Más de la mitad de los países presentan estadísticas de sobrepoblación carcelaria, o sus cárceles no brindan acceso a programas de educación o de reinserción social.
Como reacción a esa realidad, organismos como la ONU, Amnistía Internacional, Proyecto Inocencia, Human Rights Watch, la OMS, las principales organizaciones internacionales de protección de los DDHH y abogados, comprometidos con el ejercicio del ministerio de la defensa de las personas, reclamamos al unísono proteger a uno de los grupos más vulnerables de la sociedad, a los más olvidados: las personas humanas privadas de su libertad.
No tomaremos el tamiz de la moral ni de la “justicia” para clasificar los motivos que tuvieron como desenlace que las personas terminasen alojadas en un establecimiento penitenciario, sino que, nos centraremos en describir lo que ellos vivencian intramuros a diario y cómo esa dinámica, naturalizada por ellas, sus familiares y sus abogados, debe erradicarse para protegerlas de los abusos y a la postre, proteger a la sociedad cuando su “encierro” llegue a su fin.
Algún autor definió a los “vulnerables” como aquellos sectores o grupos de la población que, por su condición, se encuentran en alguna situación de riesgo que les impide incorporarse al desarrollo interhumano y acceder a condiciones de bienestar. Se dice que los “vulnerables” no gozan a pleno de los derechos inherentes a su calidad de humanos y eso los diferencia del resto de los mortales que, si bien no estamos exentos de atropellos, tenemos la capacidad de reacción que nos hará –de mínima- visibles para defendernos.
Y, como “ojos que no ven, corazón que no siente”, tras lúgubres estructuras de hormigón hallamos el inframundo de las cárceles, con sus códigos “tumberos” a los que nos acercaron algunas series de Netflix, pero mostrándonos escenas de esa “sociedad paralela” rodeada de una suerte de magia en la que sus miembros parecen hasta regocijarse, pero siempre desde la premisa que esos seres deben permanecer alejados de nosotros, “aquellos socialmente aceptados”, las “personas de bien”.
Los presos, blanco de todos los reproches y beneficiarios solo de a ratos de migajas de la compasión, que la sociedad les “da en préstamo” quizás para lavar sus conciencias, están allí, esperando que los visiten, esperando alguna novedad, esperando que pase el día, la noche, siempre esperando.
Esas personas que por efecto de algún hito en sus vidas terminaron tras las rejas pasan a engrosar el balance social en la columna de “pérdidas”, y allí, automáticamente, se enlistan en la escuela de la desinformación, del abuso de la posición dominante de los que vienen de afuera (cualquiera que no esté preso), con la misma desesperación que una persona diagnosticada de una enfermedad terminal se refugia en formulas mágicas y hasta en teorías irracionales si le prometen al menos un mes de sobrevida.
La propuesta de esta intervención es exhortar a los abogados y al Colegio que nos nuclea a promover la protección de esa porción de la población a la que no solo manipulan y presionan a diario aquellos malintencionados con fines de lucro, o ignorantes que, para sacar una tajada abusándose de su desesperanza, siembran en ellos la esperanza de lo imposible. Promesas de libertades inviables, influencias mentidas, entre otros.
Aunque parezca infeliz la comparación, decimos que, hasta el más hábil comerciante fue engatusado tras las rejas, aunque sea una vez, por personajes que si hubieran conocidos en libertad jamás habrían contratado. Hoy, varios de esos abogados se encuentran privados de su libertad a raíz de denuncias de familiares de sus otrora clientes, que fueron compelidos por sus desesperados parientes a entregar sumas de dinero y, tras meses de espera, descubrieron la defraudación.
Exhorto a todos los involucrados en la cadena de consumo de la Justicia, y del cuidado de los derechos de las personas humanas, a no olvidar que, cualquiera sea l opinión sobre las personas alojadas en establecimientos penitenciarios, no podemos ni debemos olvidar que son parte de esta sociedad y no animales de zoológico, y que si creemos en los derecho humanos y en la eficacia de un real tratamiento penitenciario, es imperativo educar a los detenidos en aspectos legales básicos, para prevenir que se haga con ellos lo que afuera no queremos que nos ocurra a nosotros.
La vulnerabilidad es, en esencia, incertidumbre, riesgo y exposición emocional.
El abogado comprometido con los intereses de sus clientes debe dedicar horas de su día para contrarrestar el efecto de las dudas y ardides que los predadores bien vestidos, que cruzan controles de seguridad a diario en las penitenciarías, siembran en sus presas, los presos.
@zeverinasociados