En su famosa conferencia de 1959 sobre las “Dos Culturas”, C.P. Snow lamentó la gran división que separa dos grandes áreas de la actividad intelectual humana, la “ciencia” y las “artes”. Snow argumentó que los profesionales en ambas áreas debían construir puentes para promover el progreso del conocimiento. Y en ello estamos, o intentamos estar, en lo que John Brockman llamó en 1995 la tercera cultura, o lo que ahora podríamos calificar de cultura híbrida.
En la cultura única –tan propia del Renacimiento– los filósofos eran matemáticos y físicos. Isaac Newton, padre de la física, se consideró a sí mismo esencialmente un filósofo. La separación se produjo después, fruto de lo que Ortega y Gasset llamó la “barbarie de la especialización”, que se hace inevitable ante la complejidad creciente de las materias.
Las preocupaciones de los ingenieros con la ética están creciendo. La ética de la Inteligencia Artificial (IA) es ahora un tema candente no sólo para los expertos, sino también para los gobiernos. Esta hibridación queda clara en las conversaciones con científicos, tecnólogos, humanistas y artistas. La transdisciplinariedad (más que la multidisciplinariedad) se da más en equipos que en individuos. Muchas investigaciones científicas y tecnológicas requieren expertos de varias disciplinas trabajando juntos y generando inteligencia colectiva. Esta hibridación ha de mejorar la relación entre la universidad y los centros de investigación, en cooperación con las empresas y preparar mejor conjuntamente las habilidades inherentes a las nuevas profesiones que surgen de las fronteras tecnológicas y en el mercado.
Al mismo tiempo, muchos en las humanidades, las artes y la política siguen contentos viviendo dentro de los muros del analfabetismo científico. La responsabilidad por la separación de culturas no es sólo de los científicos; también de lo que antes se llamaba “las letras”. Aunque la revolución tecnológica ha entrado en el mundo literario y artístico.
Se están multiplicando en el mundo las dobles carreras híbridas como Físicas y Sociología, o Matemáticas y Finanzas.
La separación tampoco es políticamente neutra. Está detrás de algunos populismos y de algunos nuevos tipos de violencia, mucho más atomizada, pero no por ello menos peligrosa. Es lo que algunos llaman un creciente “anti intelectualismo”, de rechazo a los científicos y expertos. Este anti intelectualismo, por ejemplo, ha dificultado la respuesta global al Covid-19. Es parte de ese fenómeno que aqueja a nuestros tiempos: la posverdad. Las redes sociales provocan esas distorsiones y polarizaciones, y empoderan a las minorías radicales: la fuerza de los pocos, que se multiplica de forma exponencial. Estudiarlas y luchar contra este fenómeno requiere hibridación.
Hay otra manera de ver este tema de la, o las, cultura(s) híbrida(s), y es tratar la ciencia y la tecnología y las artes desde las diversas culturas que hay en el mundo y evitar así las guerras culturales globales. No tenemos la misma forma de enfocar la robotización o la IA, el papel de las máquinas, desde, por ejemplo, sociedades que ven la actual tecnología de una manera, que otras que la ven de otra forma; desde Europa que desde las Américas o desde Asia, o las Asias, pues hay varias. Desde sociedades democráticas y desde sociedades no democráticas. Desde sociedades con alfabetos y desde sociedades con ideogramas. Desde sociedades con culturas cristianas, a otras con base budista o sintoísta. Y, sin embargo, si queremos enfoques globales, necesitamos ese diálogo entre culturas. Una reconciliación de filosofías, antes que una reconciliación de ciencias y tecnologías.
La hibridación es cada vez más necesaria. Lo estamos viendo, por ejemplo, en la creciente necesidad para la economía, y para las empresas, de empaparse de geopolítica. Y viceversa. O cómo impacta la revolución tecnológica en la política, en democracia o dictadura.
Pero esa cultura híbrida, o única, ya no es cosa únicamente de los humanos, sino de los humanos y de las máquinas. Nuestra interacción con las máquinas nos puede abrir nuevas dimensiones, nuevos territorios, que ni siquiera podemos sospechar. Eso también es cultura híbrida desde una nueva dimensión transhumana.
Lo artificial ha sido durante mucho tiempo lo fabricado por los humanos. Ahora puede ser también lo ideado y fabricado por máquinas de forma autónoma. Como señalan Henry Kissinger, Eric Schmidt y Daniel Huttenlocher –ejemplo de colaboración híbrida– en “The Age of AI: And Our Human Future”, de 2021, “los humanos están creando y proliferando formas no humanas de lógica con un alcance y una agudeza que, al menos en los entornos discretos para los que fueron diseñados, pueden superar la nuestra”. Citan el caso de la computadora AlphaZero que, en 2017, aprendiendo solo –no de jugadas de humanos–, generó nuevas formas de jugar al ajedrez que los grandes maestros no habían visto nunca antes, y de las que estos pueden aprender. “La llegada de la IA nos obliga a enfrentarnos a si existe una forma de lógica que los humanos no han alcanzado o no pueden alcanzar, explorando aspectos de la realidad que nunca hemos conocido ni podremos conocer directamente”, dicen estos autores, para quienes, a las formas de conocimiento que suponen la ciencia y las artes, hay que sumar ahora otra: la propia Inteligencia Artificial (IA).
Estamos empezando a aprender de las máquinas. Una cuarta cultura, ya no sólo humana, que hace aún más necesaria la hibridación, para volver a una única y no perdernos en el camino.