Hace medio siglo, en 1971, el economista suizo Klaus Schwab convocó a 444 empresarios europeos prominentes a un congreso de administración empresarial que siguiera el modelo de los EEUU. La tecnocracia corporativa debía tomar el control, no sólo de los ámbitos empresariales, sino también de los aspectos políticos nacionales e internacionales, sustituyendo los mecanismos democráticos de los Estados en la toma de decisiones. Era el tiempo en que Herbert Frahm (más conocido como Willie Brandt) en Alemania, y Olof Palme en Suecia, lanzaban la socialdemocracia europea a la conquista del mundo con su programa de “nuevo orden económico”, tendiente a lograr equilibrio social, y la “ostpolitik”, para normalizar las relaciones con los países de la órbita soviética.
La propuesta liberal de poder se expuso formalmente en Dubai, en 2008, en la “Cumbre inaugural sobre la Agenda Global”, cuando el fin de la historia y el nuevo orden del globalismo aparecían incontrastables, y Reagan y Thatcher aún resistían el desengaño. Con el poder de los Estados cuestionado y debilitado, el auge de poderosas organizaciones no gubernamentales financiadas y un sistema de comunicación global abrumador, fracasos como la crisis financiera iniciada en 2007/2008 o la creciente desigualdad no eran temas de preocupación vital, pues, en definitiva, no ponían en peligro la gestión del poder global. Las penurias eran ajenas al igual que en “El arriero va”, de Atahualpa Yupanqui. Así, los lemas habituales de los cónclaves de Davos expresando su preocupación por los problemas centrales de la humanidad, como las crecientes desigualdades, las enfermedades endémicas, las crisis alimentarias y el calentamiento global podían ser abordadas con la “objetividad” de la distancia y el imperio del dataísmo, exhibido como uno de los dioses del nuevo e incuestionable Olimpo, desde donde se aportarían las soluciones al género humano.
La constatación de los resultados de décadas de aplicación de las recetas neoliberales promocionadas por el Foro de Davos exhibe un palmario fracaso, tanto para la humanidad como para los Estados. Aunque no así para los más ricos y poderosos, que, como nunca, han visto prosperar sus negocios y su riqueza año tras año, mediante la apropiación de lo común.
La pandemia del Covid-19 representó un fiasco del sistema global, que evidenció la incapacidad de enfrentar eficazmente a una peste que aún azota, no sólo por los casi seis millones y medio de muertes, sino por la exhibición grosera de la desigualdad entre personas y países, y por las escandalosas ganancias obtenidas por los laboratorios que produjeron, con mínima o nula inversión propia, las vacunas que fueron negadas a quienes no podían pagarlas. Hoy, la viruela del mono ratifica ese fracaso.
La pandemia produjo resurgimiento del rol de los Estados, al tiempo que se incubaron e incrementaron fricciones geopolíticas. La erupción de los nacionalismos en países centrales, particularmente la irrupción de Donald Trump y el colofón de la invasión de Rusia a Ucrania, consolidaron una fractura del orden global que terminó por revalorar el rol estatal y alterar mecanismos esenciales del juego globalista neoliberal, tales como la libertad del mercado, la fluidez en las cadenas de suministro, la interdependencia de las naciones aún en áreas estratégicas, y la inexistencia de fronteras para el comercio, los negocios y las finanzas.
Davos se privó este año del caviar y el vodka de Rusia, aportados previamente por los oligarcas de Putin. Aunque no para todos, Moscú debería ser expulsado del sistema y Ucrania se convirtió en tema central y excluyente. Pero la ausencia de Xi Jinping (que ni siquiera pidió una participación por zoom) agrega a un hecho que echa un manto de pesimismo y zozobra. La ausencia del “gran hombre del momento” refleja, además de su neutralidad explícita a favor de Rusia en la guerra, una crisis más profunda. Su política nacional de “Covid cero”, con medidas restrictivas a ultranza, expone la existencia de serios problemas económicos en la factoría del mundo, que afectará a todo el globo.
Conclusión pesimista de los participantes del foro neoliberal, expresada pública y agresivamente por George Soros, quizás el más importante exponente del poder, negando el derecho de Beijing a aplicar políticas sanitarias en tanto impliquen consecuencias para el sistema global. Basta echar una mirada a los titulares de los medios más importantes de Occidente Global que reflejan su condena al país, al régimen y al líder que hasta ayer mismo admiraban.
En medio de la desazón y de ausencias importantes de hombres -y mujeres- de Estado, nunca se había discutido antes el fin de la globalización. Globalistas acérrimos como Tomás Friedman confunden globalismo con globalización, y su propia ideología con el destino de la humanidad. Por eso condenan a Putin, y ahora a Xi, de ir “en contra de la historia”. En esa conveniente confusión arrastran conceptos al blanco o negro, sin matices o grises: es la consecuencia del ejercicio lúdico con una perinola que en todos sus lados sólo dice “tomo todo”.
A muy pocos se les ocurre que la globalización, o mundialización, puede llegar a su fin con el marco de la revolución tecnológica y de las comunicaciones. Pero, sí, los ejes centrales del neoliberalismo globalista se han visto afectados. Un nuevo sistema global pareciera que se está conformando; los mecanismos de toma de decisiones estratégicas ya no son los mismos.
Las tensiones geopolíticas que se acrecientan por estos días no implican un rumbo de colisión entre un “orden global liberal” y un “orden multipolar autoritario”, como se expone tan superficialmente. Pero algunos deberán renunciar a establecer ellos mismos, de manera autoritaria, las reglas del juego, y se irán adaptando a compartir algunas toma de decisiones con los Estados, aunque esto pudiera implicar un límite a su codicia. En definitiva, “las penas y las vaquitas seguirán por la misma senda”.
El regionalismo tendrá en lo inmediato un rol importante y será esencial para los países y los pueblos del Sur Global. En nuestro caso, es imperioso que esta oportunidad refuerce una vocación integradora y de encuentro de toda la región, sin exclusiones, ya que el dilema, en momentos de apropiación de los recursos naturales, vuelve a ser patria o colonia.
Diplomático y abogado