Los espíritus más críticos con las guerras advierten que ellas no sólo se desarrollan con armas, sino también con otras formas de confrontación –económicas, tecnológicas, culturales, comunicacionales– en donde se incuban las causas de las guerras reafirmando la frase del militar y teórico prusiano Carl von Clausewitz respecto a que «la guerra es la diplomacia por otros medios»
Otros afirman que los saltos tecnológicos que dieron lugar al bienestar posterior se dieron como consecuencia de guerras, en las que se desarrollan nuevas tecnologías que luego se suman a la vida civil, especialmente en aquellos que salieron vencedores.
Los vencedores así se apropian de la opinión publicada y del relato que los favorece. Mientras que con su fortaleza imponen su voluntad a los perdedores, sometiéndolos más o menos, o compartiendo con algunos aliados el éxito, ratificando la frase “la historia la escriben los que ganan”.
De este modo, las guerras son “una realidad” muy visible que las que se destruye, mientras que la paz es una “utopía” silenciosa que en su búsqueda hace prosperar.
El Papa León XIV está marcando su perfil y agenda en favor de la Justicia y la Paz que de alguna forma continúa el legado de Francisco I, aunque con un mayor énfasis en la evangelización con los mandamientos cristianos de “amar a Dios por sobre todas las cosas” y el de “amar al prójimo como a ti mismo”.
Jeffrey Sachs –economista y humanista de la Universidad de Columbia- le preguntaba hace unos días a los ucranianos ¿quieren ser el Afganistán de Europa? y a los taiwaneses si ¿quieren ser los ucranianos de Asia-Pacífico?, criticando la actitud guerrera de la civilización judeocristiana occidental y en particular de los EE.UU., que luego de impulsar la beligerancia los abandona a su suerte.
Si bien las guerras geopolíticas son las más visibles y reportadas en donde la verdad es su primera víctima, son las guerras civiles entre los habitantes de un mismo territorio, las que se convierten en las más sangrientas dejando heridas profundas por mucho tiempo que en estos días florecen en muchas partes del mundo.
En otros casos la violencia desatada en redes y en espacios públicos, pueden ser el germen que haga crecer una violencia civil como preámbulo de una guerra civil no declarada.
En estos días, el mundo actual se caracteriza por la guerra comercial y tecnológica entre EEUU y China tras varios gobiernos republicanos y demócratas, desatada por sostener la hegemonía occidental de posguerra que está en una crisis interna y desafiada externamente.
La crisis interna pasa porque EE.UU., tras disfrutar por 70 años de ser la nación que emite la moneda de reserva mundial aumentando sus ingresos con solo emitirla, ha tomado cuenta que eso le ha generado una gran deuda que tienen otros países que compiten con ellos y así tienen una herramienta muy poderosa para defenderse.
De allí que las contradicciones de Washingtonentre sus ataques –con sanciones, aranceles o restricciones de acceso a su tecnología- y retrocesos ante la potencia productiva y financiera ajena, que EE.UU. y sus empresas promovieron voluntariamente, son más visibles con Trump, pero también existían antes de él.
Mientras que la estrategia de China de crecer vía el comercio, superávit externo, ahorro e inversión a largo plazo, no muestra por ahora su intención de reemplazar al dólar como moneda de reserva -¿habrá aprendido de EEUU las consecuencias negativas a largo plazo?- pero sí en las transacciones comerciales por fuera del dólar y el sistema financiero occidental.
La “destrucción mutua garantizada” que sostuvo la guerra fría, parece insuficiente tras que otros países –India, Paquistán, Israel, Irán- hayan accedido o estén por acceder a tecnología nuclear. Por lo que los conflictos regionales de baja intensidad pero alta peligrosidad se multiplican azuzados por el complejo militar-industrial estadounidense que lucra vendiendo armas y financiando a congresistas, sus campañas electorales y medios de difusión masiva y en la red.
El sistema liberal-democrático está en crisis por haberse mostrado ineficaz para lograr desarrollo, sino también para lograr que los mecanismos de representación que se pretendían de los partidos políticos, los mecanismos legislativos y gestiones ejecutivas de las mayorías con respeto a las minorías.
Mientras que gobiernos de partido único –como China-, o que funcionen virtualmente como tales –como la Federación Rusa- se muestran más eficaces en el cumplimiento de sus objetivos y resilientes a las crisis que el occidente liberal-democrático anuncia reiteradamente sin éxito.
Es que la aceleración del cambio tecnológico –o sea de las herramientas con las que se produce, controla y reprime- pone en crisis como nunca antes aquellos sistemas basados en la justicia y paz.
Desde siempre, la resolución de las guerras no implica justicia alguna salvo que surjan líderes como Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Mijaíl Gorbachov, Yitzhak Rabin oYasser Arafat quienes asumieron sus culpas y con sus contrapartes pacificaron lo que parecía imposible.
No obstante, no lograron evitar los conflictos posteriores que los sucedieron y en la mayoría de los casos son cuestionados por quienes hoy sostienen la beligerancia que ellos se propusieron eliminar.
La paz, además de una utopía, es una construcción colectiva y permanente –de allí su dificultad en lograrla y sostenerla- con memoria, verdad y justicia que evite que la historia se olvide, se menosprecie o se seleccione aquello para que la sociedad no recuerde como se obtuvo y no se valoricen las actitudes que llevaron a ella.