En el centenario del nacimiento compartimos algunos pasos episcopales de Enrique Angelelli en su Córdoba natal.
A los 38 años, en marzo de 1961, fue ordenado obispo en la Catedral de la ciudad, con numerosa presencia de trabajadores y trabajadoras de las seccionales barriales de la JOC, que celebraron festivamente la elección de su asesor. Siguió usando la misma moto Puma que él denominaba “Providencia”, porque sólo con la “ayuda” de Dios llegaba a destino; hasta que el arzobispo Castellano fue sugiriendo el reemplazo por su “dignidad” episcopal. La prudente respuesta fue: “con la moto puedo ir a todos lados sin que me salga caro”, y lo hizo hasta que las nuevas tareas modificaron sus hábitos.
La designación del papa Juan XXIII apuntó a instalar los aires de renovación, difíciles en el contexto del tradicionalismo católico cordobés, pero recibidos con algarabía por el numeroso clero joven de la arquidiócesis.
El mendigo de San Martín
Un inusual y precursor perfil episcopal se mostró enseguida. Con motivo de la primera misa de Luis Ramallo, en barrio San Martín, en 1962. Angelelli acompañó a la comunidad parroquial. En los festejos, un linyera conocido de la zona obsequió al nuevo cura una estampa con una inscripción manuscrita en latín: “sacerdos in aeternum”. Sorprendido, recibió la confidencia: “Soy sacerdote”. Ramallo se la transmitió al obispo allí presente. Desde hacía 40 años, el anciano Lorenzo Comet vivía en las obras en construcción de la zona. Había tenido un kiosco de diarios, pero se fundió. Después, lustró zapatos, hasta que se abandonó a vivir de la caridad pública. Los vecinos proveían ropa y comida a un mendigo amable, reservado, aseado.
¿Quién era? Enviado como misionero de su España natal, recaló en la parroquia de San Martín. hasta que el rigorismo canónico, por realizar bautismos sin autorización, le generó conflictos con el párroco Cabrera, que terminaron con la quita de sus licencias sacerdotales. Cuando su vida se agotaba, con más de 80 años, se produjo el encuentro con el obispo auxiliar, que regularizó su situación con prontitud, sin perderse en la maraña de la burocracia canónica. Con la ayuda de otros sacerdotes, el padre Lorenzo Comet se preparó para su segunda “primera” misa en la capilla Cristo Obrero. Angelelli se revistió con sus mejores y coloridos atuendos episcopales de la época, para reafirmar que el obispo estaba a su lado, reparando el maltrato de la institución eclesiástica por tantos años.
También por gestiones del obispo se alojó en el Hogar Municipal de Ancianos de San Vicente (hoy Barrio Muller), donde siguió como cura, ayudando a varias parroquias.
“En el mismo paredón”
En el conflicto gremial de la fábrica de pilas Soltrón, en Jesús María, los patrones recurrieron en 1962 al obispo Angelelli para frenar el apoyo a los obreros de los sacerdotes del lugar. El obispo viajó a Jesús María y los recibió en el Seminario. “Angelelli estaba callado -relató uno de los curas- escuchaba con atención y sin interrumpir a los empresarios. Pensamos que nos había dejado solos… cuando hubieron terminado, el obispo dijo: ‘Si estas injusticias continúan, algún día estaremos en el mismo paredón, ustedes los patrones y nosotros los curas. Ustedes por no haber sabido practicar la justicia social. Y nosotros por no haber sabido defenderla’. Les dio la mano y los despidió”.
Comer con los obreros
En las canteras de Yocsina, sus propietarios, católicos de tradicional prosapia cordobesa, promovieron la radicación de una comunidad de religiosas para hacer obra social con los obreros. Por ausencia del arzobispo Castellano, el obispo auxiliar fue invitado a bendecir las instalaciones. Sara Astiazarán, entonces superiora de las religiosas carmelitas, relató los hechos. Monseñor Angelelli al hacer la reflexión afirmó “lo difícil que les iba a ser (a las religiosas) estar al lado del Cristo sufriente en esos hermanos con rostros quemados por la cal, y a la vez estar de acuerdo también con la parte empresaria.” La señora Allende Posse interpeló al obispo, porque sus palabras servirían “para crear cizaña entre los obreros y ellos”. En vano Angelelli intentó explicar que se trataba de la enseñanza evangélica. Pero menos aceptado fue su gesto de compartir el almuerzo con los obreros, en mesas alejadas de los patrones, donde estaba reservado un lugar para el obispo. La “descortesía” fue denunciada al arzobispo Castellano, apenas regresó de Roma, por la señora Allende Posse, su madrina episcopal.
En diciembre de 1963, en la “Exhortación pastoral”, el obispo Angelelli denunció “la desocupación, carestía de la vida, bajos salarios, escaso rendimiento del poder adquisitivo, alto déficit de viviendas, hospitales abarrotados, niños enfermos y desnutridos, carencia de asistencia médica social, vigorosa y congruente”. Y llamó a “declarar de inmediato la guerra al hambre, a la miseria, a la falta de techo…”
Angelelli en Córdoba despertó esperanzas en los trabajadores y en los sectores populares. Pero también generó resistencias en quienes, refugiados en el catolicismo preconciliar, se sintieron molestos por sus acciones y palabras. Insinuaciones martiriales que se consumaron en el crimen del 4 de agosto de 1976 en La Rioja.