La frase suena a antigua y lo es. Denuncia que algunas malas experiencias se repiten como si no se hubiese aprendido de las anteriores ocasiones en que ocurrió lo mismo. Parece que la historia ya no sirve y algunos reivindican sus opiniones señalando su desconocimiento “por no haberlas vivido” y su ignorancia parece ser una virtud más que una carencia. A ellos y a los que no conozcan los hechos no tan lejanos que han ocurrido en nuestro país en las últimas décadas y que parecen reiterarse casi idénticamente cada pocos años, va este artículo.
La última dictadura -1976-1983- fue no solo un gobierno que destruyó la república, persiguió, torturó e hizo desaparecer personas sino un plan económico que comenzó con una deuda de U$S 9.700 millones y lo entregó con una de U$S 45.100 millones, luego de haber abierto la economía a las importaciones que destruyó muchas empresas PyMEs y concentró la riqueza entre sus amigos y socios a la vez que se impuso el “deme dos” en el exterior porque los precios eran mucho menores allí. Terminó con una inflación de 15% mensual.
El gobierno de Carlos Menem luego de dos hiperinflaciones y haber inmovilizado los depósitos bancarios con el plan Bonex, adoptó la convertibilidad que bajó la inflación, nuevamente sobrevaloró el peso y nuevamente “nos hizo ricos en U$S”. La venta de las principales empresas del Estado que llamaban “las joyas de la abuela” sostuvo la inflación baja, el peso sobrevaluado, la recesión interna y el desempleo creciente. A pesar de ello logró su reelección por “el voto cuota” que permitía comprar con financiamientos largos y tener una ilusión de riqueza, aunque la deuda aumentó a U$S 149.219 millones.
La recesión, el desempleo y los hechos de corrupción impidieron que sus sucesores ganaran en 1999 y la Alianza se impuso aunque mantuvo la convertibilidad, la sobrevaluación del peso y se dolarizaron los depósitos. El final era fácil de anticipar y los intentos de refinanciación de la deuda –megacanje y blindaje- no fueron suficientes para evitar la debacle, el corralito de los depósitos, el corralón y la consecuente pesificación asimétrica en detrimento de ahorristas y beneficio a las empresas endeudadas en dólares. La deuda externa no aumentó pero si la deuda interna en dólares.
El gobierno de Néstor y Cristina Kirchner dejó una deuda externa reducida a U$S 139.137 millones -15,4% del PBI- que de todas maneras en sus últimos años sobrevaloró algo el peso y se quedó sin financiamiento por lo que recurrió a la emisión, pero sostuvo la actividad económica, con una inflación anual de 24%.
El gobierno de Mauricio Macri dejó una deuda externa de U$S 333.545 millones, luego de dolarizar la deuda en pesos, emitir nueva deuda y finalmente recurrir al FMI cuando los privados dejaron de prestarle. Hasta ese momento el peso se sobrevaloró y finalmente la devaluación post PASO aumentó la inflación a 54% y dejó de pagar deudas en pesos que Lacunza llamó “reperfilamiento”.
El gobierno de Alberto Fernández y Guzmán aumentó la deuda externa a U$S 371.000 millones, no pudo reducirla y solo reprogramó la deuda con privados extendiendo y el FMI que con sus condicionalidades forzó una devaluación en agosto 2023 que condenó a su coalición en las elecciones.
Ahora el gobierno de Milei, tras la devaluación de 118% inicial, siguió devaluando muy por debajo de la inflación, haciendo que el peso se sobrevalue nuevamente y permita el ingreso de capitales especulativos que logran enormes rentabilidades en U$S aumentando la deuda a más de U$S 460.000 millones –U$S 89.000 millones en 9 meses- hasta el 60% del PBI en medio de una gran recesión y redistribución negativa del ingreso en perjuicio de trabajadores, jubilados y PyMEs, mientras las grandes empresas monopólicas que aumentaron sus precios multiplican sus utilidades y el grueso de los impuestos se aplica al pago de exorbitantes intereses.
Los ingresos extraordinarios por los fondos especulativos, el blanqueo, el aumento de la liquidación de los exportadores agrícolas y de las exportaciones mineras, petroleras y de gas o las expectativas de un apoyo del gobierno de Trump y el FMI mantienen una “calma chicha” –un término de navegación en la que todo parece detenerse- en el valor del dólar que se sigue desvalorizando respecto del peso, lo que anticipa más temprano o tarde una macro devaluación y una gran inflación.
Puede que eso se mantenga en las próximas elecciones y LLA aumente su representación parlamentaria, como ocurrió en 1994 con Menem, pero no evitará que el sistema estalle para “pagar la fiesta” financiera.
Por eso la conclusión es simple. Todo atraso en el valor del dólar y la sobrevaluación del peso controlado por el gobierno que aumenta la deuda externa termina en un colapso. Mucho más si el PBI disminuye y los especuladores se asustan y comienzan a salir en estampida.
Por eso, el título de la nota muestra la dificultad de aprender de experiencias anteriores, mucho más cuando se invisibiliza entre los jóvenes que no las vivieron y quienes no la recuerdan claramente.