En el capitalismo de flujo se mide el PBI, se analizan las políticas públicas de ingresos y consumo, el coeficiente de Gini que mide la desigualdad de ingresos, el Gasto Publico, su déficit y superávit primario y financiero, el importe de importaciones y exportaciones, etc.
Mirar solamente los conceptos de flujo –ingresos y gastos- sesga los análisis porque invisibilizan la distribución de la riqueza acumulada que es lo que realmente empodera a quienes la poseen y hace dependientes y vulnerables a quienes no la tienen y deben pagar rentas a los propietarios.
La revivida reivindicación de la propiedad privada del siglo XIX que se volcó a nuestra constitución nacional en contraposición con el rol social del capital de la Encíclica Laborem Exersens de León XII que dio inicio a la doctrina social de la iglesia y la hipoteca social de la Encíclica Populorum Progressio de Pablo VI, ratificadas y enfatizadas por Juan Pablo II y Francisco I, que pesa sobre ella en relación a su distribución, uso, transferencia y sucesión intergeneracional de los últimos 140 años.
El neoliberalismo rechazó la distribución de la riqueza desde los 70/80 del siglo pasado, pero en este siglo aceptó que existe una vía filantrópica para desarrollar capital social y en especial el capital ambiental, luego que se demostró la influencia de los riesgos ambientales en sus resultados.
El anarco-capitalismo, enfatiza aún más el rechazo a la justicia social y mucho más los impuestos que afecten a la propiedad que permitan la redistribución del ingreso y la riqueza por parte del Estado, a los que considera “un robo”, o las regulaciones que limitan el uso y especialmente el abuso de “la propiedad privada”.
En ambos casos, sea por el uso y abuso de medidas de ingreso y consumo que miden el neoliberalismo y keynesianismo, o por el rechazo absoluto de la Justicia Social el capitalismo de flujo guia las decisiones del Estado y en consecuencia gran parte de la sociedad, los medios terminan sometidos a la lógica financiera de los mercados, una lucha permanente por el ingreso y una exageración consumista en la que todo se vuelve líquido.
De todas maneras, el éxito sectorial o de países se revela en aquellos casos en los que las políticas públicas y el comportamiento ciudadano se centra en la capitalización de personas, familias, comunidades, empresas, regiones y países.
Por ello el debate entre alternativas liberales, keynesianas, neo liberales o anarco capitalistas son discusiones bizantinas que no resuelven la cuestión de fondo sobre la riqueza, la propiedad privada, su uso y abuso, que han impuesto un capitalismo de flujo en el que solo importa la distribución de ingresos y el consumo promovido por un marketing y un fetichismo que estimula los sentidos, lo afectivo y el miedo que nos mantiene sometidos.
Así, mientras los más capitalizados y poderosos ejercen su poder, ha llevado a muchos a renunciar a tener una vivienda, un estudio avanzado, un ambiente sostenible y un capital social que nos empodere colectivamente.
Por ello procuran desde el Estado cooptar y atacar todas las formas de organización civil –sindicatos, organizaciones sociales, clubes, universidades, etc.- que se atrevan a desafiar el poder del Estado, las empresas concentradas, los propietarios y las entidades financieras que así obtienen rentas –inmobiliarias, monopólicas o financieras– aumentando su riqueza, promoviendo el consumo irresponsable con dinero y capital que no tenemos.
Sin embargo, en muchos casos pequeñas experiencias en Cooperativas y Mutuales, pero también en grandes países como China luchan por capitalizarse en infraestructura y capital de uso común, tecnologías de código abierto, viviendas, educación y salud para todos, y cuidado del medio ambiente (la Casa Común).
Los indicadores de riqueza o stock, se refieren a producto neto geográfico, inversión bruta y neta fija, pobreza estructural o multidimensional -vivienda, nivel educativo, cobertura de salud, derechos previsionales, deudas y ahorros acumulados, etc.- que son la base de la productividad, la independencia económica y la autonomía de las decisiones, que es la verdadera libertad. Algo que ya siendo utilizado en muchos países vecinos impulsados por CEPAL.
Los indicadores de riqueza o stock, se refieren a producto neto geográfico, inversión bruta y neta fija, pobreza estructural o multidimensional -vivienda, nivel educativo, cobertura de salud, derechos previsionales, deudas y ahorros acumulados, etc.- que son la base de la productividad, la independencia económica y la autonomía de las decisiones, que es la verdadera libertad. Algo que ya siendo utilizado en muchos países vecinos impulsados por CEPAL.
Los indicadores de flujo, solo nos consideran trabajadores por necesidad, consumidores ávidos o compulsivos sometidos a los algoritmos, incapaces de organizarnos y juzgar objetivamente los hechos, por lo que solo es posible un mundo líquido, con amores, miedos y odios líquidos.
La financierización que busca la rentabilidad a corto plazo y produce la especulación, completa un círculo vicioso en el que la excesiva concentración de la riqueza es como una serpiente que se devora a sí misma desde su cola, porque destruye el consumo que necesita para sobrevivir.
Las herramientas de medición definen aquello que podemos pensar, como un martillo solo sirve para golpear, por lo que es hora que dejemos de medir el éxito o fracaso con medidas de flujo – PBI, ingresos, gasto, consumo, el coeficiente de Gini, pobreza por ingreso, gasto público, su déficit o superávit, etc. y comencemos a medirlas también con indicadores de stock de la riqueza.









