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La batalla cultural

Por Eduardo Ingaramo

Eduardo Ingaramo - Especial Por Eduardo Ingaramo - Especial
28 de octubre de 2024
La batalla cultural

Con seguridad escuchamos con frecuencia hablar entre “progres”, “conservadores” y “libertarios” de la “batalla cultural”, sean comunicadores, analistas políticos o políticos propiamente dichos. Posiblemente, las mayorías no politizadas no comprendan de qué se trata. Y como siempre que no entiendes algo de lo que se habla mucho, es porque de alguna forma quienes hablan de eso no tienen interés en que lo sepas o quieren ocultarlo con neologismos que solo ellos entienden en su particular jerga. Procuraré explicarlo.

Como se ha dicho miles de veces, los comportamientos humanos derivan de tres orígenes, la costumbre, los afectos/deseos y la razón.

La costumbre sigue siendo el principal origen de nuestros comportamientos, pero en los últimos años ha ido perdiendo importancia en favor de los afectos y deseos promovidos desde la redes sociales en donde el Me gusta /No me gusta reina, especialmente entre los más jóvenes, pero no solamente.

Mientras tanto, la razón se calcula que influye en un 5 o 10% de las decisiones y en un estado de “baja conciencia” ya que solo se tienen en cuenta unas pocas variables, mientras que el resto son afectivas, como la confianza, el rechazo, la pertenencia o la exclusión y la costumbre.

Por eso los comportamientos con base afectiva han ido aumentando su importancia en detrimento de la costumbre y la razón. Allí se desarrolla la “batalla Cultural”.

Ella se produce a escala global, regional, nacional y a veces local en donde la cuestión pasa por normalizar aquellos comportamientos que en esos ámbitos se consideran “de sentido común”, convirtiendo lo afectivo en costumbres acríticas.

A escala global, en especial en el occidente desarrollado, se han normalizado varios. Desde que “hay que vivir el hoy”, “los multimillonarios son exitosos”, “los vínculos legales –laborales, familiares, etc.- a largo plazo son frenos a la libertad individual” o “los sistemas jubilatorios y de seguridad social son insostenibles”

Así, las relaciones se vuelven líquidas, virtuales, de poco contacto interpersonal o afectuoso, con restricciones a los temas comunes que las redes sociales promueven desde sus herramientas –Me gusta/No me gusta, compartir, bloquear, algunos comentarios limitados, etc.- y su anonimato. Por lo que, el formato, lo estético, lo entretenido o divertido se impone por sobre lo reflexivo, lo ético, lo analítico y lo colectivo que son herramientas de la razón.

A escala regional o nacional la supuesta racionalidad se ha reducido a creencias normalizadas de modelos que por considerar unas pocas variables se convierten en ideologías –políticas, económicas, sociales, etc.- que impiden un verdadero debate sobre la razón de las cosas y sus consecuencias.

Entre ellas podemos mencionar la teoría postmarxista –Ernesto Laclau y Chantal Mouffe- sobre el antagonismo y la hegemonía, que pasa por elegir un enemigo y cuestionarlo, descalificarlo, vilipendiarlo, difundir noticias falsas (fake news), etc. hasta convertirlo en un irremediable enemigo. En América latina y Argentina eso comenzó con el kirchnerismo tardío pero se ha extendido a todas los partidos e ideologías existentes, al punto de rechazar buenas iniciativas solo porque “las vota el kirchnerismo o la derecha”.

Otras batallas culturales que el actual gobierno ha intentado imponer como “el Estado es el problema” que viene de los 90, o “la justicia social es un robo”, se enfrentan a la realidad y la revelación de una historia poco recordada pero que se conserva por la costumbre y los sucesivos fracasos que acumularon quienes lo intentaron en el pasado.

Esto no es nuevo y aunque no se llamaban batallas culturales, la tendencia a normalizar e imponer cuestiones afectivas en las decisiones supuestamente racionales tuvieron hitos muy cerca nuestro.

A principios de los 80, Margaret Thatcher, nuestro gobierno militar, Pinochet y muchos otros que obtenían resultados magros o negativos en términos económicos –recesiones, inflación, disminución de la participación económica de las mayorías, etc.-, decidieron recurrir a nacionalismos y guerras en las que obtenían afectivamente el favor de sus ciudadanos.

Nuestros militares se involucraron en una casi guerra con Chile, mientras a ambos lados de la cordillera la situación económica los condenaba, y luego invadieron Malvinas cuando la situación social explotaba por la alta inflación, las manifestaciones y paros que florecían, obteniendo así el apoyo de gran parte de la ciudadanía en un tema eminentemente afectivo.

Margaret Thatcher allí dijo su famosa frase respecto que “los británicos afectados por privatizaciones, despidos, baja de los salarios, etc. no les perdonarían no vengar la invasión a Malvinas”.

Las batallas culturales exitosas implican lograr que algunas afirmaciones y valores, vía los aspectos afectivos del comportamiento, se vuelvan acríticamente en costumbres, y requieren: 1) un amplio alcance geográfico y/o perdurabilidad en el tiempo, 2) una reiteración masiva de la afirmación por diversas fuentes y medios y 3) se refieran a cuestiones que están en desuso o cuestionadas.

En nuestro país, el particular gobierno que nos administra, aunque la menciona con frecuencia, no parece tener un plan. Sin embargo, de las tantas afirmaciones que emite algunas pueden tener efecto.

Por ejemplo, las afirmaciones respecto de las organizaciones sociales, el kirchnerismo-peronismo, los sindicatos o el periodismo ensobrado. No obstante, esas batallas culturales son más patrimonio de otros sectores, que el gobierno toma para sí, pero con fuertes contradicciones entre lo que dice y hace.

Con las organizaciones sociales choca en la ineficacia de sus denuncias, su financiamiento a organizaciones sociales “amigas” y las necesidades alimentarias insatisfechas de grandes sectores de población.

Con el kirchnerismo-peronismo, sus afirmaciones sobre la “justicia social” quedan aisladas de lo que opinan los demás sectores sociales y comunicadores, que en el mejor de los casos se ocupan y preocupan por “la corrupción”, además, de los acuerdos de casta que tiene con gobernadores y legisladores peronistas.

En el caso de los sindicatos, sus afirmaciones chocan con los acuerdos con “los gordos de la CGT” y en el caso de los “periodistas ensobrados” sus afirmaciones se contradicen con el financiamiento de medios vía cuentas de publicidad de YPF, Afip, Anses y a ciertos periodistas individuales que son desvalorizados, inclusive por sus pares y organizaciones.

Quizás su logro más importante es respecto al déficit fiscal, pero sus afirmaciones excesivas sobre que “no hay plata” a la par de otorgar asignaciones millonarias a su estructura de gobierno, los fondos reservados de la Side y los subsidios a grandes empresas con beneficios extraordinarios, le quitan consenso y potencia en la batalla cultural, más allá del apoyo que obtiene de otros sectores “amigables”.

También parece por ahora que sus afirmaciones respecto de las universidades públicas son una batalla cultural que camina hacia el fracaso, pues no cumple con las tres condiciones ya mencionadas para el éxito.

Por último, la normalización de las agresiones virtuales es una tendencia de la sociedad global y en especial en nuestro país se debate entre el atractivo inicial de tales prácticas contra “la casta” y el creciente descrédito y cansancio de la población por su multiplicación con la mayoría de los opositores al gobierno.

Espero haber logrado que se haya comprendido el trasfondo de la batalla cultural y que no se conviertan comportamientos afectivos en costumbres normalizadas.

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