Tras el Brexit (2016), el Reino Unido relanzó su política exterior. Pero el eslogan “Global Britain” del conservador Boris Johnson quedó atrapado en la ambigüedad. La desvinculación de Bruselas restó a Londres más de lo que le había sumado.
Con el laborista Keir Starmer desde julio de 2024, sin volver atrás con el Brexit, se reconstruyeron algunos aspectos de la relación con Europa, sobre bases pragmáticas. El “marco de Windsor” (2023) para normalizar operaciones con Irlanda del Norte fue un precedente en ese sentido.
Downing Street apuesta a restaurar la reputación perdida. Los años de turbulencias políticas internas (achacadas tanto a malos gobiernos como a una monarquía no exenta de escándalos) afectaron la confiabilidad internacional del país.
Geopolíticamente, el Reino Unido (sexta economía mundial) es miembro del G7, de la OTAN y del Consejo de Seguridad de la ONU, manteniendo la Commonwealth, red que durante el reinado de Isabel II, pasó de tener 7 miembros a 56, oficiando como organización sin jurisdicción, pero expresiva de la relación institucional, comercial, migratoria, de cooperación, etc. entre Reino Unido y sus ex colonias.
Recientemente, Starmer devolvió las Islas Chagos a Mauricio, cediendo la soberanía de la última colonia africana, aunque conservando una base militar clave entre India y China. Queda abierta la disputa de soberanía en otros territorios, como Gibraltar y las Islas Malvinas, sobre cuya soberanía mantiene un diferendo con la Argentina, reconocido en el ámbito de Naciones Unidas.
La diplomacia profesional, la presencia de Londres como centro financiero y logístico, un “soft power” cultural que va desde la BBC, pasando por sus grandes artistas (clásicos o pop) hasta sus museos y universidades otorgan al Reino Unido influencia significativa. Sin embargo, existen condicionantes: la economía no despega (el PIB creció un 1,2% en el último bienio, contra un 2% de la Unión Europea) y se profundizan desigualdades sociales mientras irresueltas tensiones territoriales subsisten, como lo muestran los reclamos de independencia en Escocia y la situación de Irlanda del Norte.
Fortalezas y debilidades
Merece detenimiento la relación del Reino Unido con los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, entre otros países), bloque de relevante influencia económica y política (en 2024 su PIB creció un 4% frente al 3,3% global). Londres está atenta a esta expansión: varias de estas naciones fueron piezas del entramado imperial británico. Con India coopera en ciencia, migración y servicios, pero hay conflictos en materia de comercio agrícola y tensión por la posición británica en el caso de Cachemira. Sudáfrica conserva la memoria de un vínculo colonial y de la lucha contra el apartheid, en la que Londres jugó un papel ambiguo. En el caso de China, el recuerdo de Hong Kong y los duros términos de comercio en territorios dominados por Londres, más el recelo por otras posiciones coloniales británicas en Asia, aún gravita. Con Rusia pesa la historia de rivalidad entre imperios, renovada en un contexto de guerra y sanciones. Incluso Brasil, tributario del mundo portugués, alternó acuerdos financieros o comerciales e intereses divergentes en el Atlántico Sur. Pero aún en esta combinación de herencias y desconfianzas, tanto los BRICS como Londres necesitan alternativas. El mundo está cambiando y parece cerrarse peligrosamente.
En materia militar, sus fuerzas armadas, reducidas en comparación con las grandes potencias (poco más de 180.000 efectivos, la sexta parte de los militares norteamericanos en actividad), poseen profesionalismo, tecnología y capacidad expedicionaria. Tiene poder nuclear operativo. Dispone de una red de bases y acuerdos logísticos en enclaves estratégicos. Aunque su capacidad de sostener operaciones prolongadas es limitada y depende de la alianza financiera y tecnológica con Washington.
En el campo de la inteligencia (interna, diplomática y militar) conserva una ventaja. Junto con Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda integra la red Five Eyes, la más importante del mundo. Sus agencias, el MI6 (inteligencia exterior), el MI5 (seguridad interna) y el GCHQ (inteligencia de señales y ciberdefensa), son reconocidas en la gestión de amenazas globales.
En cuanto a la guerra en Ucrania, el Reino Unido se sitúa en el bando occidental. Se mantiene como aliado de Washington, lo que refuerza la imagen de “relación especial”, pilar de su política exterior desde la Segunda Guerra Mundial. Con Bruselas, la cooperación está condicionada por las cicatrices del Brexit y por las dificultades para coordinar políticas. Starmer parece interesado por lograr la pacificación rápida, con implicancias tanto en materia de seguridad como también energética.
El escenario internacional está marcado por la emergencia multipolar. En este marco, las posibilidades del Reino Unido se juegan en la aptitud para actuar como potencia media confiable, puente diplomático y facilitador de soluciones globales. En ámbitos como el cambio climático, la regulación tecnológica, la salud internacional, la inteligencia aplicada a la anticipación de conflictos, su capacidad instalada puede marcar la diferencia. Particularmente, en un gobierno laborista que por momentos pareciera retomar los argumentos de la “Tercera Vía” del sociólogo Anthony Giddens o del mismo ex premier Tony Blair.
Ser y parecer
El gobierno de Starmer parece comprender que el tiempo la grandilocuencia ha pasado, que el colonialismo es parte del pasado, y que la política exterior británica solo podrá recuperar centralidad si se apoya en la innovación, la coherencia y en la credibilidad suficientes para conformar nuevas redes.
Veremos si estos amagues se transforman en pasos concretos. Lo que más tarde o más temprano, debiera impactar en una grave cuenta pendiente: la soberanía de las Islas Malvinas. Más allá de la diplomacia, Londres considera que estos territorios le aseguran una proyección en el Atlántico Sur y acceso a recursos pesqueros y energéticos. La disputa no perderá su intensidad.
¿Un imperio puede dejar de serlo? La paradoja británica radica en su ambición de consolidarse como potencia global renovando roles y alianzas, pero ¿podrá lograrlo si conserva enclaves cuya legitimidad es objetada por el derecho internacional?
Ojalá que la Casa Rosada, abarrotada su agenda de asuntos domésticos, preste la debida atención a estas señales.