La reciente revelación del descubrimiento de los restos de 215 niños indígenas, algunos de tan solo tres años de edad, en una fosa común sin identificación en la provincia canadiense de Columbia Británica, conmocionó a muchos canadienses, generó un profundo dolor entre las comunidades originarias y abrió un nuevo debate sobre las políticas coloniales pasadas y presentes del país.
Este descubrimiento es la culminación de décadas de trabajo llevado a cabo por la Tk’emlúps te Secwe̓pemc, que utilizaron georradares para localizar los restos de los niños en la Escuela Residencial de Kamloops. Ahora trabajan con la policía y los forenses para seguir documentando el sitio, y lamentablemente esperan encontrar más cuerpos a medida que el trabajo continúe.
Hoy los pueblos originarios de Canadá son comunidades fuertes y dinámicas integradas por más de 1,4 millones de personas, que representan a más de 50 naciones y lenguas diferentes en todo el país. Pero desde los comienzos de la exploración y el dominio británico, la política del gobierno canadiense buscó en forma sistemática marginar, desposeer y borrar del mapa a los pueblos indígenas.
Para comprender esta tragedia, es importante entender la profundidad del proyecto colonial en Canadá. Hay un amplio reconocimiento del pasado del país por parte del gobierno actual, y uno de sus rasgos principales es el sistema de internados escolares. Desde 1883 hasta 1996, más de 150.000 niños indígenas fueron arrancados del seno familiar y obligados a concurrir a internados de gestión religiosa y estatal, con frecuencia a gran distancia de sus comunidades de origen.
Rara vez estos internados brindaban educación; en cambio, servían como ámbitos para matar al indígena en el niño”: se les prohibía hablar en su lengua nativa o practicar su cultura, y con frecuencia eran víctimas de violencia, abuso sexual e inanición, entre otros horrores. Las enfermedades se diseminaban con facilidad en estas instituciones subfinanciadas, y mataban a miles. Muchos simplemente desaparecían y sus familias jamás eran notificadas ni recibían sus cuerpos para darles sepultura.
En 2015, una Comisión para la Verdad y la Reconciliación nacional, con mandato de documentar la historia de las escuelas, escuchó a casi 7.000 testigos y confirmó que el sistema era una forma de genocidio cultural. Estas conclusiones fueron aceptadas ampliamente por el gobierno canadiense, pero se hizo poco para reparar los profundos daños causados por el sistema de internados escolares. La Comisión también llamó a una disculpa por parte del papa, ya que la mayoría de las escuelas estaban bajo el control de la iglesia católica, una disculpa que hasta el momento no ha llegado.
La tragedia de tantas muertes innecesarias de niños sacudió los cimientos del país. La existencia de una fosa común también resaltó la escasa comprensión que los canadienses que no descienden de los pueblos originarios tienen del gran impacto que tuvieron los internados escolares. Durante años, los sobrevivientes de estos internados hablaron de haber visto asesinatos o entierros de niños, y la existencia de tumbas sin nombre es bien conocida dentro de las comunidades indígenas. La revelación sobre los niños asesinados en la Escuela Residencial Kamloops –solo una de las más de 130 que funcionaban en Canadá– no será la última, y les ha dado a los canadienses no indígenas un vislumbre del profundo horror, del trauma intergeneracional y del dolor de una comunidad tras décadas de política racista.
Descolonizar Canadá
Como muchos indígenas han remarcado, 1996 (el año en que cerró el último internado escolar) no está muy lejos en el tiempo. La historia colonial de Canadá sigue en desarrollo en la forma de políticas de protección infantil que continúan separando familias, proveyendo vivienda inadecuada, tolerando la falta de agua potable en la reservas, posibilitando la persistente desigualdad en la riqueza y promoviendo altos niveles de encarcelamiento y los deficientes resultados en términos de salud que enfrentan los indígenas. Son las políticas coloniales que han permitido que el mercurio envenene a una comunidad indígena durante medio siglo, y la inacción de Canadá respecto del cambio climático está impactando en primer lugar en las comunidades indígenas.
Hay señales de que el trágico descubrimiento de Kamloops puede ser el comienzo de un proceso complicado, aunque enormemente necesario, que permita ajustar cuentas: la Cámara de los Comunes aprobó hace poco una moción presentada por los socialdemócratas (NPD) para poner fin al controvertido cuestionamiento del gobierno a dos sentencias de la Corte que involucraban a niños indígenas arrancados de sus familias por medio de un sistema de protección infantil que sufre subfinanciamiento crónico, aunque aún está por verse si el gobierno liberal de Justin Trudeau se sentirá obligado a respetarla.
Las instituciones están reconsiderando su veneración de los padres fundadores del sistema de internados escolares, y donde ellas reaccionan con lentitud, algunos canadienses fuerzan el cambio demoliendo sus estatuas.
La verdadera prueba de lo que significa el descubrimiento de los restos de esos 215 niños vendrá mucho después de que las banderas dejen de estar a media asta. Implicará ofrecerles verdad y justicia a las familias y comunidades que perdieron a sus hijos de esta forma inconcebible. También requerirá una labor profunda e incómoda para los canadienses blancos, y un cambio real en las políticas de gobierno que siguen dañando a las comunidades indígenas.