Un mandato gubernamental completo dura 1.461 días. De allí que las primeras 100 jornadas parezcan un porcentaje inferior del trayecto. Pero -ya lo advirtió Maquiavelo hace algunos siglos- se trata de un tramo relevante de cada gestión, en donde se tiende a implementar medidas claramente indicativas del rumbo: conformación del gabinete (personas y cargos), primeros anuncios de medidas (y su intento de implementación), líneas de relación con el resto de los poderes del Estado, proyectos de decretos o de leyes destinadas a cambiar la vida de los ciudadanos.
Javier Milei transitó estos tres meses a puro vértigo. Su última semana es un extracto de tal torbellino:
– Funcionarios eyectados sin tener muy claro por qué. Su última víctima fue el secretario de Trabajo, Omar Yasin, a quien se le adjudica responsabilidad por el reciente aumento de sueldos, de casi el 50%, firmado por el presidente para él y toda la planta política (finalmente derogado cuando la medida tomó estado público a través de la prensa);
– Vilipendio irrestricto y generalizado, incluida los trolls de “espontáneos amigos presidenciales” a la vicepresidente (como le gusta que la llamen) Victoria Villarruel, tras habilitar ésta, porque no había mucha alternativa jurídica ni política, el tratamiento del DNU 70/2023, categóricamente y palmariamente rechazado por el Senado (una fuerza de trolls que, escandalósamente, uno de los periodistas principales del matutino Clarín informó que son pagados con los fondos reservados de la AFI, ex SIDE, con el dinero de los contribuyentes);
– Una inflación que sigue sin ceder, pese a la traumática recesión y licuación de ingresos instrumentada por el “Toto” Caputo;
– Relevos en la Casa Militar, que no fueron explicados;
– Y un nuevo intento de “Ley ómnibus, que hasta aquí no parece reflejar alguna lección aprendida, tomando en cuenta el rotundo fracaso del anterior.
El presidente confía en la receta que lo llevó a la Rosada, sosteniendo la disrupción con instituciones y política tradicional. La adhesión del votante común, según los chequeos de percepción que sus adláteres difunden, se estaría ratificando. Las encuestas de opinión pública dicen, diametralmente, otra cosa.
¿Y por casa cómo andamos?
Martín Llaryora sigue sin encontrar el ritmo justo para una gestión que intenta proyectar en dos planos: en lo nacional, mostrarse como una alternativa al “estilo Milei”: no está claro si lo está logrando, amén de su presencia en medios que quizá lo hagan más conocido; en lo doméstico, mostrarse como una continuidad de gobiernos “hacedores”, armando un elefantiásico gabinete, donde conviven peronistas tradicionales, llaryoristas de diversas horas, y opositores disfrazados de oficialistas, en este incierto “Partido Cordobés” que hasta aquí no muestra resultados, si nos guiamos por la errática actuación de la Legislatura (que ni siquiera puede sesionar en tiempo y forma), y órganos clave, como el Tribunal de Cuentas, que está “bochando” una cuantiosa cantidad de expedientes (cuidado: algunos atañen al último tramo de la administración Schiaretti).
De los muchos ministerios que existen, cada uno de ellos nutridos con una absurda cantidad de secretarías y subsecretarías, sólo parecen salvarse algunos pocos (todos mencionan a Cooperativas, a cargo de Martín Gill, y Desarrollo Humano, conducido por Liliana Montero). Pero se trata de estructuras y agendas muy modestas, gotas de leche en el café, mientras las carteras grandes decepcionan.
El caso paradigmático es Salud. Su responsable, Ricardo Pieckestainer, viene de gestionar por algunos años el Hospital Privado (principal nosocomio no público de la provincia), y habría llegado por recomendación de Guilllermo Acosta, el hoy atribulado responsable de las cuentas públicas (y muy cuestionado en voz baja en el Panal). Comenta un conocedor: “Pike (como le dicen los íntimos) es un pituquito cercano al Pro, que heredó el puesto en el Privado al fallecer el recordado Gerardo Amuchástegui (verdadero motor de la empresa), a quien estaba personalmente ligado. Hasta acá no generó empatía con el cuerpo de directores de hospitales y es claro que llegó sin plan, apenas algunas ideas sobre cómo integrar la salud privada con la pública, que la crisis rápidamente descartó”. Cuenta con una docena de secretarios y subsecretarios sin ensamble real alguno. “Sobreviven algunos de la época de Schiaretti, más técnicos que mandó Acosta, que se enteraron de la existencia del ministerio de Salud cuando lo buscaron en el GoogleMaps para ir a tomar sus puestos”, señala una antigua trabajadora de la cartera, que dice haber visto pasar decenas de funcionarios políticos, “pero pocas veces tan improvisados como éstos”.
Se menciona cerca del Panal que dirigentes importantes (incluso gremiales) han trasladado su preocupación al gobernador, quien les habría pedido un seguimiento de la situación. En tanto, el dengue es una epidemia mortal como nunca antes, que arrasa semana a semana, con cientos de miles de infectados, sin la implementación de medidas de intervención concretas y profundas.
En la ciudad, Passerini intenta salir del letargo organizando reuniones con intendentes de diversas localidades, pero su administración cruje por diversas anomalías; entre ellas, un descalabro en las cuentas no cerradas en la administración anterior, una crisis de entendimiento entre los actuales funcionarios y los que sobreviven de la gestión 2019-2023, y la orfandad respecto a propuestas sobre cómo abordar la crisis social.
El propio Llaryora estaría preocupado al respecto: como en el caso provincial, el gabinete político es muy numeroso, y ello parece generar confusión y disputas respecto a qué secretaría o subsecretaría (siempre apelando en sus denominaciones a la altisonancia) se ocupa de cada tema, mientras cuestiones graves se cuelan por los intersticios y le hacen pagar al propio Passerini, amén del funcionario eyectado, los platos rotos por graves errores de gestión, como ocurrió en la semana pasada con la compra de uniformes para la pomposamente anunciada Guardia Urbana.
Disculpen los lectores por la mala onda de esta columna de lunes, pero ya lo dijo el gran Machado: “Nunca es triste la verdad/ lo que no tiene es remedio”. Más cierto que nunca.