La historia y la geografía de China se presentan inconmensurables, como sus etnias, que apenas diferenciamos de otras razas orientales, aun cuando integren nuestro paisaje, sin que este hecho facilite conocerlos mejor. Pero, actualmente, el país asiático es el segundo destino para las exportaciones argentinas, y en el último trienio (datos de Cancillería) el comercio bilateral promedió los 16.000 millones de dólares anuales -en 2006 rondaba los 3.500 millones-. En el Mercosur, ha multiplicado por 11 el volumen de sus transacciones solo en lo que va del siglo XXI.
El PBI chino es el segundo del planeta: 14 billones de dólares (2/3 del PBI de EEUU). Iniciada la posguerra, el PBI norteamericano era la mitad del mundial; esa participación se ha reducido al 25%, creciendo a tasas fenomenales la injerencia de China en la torta económica global.
Sobresale su siglo XX, que en breve recorrido conjuga la transformación económica de un país multiétnico, predominantemente pastoril, de relativo estancamiento -lejos de la revolución industrial-, a megapotencia; y en lo político, el fin del imperio, un ensayo de organización republicana atravesado por la guerra civil y la presión del invasor imperio japonés, llegando a la Guerra Fría e instalando un régimen de partido único. Kissinger señala en su libro China” (2012) que, para entender su cultura, es necesario considerar que se trata de una civilización que no tiene un comienzo: ha existido siempre. Los períodos de discontinuidad y falta de unidad son aberrantes para la cultura china. Esta percepción contribuye a engarzar las dinastías imperiales con su gobernanza contemporánea, pues frente a un fenómeno que eventualmente pueda producir discontinuidad, la cultura china procura alcanzar toda solución posible, por lo general imponiendo estricta autoridad para mantener el orden.
Los 100 años de fundación del Partido Comunista Chino (PCCh), en medio de disputas sobre cómo organizar la república y qué hacer frente a Japón, permitieron conjugar tradición con futuro.
Los líderes comunistas chinos se nutren de visión y experiencia propias. La posguerra mostraba un país urgido por necesidades, que afirmaba su rumbo político en base al dominio de la burocracia y el Ejército. Buscando un proyecto socioeconómico superador, surge la política maoísta denominada Gran Salto Adelante (1957), trasplante de prácticas productivas al campo, mediante comunas populares” encargadas de colectivizar la actividad agrícola e industrial. El fracaso organizacional y las catástrofes naturales determinaron pérdidas económicas, hambrunas, enfermedades y millones de muertes.
En 1961, la burocracia política -sobresaliendo Deng Xiaoping, secretario del Comité Central del PCCh- exige a Mao un repliegue. En 1964, China entra al club atómico”. Un año después, Mao -que seguía controlando el Ejército- regresa con la Revolución Cultural, soliviantando a millones de jóvenes, que con El pequeño libro rojo” bajo el brazo, se alzan contra la conducción partidaria.
La crisis social y económica exige detener el tembladeral generado por la Revolución Cultural, finalizando en 1969. Un entendimiento con Kissinger y Nixon (1971) consolida a Mao, pero su salud decaerá y no podrá impedir la disputa por sucederlo al morir (ocurrida en 1976). En 1977, Xiaoping recupera cargos políticos, desmantela las comunas maoístas, pero se resiste a una reforma política que implicara salir del régimen de partido único. Inaugura las relaciones diplomáticas y comerciales con los EEUU. Tras remover a los últimos jerarcas que lo vinculaban a la etapa anterior, avanza en las llamadas cuatro modernizaciones” y se enfoca en la transformación de las bases productivas, tecnológicas, científicas y de defensa del país, aplicando una estrategia de mercado.
El ingreso gradual de China en la economía global partió con altos costos sociales y políticos. Xiaoping controló las estructuras burocráticas y militares, sin admitir una reforma al estilo Gorbachov en URSS.
En este siglo, se consolida la vocación china de alcanzar el liderazgo mundial en 2050. El actual mandatario, Xi Jinping, propone el sueño chino”, dirigido a la quinta generación de la etapa republicano-comunista. Su mirada de la historia reciente (que cuestiona parcialmente a Mao, y relativiza a Deng), el culto a su personalidad y las modificaciones realizadas al orden político-constitucional (entre purgas y reformas consolidó su poder y allanó su reelección), se complementan con las famosas tasas chinas” (el FMI calcula un 8,4% para 2021), y gigantescas inversiones fuera del país. Según datos de 2017, China invierte anualmente más de 120.000 millones de dólares en más de 6.200 empresas de 174 países.
Jinping incrementó los presupuestos de diplomacia dura” y blanda” (en especial la multiplicación de Institutos Confucio en el mundo). Los gastos en defensa oscilan los 200.000 millones de dólares. La élite de la gran nación de naciones pone quinta”: solo un tramo en su historia milenaria, lo suficientemente contundente para ponerla en el centro del mundo, con una demografía a la que pocos países del mundo pueden oponer resistencia.
El tiempo dirá si alcanza la meta, como también si sus aparentes fortalezas (capacidad de mando de una comunidad inmensa y mayoritariamente receptora de las más duras determinaciones, permeable a los objetivos) no se transforman en su talón de Aquiles.