En casi todos los medios, en la calle y entre nuestros conocidos y amigos escuchamos quejas, lamentos y reclamos por la situación personal, familiar o general. Esta actitud es pasiva y tiene pocas consecuencias al menos hasta que seamos llamados a elegir alternativas políticas. Mientras tanto, las expectativas de futuro van desde el enojo y la decepción, hasta un moderado optimismo. En cualquier caso hay alternativas para actuar de modo que haya consecuencias.
En lo personal, sabemos que una persona aislada tiene una autonomía casi ilimitada, en la que puede llegar a convertirse en un francotirador sin límites, pero también es la más vulnerable a los ataques ajenos en la medida que nadie saldrá a defenderlo. Si por el contrario se ha vinculado y desarrollado relaciones sociales positivas existen límites, a la vez que tiene mayor protección a ataques de otros.
La pérdida de credibilidad de las instituciones –públicas, privadas y sociales- y quedarnos solo en la queja, lamento y reclamo, suele llevarnos al aislamiento. Así como participar de ellas puede dejarnos con una sensación de impotencia ante su ineficacia. Así, participar o no participar no parecen ser soluciones que nos alejen de la simple queja, lamento y reclamo.
Eric Sadin es un filósofo francés que, en su libro “hacer disidencia: Una política de nosotros mismos” (2023), propone cinco iniciativas; 1) Expresar la desaprobación del modelo; 2) Revisar nuestras micro decisiones; 3) Dejar de lado los discursos formateados; 4) Ejercitar la interposición, no tanto el reclamo; y 5) Institucionalizar la alternativa.
La primera es la más difícil para el común de los ciudadanos, en la medida que requiere una formación teórica para comprender variables abstractas, aunque expresar la desaprobación por las consecuencias que consideramos causadas por el modelo y no por actitudes individuales, es una posibilidad intermedia.
Revisar nuestras micro decisiones implica que debemos aplicar a nosotros mismos un espíritu autocrítico, y en nuestras relaciones aplicar la empatía –o sea ponernos en el lugar del otro-, lo que no significa justificarlos, sino simplemente comprenderlos para actuar de modo amoroso para que modifiquen su actitud, modificando las nuestras especialmente aquellas que se basan en castigo y control que suelen ser ineficaces y empeoran la relación.
Dejar de lado los discursos formateados implica analizar críticamente el modelo al que adherimos, de modo de evitar sumarnos al coro de aplaudidores de cualquier líder que consideremos, repitiendo como loros aquello que expresa como dogmas.
Ejercitar la interposición, no tanto el reclamo implica intervenir mediando, arbitrando o laudando en aquellos casos o circunstancias, en las que se plantean conflictos evitando que escalen, procurando que disminuyan o se focalicen en lo esencial, sin personalizarlos con descalificaciones mutuas.
Institucionalizar la alternativa implica desde recurrir a instancias profesionales de mediación que suelen ser muy efectivas, adherir a instituciones que consideramos respetables, creíbles y eficaces, hasta emprender en instituciones que construyamos con principios de transparencia, credibilidad y eficacia, formalizadas –cooperativas, mutuales, asociaciones civiles y fundaciones- o no -como las simples asociaciones, tales como foros, asambleas ciudadanas, redes, etc.– previstas en la legislación vigente.
Las claves de la institucionalización son la credibilidad y la eficacia, que implican transparencia en las decisiones y sus consecuencias por un lado, y el cumplimiento de los objetivos planteados por el otro.
Para ello, las instituciones deben planificar la incorporación efectiva, gradual y acumulativa que le permita ampliar sus objetivos, diversificar los grupos incluidos y aumentar su eficacia, de modo de no convertirse en organizaciones cerradas –sobre todo en aquellas que circunstancialmente han logrado éxitos-, pero tampoco avanzar en un crecimiento anárquico o sin la incorporación efectiva de los nuevos grupos y sus intereses.
Se ha dicho y verificado en la realidad que las organizaciones crecen cuando incluyen, se estancan y se cristalizan cuando dejan de incluir, decaen cuando algunos de sus miembros encuentran fuera lo que no logran dentro y explotan cuando se rompen acuerdos internos.
Por ello, la esperanza –y la felicidad cuando se concreta- es consecuencia de las propias decisiones individuales y colectivas que superen la queja, el lamento o el simple reclamo para que otros hagan algo.