A partir del año 2020, un nuevo día se suma a nuestras agendas para pensar en los vínculos entre pares en la escuela. Los 143 estados miembro de la Unesco designaron al primer jueves de noviembre de cada año como «Día Internacional contra la Violencia en la Escuela, el Bullying y el Ciberbullying», reconociendo de este modo que la violencia en el entorno escolar, bajo todas sus formas, atenta contra los derechos de los niños y los adolescentes, la salud y el bienestar.
Trabajo desde hace casi 30 años en esta temática, en un principio sin llamarla bullying y luego adoptando el término para poder compartir miradas y marcos teóricos con colegas e investigadores de todo el mundo. Mucho hemos aprendido, andado y desandado en estos años y, sin embargo, aún es necesario aclarar, definir y delimitar de qué estamos hablando cuando hablamos de bullying, cuándo es pertinente y cuándo no esta denominación y su correlato digital, el ciberbullying. Después de este largo recorrido, en algunos ámbitos todavía se pretende evitar hablar del tema, como si ocultarlo lo hiciera desaparecer por arte de magia, en lugar de empeorar la situación.
Designar un «día para pensar» es más importante de lo que se percibe a primera vista porque problematiza algo que está, desde hace mucho, naturalizado. Habilita la discusión y el debate, los encuentros propositivos, la puesta en común de prácticas exitosas y – por qué no – aquellas que fracasaron.
Permanentemente recorro y transito escuelas primarias y secundarias de todo el país trabajando con estudiantes, familias y docentes y escucho, con gran preocupación, cómo se han «reavivado» ciertos modos de nombrarse de manera discriminatoria y humillante. A veces conociendo sus significados y otras no tanto. Chicos y chicas, hiperconectados, repiten palabras que atentan – de una u otra manera – contra la integridad y dignidad del otro.
Así, aparecen con mucha fuerza agravios referidos al cuerpo del otro, la orientación sexual, la identidad de género, el origen. Niños, niñas y adolescentes se encuentran en una enorme confusión de palabras que lastiman, y necesitan con urgencia un freno del mundo adulto. Así lo expresan. «Que los grandes nos digan si hacemos las cosas mal», «no quiero que me interroguen, quiero que hablemos», «yo no sabía qué quería decir nazi…»
Los espacios digitales son sumamente ricos y provechosos si se utilizan para el encuentro, el aprendizaje, el entretenimiento, el desarrollo de la creatividad. Es imprescindible construir una ética digital que ayude a los chicos y chicas a elegir, discernir, proponer contenidos que valoricen al otro. Muchos de los ídolos que siguen (streamers, tiktokers, instagramers, etcétera) proponen el destrato y la discriminación. No podemos estar lejos de esos nuevos mundos y naturalizar estos discursos. No podemos permanecer inmóviles ante los grupos racistas, xenófobos y generadores de odio que convocan a los jóvenes cada vez desde más pequeños.
Desde Libres de Bullying sostenemos que el espacio digital no es responsabilidad exclusiva de las familias y del que la escuela pueda desentenderse; que no se trata de delimitar culpas o postergar intervenciones, sino de tomarlo como un espacio de todos, en el cual los docentes tienen la oportunidad y el privilegio de poder educar.
Que el primer jueves de noviembre de cada año se abran ámbitos de reflexión y acción en torno a la convivencia y sus malestares, es sumamente valorable. Tal vez no sea una solución instantánea o definitiva, pero sí es un paso hacia ella. Es tomar conciencia, abrirse a escuchar a otros, plantear dificultades y falta de certezas, convocar a las familias, docentes, profesionales de la salud, entrenadores deportivos, vecinos y medios de comunicación a trabajar juntos por infancias y adolescencias libres de todo tipo de violencias.