Finalizada la Segunda Guerra Mundial (1945), el mundo se reorganizó sobre bases que aspiraban a garantizar la paz mediante la institucionalización de los vínculos entre países. Desde la teoría de las relaciones internacionales, este enfoque fue sustentado por tres corrientes: el realismo, que subrayaba la anarquía del sistema y la necesidad de equilibrio de poder; el liberalismo institucional, que apostaba a la cooperación interestatal mediante reglas y organismos; y el constructivismo, que analizaba el papel de las ideas, normas y percepciones compartidas.
La creación de organismos intergubernamentales como la Organización de las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Acuerdo General de Aranceles y Comercio, reflejó una arquitectura global que buscaba evitar el caos anterior. El derecho internacional ganó centralidad y se reivindicaron principios como la transnacionalización de los derechos humanos, la no intervención y la solución pacífica de las controversias.
El subsistema europeo y el Plan Marshall: economía, política y prevención del conflicto
Europa fue el epicentro de la reconstrucción. El Plan Marshall (1948), propuesto por Estados Unidos, no solo fue un paquete de ayuda económica para levantar las economías europeas devastadas por la guerra, sino también una herramienta política para evitar la expansión del comunismo. Se consolidó un subsistema basado en la cooperación económica, que derivó en la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (1951) y, más adelante, en las Comunidades Económica Europea y de la Energía Atónica (1957), precursoras de la Unión Europea.
Este circuito apuntó a disuadir futuros enfrentamientos entre potencias históricas rivales como Francia y Alemania. El aprovechamiento de los fondos obtenidos por el Plan Marshall, exigía la coordinación entre potencias empobrecidas que debían integrar o coordinar sus producciones, acordando ofertas y demandas, regulados por normas y autoridades específicas. El subsistema comunitario se constituyó como un espacio singular dentro del orden internacional, un modelo que logró, durante décadas, combinar soberanía nacional con gobernanza supranacional.
La Guerra Fría y el sistema internacional de defensa: bloques y equilibrios
El mundo de la posguerra no fue, sin embargo, un mundo pacífico. La Guerra Fría (1947-1991) estableció un sistema de bloques militares y políticos, sólidamente encabezados por Estados Unidos y la Unión Soviética. La creación de la OTAN (1949) y el Pacto de Varsovia (1955) institucionalizó un sistema de defensa que, aunque crispado por etapas, cumplió el objetivo de evitar el enfrentamiento directo entre superpotencias. Fue un equilibrio en la tensión, sostenido por la disuasión nuclear. Generó cierta estabilidad estructural.
La bipolaridad no resolvía los conflictos, pero los encauzaba dentro de un marco conocido. Los actores eran identificables, las reglas tácitas del conflicto indirecto estaban claras y la competencia se canalizaba a través de guerras “locales” (Corea, Vietnam, Afganistán), sofisticada inteligencia, infiltraciones controladas, carreras espaciales y rivalidades ideológicas que exigieron una diplomacia de halcones.
Del fin de la Guerra Fría al mundo multipolar: de la gobernanza a la transacción
El colapso de la Unión Soviética reconfiguró el sistema internacional. George Bush reivindicaba, en la campaña presidencial de 1992, que los Estados Unidos habían ganado la Guerra Fría. El texano perdió la reelección frente a Bill Clinton, pero Washington emergió como única superpotencia global, con vocación de profundizar su dominio. Se desplomó la “cortina de hierro”, numerosos países de Europa del Este se sumaron al orden occidental (y comunitario). Se plantearon iniciativas internacionalistas como la Organización Mundial del Comercio o el Área de Libre Comercio de las Américas.
Con el nuevo siglo, esta expectativa se diluyó. El ascenso de China como potencia productora y acreedora, de India como potencia demográfica y tecnológica, y la recuperación de Rusia, conmovieron el eje del poder mundial. Estados Unidos conservó su supremacía militar, pero perdió la hegemonía económica. Especialmente con Donald Trump, viró hacia una lógica bilateral y transaccional, centrada en acuerdos asimétricos y desinteresado del multilateralismo.
Se revelaron transformaciones: 1) cambio de hegemonía, con el ascenso de potencias emergentes; 2) retorno del nacionalismo como reacción a la globalización (explicitado entonces, en Sudamérica, por “los socialistas del Siglo XXI” como Hugo Chávez o Lula da Silva); y 3) grave debilitamiento institucional internacional.
La ONU, muestra crecientes signos de irrelevancia. Las palabras del secretario general António Guterres, al advertir sobre el “nivel de impunidad políticamente indefendible y moralmente intolerable”, resumen una autocrítica de la impotencia global.
Desgobiernos y conflictos actuales: Ucrania, Medio Oriente y la deriva del sistema
El sistema internacional de hoy transita una fase de desgobierno, signado por la competencia descarnada entre potencias. La guerra en Ucrania, iniciada en 2022, es tanto una disputa territorial como una colisión entre modelos de poder. La guerra ha dejado al desnudo la incapacidad de disuasión de la OTAN y la competencia componedora de la ONU, fracturando los mercados energéticos y alimentarios.
A su vez, en Medio Oriente, la escalada de hostilidades entre Israel e Irán, con episodios directos de intercambio de misiles en estas horas, abre una nueva era de confrontación en la región. Ya no se trata solo del conflicto israelí-palestino, sino de un enfrentamiento regional entre actores estatales con capacidad tecnológica y misiles de largo alcance, en un contexto donde la mediación internacional no logra frenar la escalada.
Frente a esta realidad, el papa Francisco había ofrecido una visión alternativa: una política exterior de la Santa Sede centrada en la periferia del mundo, en la promoción del diálogo interreligioso y en la negociación ¿Su esfuerzo por concretar un desplazamiento simbólico, del eje eurocéntrico del catolicismo, tendrá peso en esta época? Veremos qué pasos despliega León XIV.
El panorama actual es de incertidumbre, alianzas efímeras, líderes imprevisibles, organizaciones multilaterales debilitadas y actores no estatales con creciente protagonismo. Quizás, como señala la experiencia história, los sistemas ordenados han sido la excepción y no la regla.
Lo que estamos presenciando es un retorno a una anarquía internacional sin consensos duraderos, donde el poder vuelve a ser la principal moneda de cambio, y donde la cooperación parece una esperanza cada vez más lejana.