sobre los sistemas vivos. En los últimos años ha ocurrido algo que asusta mucho: el deshielo rápido del permafrost, la parte congelada que va desde Canadá y atraviesa toda Rusia.
Aumenta también el deshielo rápido de los casquetes polares y de Groenlandia.
Este fenómeno agrava el calentamiento global porque el metano es 25 veces más nocivo que el CO2. Cada cabeza de bovino, por rumia y flatulencia, emite entre 80-100 kg de metano lanzados a la atmósfera. Imagínese lo que significa tal cantidad, con todos los rebaños del mundo. Piénsese que, en muchos países de Sudamérica, como Argentina o Brasil, el número de cabezas de bovinos es mayor que su población humana.
Por mucho que hagamos, debido a la acumulación excesiva de gases de efecto invernadero en la atmósfera, no tendremos cómo evitar efectos extremos. Estos vendrán: huracanes, sequías prolongadas, veranos extremadamente calientes y nevadas excesivas, erosión de la biodiversidad, pérdida de la fertilidad de los suelos y otros. Lo que podemos y debemos hacer es prepararnos para cuando vengan, y así aminorar sus efectos desastrosos.
Nadie en la Cumbre del Clima tuvo el valor de señalar las causas primordiales de nuestro calentamiento global: nuestro modo de producción capitalista, en cuyo DNA está el crecimiento ilimitado, que demanda la extracción ilimitada de recursos naturales hasta el punto de debilitar fuertemente la sostenibilidad del planeta.
Una Tierra finita no tolera un proyecto infinito. Aquí está la causa, entre otras menores, del calentamiento global. Todos sabemos que aquí reside la cuestión originaria. ¿Por qué nadie la denuncia? Porque ella es directamente anti-sistémica, porque hiere el corazón del paradigma moderno científico-técnico del desarrollo y del crecimiento ilimitado, con el que los Estados y las empresas están comprometidos. Se verían obligados a cambiar, lo que iría contra su lógica, pero no quieren, porque el lucro prevalece sobre la vida.
Solamente el presidente argentino, Alberto Fernández, tuvo el valor de denunciar: La contaminación es el camino hacia el suicidio”. Su afirmación se afina con la declaración realizada hace pocos años por la Academia Norteamericana de Ciencias, más o menos en estos términos: Si no lo cuidamos, el calentamiento puede dar un salto abrupto”, tal fue la expresión empleada, hasta alcanzar en poco tiempo unos 4 grados centígrados. Con ese calor, se afirma, difícilmente las especies se adaptarán y millones desaparecerán, incluso millones de seres humanos.
Prácticamente todos lamentan que los decisions makers” políticos y empresarios muestren grave insuficiencia en la conciencia de los peligros que pesan sobre nuestra Casa Común. No se descarta que ocurra algo semejante a lo que ocurrió con el Covid-19. No obstante la advertencia de los especialistas en virus, de que estaríamos en la inminencia de la irrupción de un virus grave, muy pocos se preparan para esa eventualidad. Por eso es imprevisible un salto hacia un nuevo nivel de conciencia colectiva que nos permita inaugurar una nueva normalidad diferente de la anterior, perversa para la humanidad y para la naturaleza.
Preguntamos: ¿hemos aprendido las lecciones enviadas mediante el contraataque de la Madre Tierra a la humanidad a través del Covid-19? A juzgar por el descuido generalizado parece que permanecemos en la ilusión de volver a la antigua e inicua normalidad.
A pesar de todos los pesares, creemos y esperamos que la humanidad va a aprender con el sufrimiento, y ojalá con amor: o cambiamos o, en palabras de Zygmunt Bauman pronunciadas una semana antes de morir, vamos a engrosar el cortejo de los que se dirigen hacia su propia sepultura.
La historia humana y natural nunca es lineal; conoce rupturas y da saltos hacia arriba. Ella nos está invitando a reinventarnos. No bastan meras mejorías parciales, y poner gasas y vendas sobre las llagas del cuerpo herido de la Madre Tierra. Estamos obligados a un nuevo comienzo.
El mismo Sigmund Freud, aunque escéptico, ansiaba el triunfo de la pulsión de vida sobre la pulsión de muerte. La vida está llamada a más vida y hasta a la vida eterna: la Tierra ha pasado por 15 grandes destrucciones, pero la vida sobrevivió siempre. No irá a autodestruirse ahora. Entrevemos un aprendizaje difícil de toda la humanidad, porque no tenemos otra alternativa sino ésta: o vivir o perecer.
Con esta esperanza esperante acabo de publicar un libro, más optimista que pesimista, pero de un realismo viable, que busca asegurar un horizonte promisorio: El doloroso parto de la Madre Tierra, una sociedad de fraternidad sin fronteras y de amistad social.
¿Es una utopía? Sí, pero necesaria para que podamos caminar. Conviene recordar que lo utópico pertenece a lo real, hecho no solo de datos comprobados, sino también de potencialidades ocultas, que esperan realizarse para irrumpir y permitir una nueva huella en el suelo de la historia. No vale pisar sobre huellas hechas por otros; tenemos que crear nuestras propias huellas.
Música nueva, oídos nuevos. Crisis nuevas, respuestas nuevas. Todavía tenemos futuro.