El pasado miércoles fue el Censo Nacional. Con dos años de atraso por la pandemia, se intentó un salto cualitativo con la modalidad virtual, que permitía el “auto censado”.
Un censo es el recuento de los individuos de una población, y es una operación perteneciente a la estadística descriptiva. No trabaja sobre una muestra estadística, sino sobre la población total. A través de una ficha censal se busca recabar información de todos y cada uno de los individuos, a fin de poder realizar luego las estadísticas necesarias para la planificación económica y social, urbanización, etc. El censo, además de ser un instrumento para computar la totalidad de habitantes, es la fuente primaria de todas las estadísticas a nivel nacional. Los datos obtenidos permiten vincularlos y obtener información sobre más aspectos, según la necesidad o el estudio requerido.
El término “censo” tiene su origen en la República romana, a partir del 509 aC, cuando las funciones de gobierno fueron suplidas por instituciones rpublicanas (cónsul, pretor, censor, etc.) La censura fue instituida en el 443 aC; entre sus funciones, estaba la de realizar el conteo de pobladores (censo), supervisar la moral pública (censura), revisar las listas del Senado.
Imaginarse la cantidad de recursos humanos y económicos necesarios para realizar tamaña tarea es difícil. La implementación del censo digital facilita enormemente el trabajo no solo en rapidez, sino en precisión, ya que cada ciudadano puede realizarlo con meses de anticipación, llenando cada ítem con tiempo y tranquilidad, de manera tal que, a la hora de realizar el relevamiento, los censistas solo tienen que tomar nota del código brindado por la página (que incluso podía estar pegado en la puerta de la vivienda). Como no podía ser de otra manera, las semanas previas al relevamiento, muchas personas se quejaban en redes porque tenían miedo a que les robaran los datos (como si el mero hecho de usar un teléfono móvil no les regalara absolutamente todos nuestros datos a empresas transnacionales).
Tengo un amigo que se anotó para censar. Se llama Josué y es editor audiovisual, músico multi instrumentista, escritor y dibujante. También vive cerca y es por eso que fue a él a quien decidí preguntarle por su experiencia.
“Fuimos a las 8 de la mañana con Cecilia, una compañera del Belgrano que también está en la misma. Cuando llegamos al colegio asignado, todo estaba aún preparándose. Ceci se encontró con un viejo poeta, que labura con ella en un colegio y estaba muy nervioso, porque tenía miedo a pifiarla con las planillas. También había una chica que estaba hablando muy fuerte, sobre que iba a terminar primera y eso. La cuestión es que preparamos el mate y salimos a tocar timbres. Como nos habían tocado manzanas vecinas, hicimos el recorrido entre los dos, en lugar de hacer cada uno su parte de forma simultánea. Ya sé que no es lo más práctico, porque un trabajo de 5 horas nos tomó al final 13, pero, como hay muchos robos en todos lados, los vecinos se sentirían más cómodos abriéndole la puerta a una pareja antes que a un tipo solo.
Entonces, empezamos por la manzana de ella. La mayoría no había hecho el censo digital, por lo que nos demoramos más de lo previsto. Por poner un ejemplo, mientras ella hizo una entrevista con las planillas en mano, yo llegué a relevar todo el resto de la cuadra hasta la siguiente esquina. Tampoco ayudaba mucho que la gente tuviera más ganas de charlar que de que nos fuéramos. Hubo una señora que nos dejó pasar al baño y nos convidó agua fresca, pero luego nos enchufó una tarjetita de una radio ‘es 100% cristiana, les va a encantar’, dijo.
En la primera casa que nos tocó, vivía una mujer que nos atendió con la persiana baja, como si conversáramos con una pared. Fue la única que se sabía descendiente de un cacique, al que habían estafado para despojar de sus tierras. No quería salir porque decía estar mal por una enfermedad, cuyo nombre no sabía. Por momentos nos trató re bien y por momentos desconfiaba, y nos preguntaba que para qué preguntábamos esas cosas. Sacando esa casa, que no estaba conectada a la red cloacal, las demás tenían todos los servicios en orden.
La tarea parecía fácil, porque eran solo dos manzanas, el problema fue cuando llegamos a la tercera casa y nos enteramos de que había dos casas más por detrás. Y cuando terminamos con esa, nos tocó una casa en la que vivían 9 personas. Más tarde otra en la que vivían 10, y cuando dimos la vuelta a la esquina, nos encontramos con un complejo de siete departamentos.
El nivel de educación alcanzado era, por lo general, primaria completa o secundaria incompleta, sacando un par de universitarios que encontramos. Por alguna razón, y al contrario de lo que esperábamos, casi todos los que tenían ya hecho el censo digital eran ancianos. Muy ancianos. Los más jóvenes, en cambio, se disculpaban por no haberlo podido hacer. (Algunos le echaron la culpa a la página, porque se habían acordado justo la noche anterior, entonces había colapsado, porque a todos se les había ocurrido lo mismo). Otros eran más sinceros y decían que se habían colgado. No nos topamos con ningún poblador que se asumiera trans, ni afrodescendiente. Y respecto a los pueblos originarios, sacando la primera, los otros 60 encuestados dijeron que no, pese a que la genética quizás mostraba lo contrario… pero no sé si quiero que lo pongas así en la nota, porque no quiero que me cancelen.
Bueno, terminamos cuando ya era de noche, no paramos más que un ratito en una plaza para comer un sándwich, y seguimos después hasta el colegio en el que estaban los demás compañeros haciendo cuentas a toda velocidad. Hacía mucho frío y todos nos queríamos ir. El viejo poeta estaba mucho más nervioso que a la mañana, y había una chica grande ayudándolo. La ordenanza de la escuela nos avisó a todos que nos teníamos que ir, porque antes de las 22:00 tenía que limpiar, ya que, al otro día, a las 7:00, habría alumnos. Terminamos y nos fuimos. Dijeron que podrían llegar a pasar muchos meses para que nos paguen por el trabajo, pero que lo tomemos como un ahorro”.
En ese momento Josué me dijo que le había bajado sueño, y ya se estaba haciendo medio tarde, así que mientras me acompañaba a la salida del edificio le pregunté si había algo más que le hubiera llamado la atención de la experiencia.
“Sí. ¿Me querés decir por qué carajos casi todos los timbres están del otro lado de la reja, a una distancia que ningún brazo humano podría alcanzar?”