La Humanidad ha buscado desde hace siglos conocer el futuro. Las religiones y la astrología de casi todas las civilizaciones humanas más desarrolladas han ofrecido creencias para satisfacer esa búsqueda. Desde fines del siglo XIX la ciencia ficción también ofreció historias que en algunos casos han sido anticipatorias, y, en otros, son verosímiles al día de hoy.
“La máquina del tiempo” es una novela de ciencia ficción del escritor británico Herbert George Wells, de 1895. En su viaje en el tiempo hacia el futuro ve nuestro mundo en decadencia, habitado en su superficie por unos seres que viven jugando despreocupados, los “eloi”, pero sin escritura, inteligencia ni fuerza física. El viajero supone que así debió de terminar la Humanidad tras resolver todos sus conflictos.
Allí conoce a Weena, una mujer eloi que casi se ahoga en un río, sin que a los otros eloi les importe, además de que Weena no le agradece al protagonista por salvarla. Poco después descubre que estos seres viven con un inmenso miedo al subsuelo y a la oscuridad, sobre todo en las noches sin luna. El subsuelo está dominado por unas siniestras criaturas, los Morlocks, otra rama de la evolución humana que se ha habituado a vivir en las tinieblas y sale de noche para alimentarse de los eloi que captura.
Varias preguntas surgen: ¿un exceso de deseo o juego puede llevarnos a ser como los eloi? ¿Como ellos, víctimas de otra especie o grupo que se alimenta o abusa de nosotros? ¿La felicidad es sólo la ausencia de preocupaciones, o es algo más? ¿La despreocupación incluye no ser solidario con los otros?
“Un mundo feliz” es la novela más famosa del escritor británico Aldous Huxley, de 1932. La novela transcurre en un mundo regido por una dictadura, que anticipa el desarrollo en tecnología reproductiva, cultivos humanos y una educación dictada por las autoridades durante el sueño de los niños, manejo de las emociones por medio de drogas que, combinadas, cambian radicalmente la sociedad.
El mundo aquí representado podría ser una utopía, aunque irónica y ambigua: la Humanidad es ordenada en castas, donde cada uno sabe y acepta su lugar en el engranaje social, saludable, avanzada tecnológicamente y libre sexualmente.
La guerra y la pobreza han sido erradicadas, y todos son permanentemente felices. Sin embargo, la paradoja es que todas estas cosas se han alcanzado tras eliminar muchas otras: la familia, la diversidad cultural, el arte, el avance de la ciencia, la literatura, la religión, la filosofía y el amor.
El prólogo que sumó el autor en la edición de 1969 dice, 37 años después, que no quiere cambiar nada de la novela y sólo señala que un verdadero mundo totalitario es aquel en el que nadie quiere cambiar nada, en donde se ama la servidumbre, quizás alienados por drogas eficaces para huir del dolor, pero no dañinas para la salud, con selección genética (“que evite tontos”, dice), y un método de sugestión y educación suficiente para evitar ideas que cuestionen el sistema.
Por lo que cabe preguntarse: ¿cuánto de eso se está dando hoy? ¿Cuánto las redes y sus algoritmos nos someten a una servidumbre sin saberlo? ¿Cuánto las drogas nos permiten huir del dolor? ¿Cuánto hay en la genética que se convierte en selección genética antes de nacer?
“El fin de la eternidad” es una novela de ciencia ficción, escrita por Isaac Asimov en 1955. La eternidad es un lugar y una organización en el que sus miembros tienen la capacidad de, por medios tecnológicos, entrar y salir en casi cualquier punto de la corriente temporal y viajar por ella, alterándola. En conjunto, forman un cuerpo de guardianes –los Eternos- que llevan a cabo, calculando y planificando cuidadosamente, los Cambios Mínimos Necesarios (CMN) en el mundo temporal, con el fin de minimizar el sufrimiento colectivo en la historia de la Humanidad aprovechando el “efecto mariposa”, que pueden calcular. Como consecuencia, la Humanidad vuelca toda su capacidad de desarrollo tecnológico hacia el viaje en el tiempo, y abandona la búsqueda de las estrellas. De hecho, uno de los efectos secundarios de los viajes de los Eternos es que, al reducir el sufrimiento humano, sabotean cualquier intento de desarrollo de las tecnologías que permitirían el viaje interestelar. Hasta que un Ejecutor de los CMN se enamora de una mujer que no es de su tiempo, y todo se derrumba.
Las preguntas que surgen son: ¿queremos realmente un mundo así? ¿Es realmente estable un mundo sin sufrimiento? ¿Cuánto sufrimiento desafía nuestra creatividad y nos da vida?
“1984” es una novela de ficción, de George Orwell, publicada en 1949. La novela popularizó los conceptos del Gran Hermano, y de la neo lengua que reprime “los malos pensamientos”, basándose en el principio de que lo que no forma parte de la lengua, no puede ser pensado.
Muchos analistas detectan paralelismos entre la sociedad actual y el mundo de “1984”, en el que los bloques del mundo multipolar se alían y tienen guerras permanentes, manipulando la información histórica a sus ciudadanos –el protagonista hace eso en el Ministerio de la Verdad- para mantener sometidos al pueblo en una dictadura basada en la mentira y el miedo. Extrañamente, los tres bloques, Oceanía (Reino Unido, América, Australia, Nueva Zelanda y sur de África), Eurasia (Europa y Rusia), y Eastasia (China, Japón y Corea) son muy similares geográficamente a los que hoy se están formando.
Entonces, podemos preguntarnos: ¿La eliminación de la lectura, los cortos mensajes en redes, no disminuye nuestro lenguaje y limita nuestros pensamientos? ¿Las guerras no son formas de unir a los pueblos y justificar la pobreza, por miedo a un enemigo externo que suele cambiar y hasta convertirse en aliado? ¿La censura en redes puede ocultarnos los hechos reales que ocurren? ¿Si todo es filmado, tenemos realmente intimidad.