Mientras las postales de incendios, inundaciones y carpinchos tomando el control en medio de una pandemia de origen zoonótico hacen que el empate entre las distopías de la ficción y la realidad sea inquietante, la literatura redobla la apuesta con una corriente de ficción que orbita alrededor de la crisis medioambiental y que es impulsada por varias escritoras con posicionamientos explícitos y políticos.
¿La ficción es pionera en el debate medioambiental en la Argentina, donde la urgencia de otras cuestiones siempre pareciera postergarlo? ¿Cómo inspira un territorio diezmado, tan alejado de la vieja concepción bucólica de la naturaleza? ¿Confluyen la lucha feminista y la ambiental?
Las dos familias afectadas por los agroquímicos en las plantaciones de soja en “Distancia de rescate”, de Samanta Schweblin, el negocio del agua como un tesoro líquido en “El rey del agua”, de Claudia Aboaf, el extractivismo urbano en “La asfixia”, de Gabriela Massuh, la poética ecológica en la obra de Selva Almada o la crónica periodística de Josefina Licitra para entender cómo desapareció Epecuén tras una inundación en “El agua mala” son solo algunos ejemplos de cómo el desastre ambiental interpela a una camada de autoras.
La realidad se presenta fértil para el llamado Cli-Fi (en inglés, climate ficción), un género que narra las distopías del cambio climático. El fenómeno trasciende lo literario: bajo el apadrinamiento de Greenpeace se organizó en Bruselas un festival de cine dedicado al “eco-horror” y el “Cli-Fi”.
Aunque la ficción local todavía no se sirva de esas clasificaciones, el diálogo entre ficción y realidad pareciera ser similar. La invasión de carpinchos en Nordelta, excluidos de su ecosistema originario, irrumpió en las noticias y las redes sociales con la multiplicación de consignas ingeniosas y memes. El mecanismo, propio de la ficción, convirtió en pocas horas a los animales en auténticos protagonistas y agitadores de una agenda ambiental adormecida.
Tal vez por la aceleración y superposición de las escenas que dan cuenta de la crisis o por el impacto de la pandemia de Covid-19 en lo real y en el imaginario, las autoras que exploran la ecoficción generan espacios colectivos y organizan acciones y pronunciamientos. Hace un año, la carta “No hay cultura sin mundo”, pensada para alertar a los ciudadanos e interpelar a los dirigentes, fue firmada por Eugenia Almeida, Dolores Reyes, Samanta Schweblin, Elsa Drucaroff, María Sonia Cristoff, Fernanda García Lao, Mariana Enriquez y María Rosa Lojo, entre otros autores e intelectuales, para dar cuenta de lo que llamaron “ecocidio”: “Hemos explotado los cuerpos en todas sus formas, en crímenes sexuales, crímenes ecológicos y crímenes políticos. La naturaleza violada parece el permiso para todas las violaciones reiteradas”. Luego reeditaron la experiencia con otra misiva pública que pedía un “cupo socioambiental” en la campaña legislativa: “Casi nadie entre lxs candidatx está propiciando el debate sobre modelos de desarrollo, ni mencionando la transición ecológica, algo de lo que ya se habla en todo el mundo. No es cierto que este sea un debate que sólo le importa al ambientalismo”.
La escritora Claudia Aboaf fue parte del grupo que articuló las acciones. “La idea de las intervenciones fue poética y política. En mi caso, siempre me interesó la literatura de ideas y participé en la redacción de los textos, consciente de que se trata de una escritura colaborativa, de una literatura para una idea común. Esperemos estar a la altura del abismo en que nos encontramos”, dice Aboaf. Vivir en Tigre, una zona de humedales y ríos, asegura que le dejó en claro cómo funciona la lógica de explotar y destruir: “Ya no puedo observar un paisaje como si fuera una postal distante y bella».
Docente de Ciencia Ficción en la Universidad Nacional de las Artes, la escritora cree que la literatura puede ayudar a promover un pensamiento alternativo: “Necesitamos utopías para rediseñar las adaptaciones para este presente y para un futuro inmediato”. Para Aboaf, las distopías de la ficción son un faro de advertencia. “En 2016 escribí en `El rey del agua´ sobre el nuevo oro líquido, que refleja una migración por falta de agua por el lecho del Paraná ya seco. No fue profético, los signos del desastre ya estaban ahí”.
“Escribo para entender la dimensión de la pérdida”, sostiene Gabriela Massuh, autora de las novelas “La intemperie”, “La omisión” y “Desmonte”. “Siempre reparé en la pérdida de los paisajes, las epifanías, aquello que nos recuerda a otro tiempo. Cuando escribí `La intemperie´ en 2008 tenía muy presente que había desaparecido una huella en Buenos Aires, aunque todavía no podía vislumbrar una poética”, analiza la autora sobre cómo la preocupación por el medio ambiente y el extractivismo impregnaron su obra.
Al momento de dar cuenta de la responsabilidad política frente a la crisis ambiental advierte lo complejo de lidiar con las contradicciones y, lejos de una postura antipolítica, pregona por una actualización de la agenda. “Es cierto que hasta hace un tiempo se hablaba de que lo ambiental era un tema menor, que no era una prioridad. Hoy esa discusión está saldada. No hay nada más `realpolitik´ que poner en el centro la agenda ambiental. No sólo porque los efectos del deterioro del ambiente son reales y ya están impactando en la vida cotidiana de los pueblos, sino porque también son una demanda creciente de muchos sectores de la sociedad”, recoge el guante, desde la política, la diputada Daniela Vilar, quien creció en una casa a metros del Camino Negro en Lomas de Zamora. Sigue de cerca las intervenciones de Álvaro García Linera, Brigitte Baptiste y otros autores latinoamericanos que hablan de detener la tendencia al colapso.
La forma en la que las autoras intervienen -a través de su obra o con posicionamientos más políticos- en la agenda ecológica recrea, como si fuera un déjà vu, algunas de las dinámicas que adopta la lucha feminista. “El feminismo y el ambientalismo caminan juntos. Para mí es una lucha indivisible. Rita Segato, nuestra mejor teórica, habla de territorios y cuerpos violados. Para que una lucha sea de vanguardia, tiene que interpelar a distintos estratos de la sociedad y creo que esa unidad nos llenaría de fortaleza”, analiza Massuh.
Aboaf usa el concepto “ecofeminismo”: “Unir esas dos fuerzas es vital, de una lógica implacable”. Desde la política, Vilar coincide en cierta afinidad entre ambas militancias: “El feminismo hizo que la perspectiva de género llegara a todos lados. Transformó y se coló de manera transversal en todos los aspectos de nuestra vida. Es un lente, una forma de ver las cosas. Y la agenda del ambientalismo popular tiene que tomar el mismo camino. Todas las acciones que pensemos tienen que estar atravesadas por esta óptica”.
Las novelas que sorprenden a los lectores con propuestas distópicas, los memes que se sirven de la realidad para apurar desde el absurdo un debate en las redes o los pronunciamientos colectivos que esquivan diferencias partidarias para ampliar la idea misma de lo político habilitan nuevos canales para que se haga escuchar el mensaje de una naturaleza diezmada.