Los días de abril culminaron con una nueva estampida del dólar “blue”, que llegó a rozar el valor récord de $ 500 para luego reacomodarse cerca de los $ 470. Y cuando el dólar se mueve, toda la economía tiembla. Las corridas financieras, provocadas por los especuladores de siempre, jaquean otra vez a un gobierno débil. No son nuevas estas prácticas, sin que nadie pueda afirmar cuándo será la próxima. La corrida anterior sucedió hace menos de un año, en julio del 2022, tras la renuncia del entonces ministro de Economía Martín Guzmán. Después de un mes cargado de turbulencias, emergió Sergio Massa como el salvador, ocupando amplios espacios en el Gabinete, con epicentro en la cartera de Hacienda. Durante algunos meses, Massa logró el milagro de hacer convivir más o menos armónicamente al binomio presidencial. Se erigió en el máximo común denominador del oficialismo de cara a las elecciones.
Y la primera corrida de este ciclo había acaecido en el lejano octubre del 2020, en plena pandemia, con el país atravesando la peor emergencia sanitaria de los últimos 100 años. Está claro que los poderes fácticos nativos no reparan en cuestiones sanitarias, sólo operan guiados por su afán de ganancias inmediatas.
Así las cosas, durante la última semana de abril el gobierno debió enfrentar otra corrida cambiaria, una más, la tercera, con su secuela de operaciones y movidas desestabilizadoras. Los rumores circularon a la velocidad de un rayo, sobre entregas anticipadas del poder (como ocurrió en 1989); sobre asambleas legislativas (como en la crisis de la Convertibilidad); etcétera. Estamos inmersos en un juego sumamente riesgoso: los argentinos ya deberíamos haber aprendido la lección de nuestra propia historia. Pero aprendimos poco y nada.
La corrida se extendió hasta el miércoles 26, cuando el dólar cortó por fin su tendencia alcista y se ubicó en torno a los $ 475. Al día siguiente se confirmó la baja, al cerrar la rueda en $ 467 (en la plaza porteña). Recién entonces llegó algo de alivio, pero intuimos que se trata de un alivio transitorio. En tan sólo un mes la cotización del “blue” (dólar ilegal) trepó cerca de 100 pesos; esto repercutirá en el índice de precios al consumidor de mayo, el traslado a precios es casi inmediato.
Las olas de remarcaciones son cada vez más altas y veloces. Son dos indicadores (dólar y precios) que no dan tregua a los argentinos. Para detener esta corrida, Massa decidió usar reservas para intervenir en el mercado de cambios. Lo hizo con la autorización expresa del FMI, que antes había prohibido este tipo de intervenciones. Esto significa que “lo que diga el Fondo no es inamovible. Se puede modificar con fuerza política”, como lo afirma David Cufré.
Lo alarmante no es únicamente la corrida, sino que el gobierno improvisa permanentemente y se maneja con plazos breves, increíblemente breves. Aplacada la corrida, el ministro de Economía se reunió con dirigentes sindicales y de organizaciones sociales, y ante ellos se comprometió a reordenar el mercado cambiario y a concertar un pacto de precios y salarios por 90 días. Se supone que ese es un horizonte de largo plazo en la Argentina actual. En comparación, el Plan Primavera de los 80, o la convertibilidad de los 90, parecen programas eternos.
Las internas a cielo abierto en el oficialismo tampoco contribuyen a solucionar los problemas. Ciertos comportamientos incluso los agravan. Por ejemplo, que en pleno clímax de corrida Alberto Fernández divagara en una entrevista radial sobre sus gustos personales, o sobre qué actor le agradaría que lo represente en una hipotética “biopic”, no suma absolutamente nada. Eso no es serio: deja la sensación de que el Presidente (que acaba de renunciar a su imposible reelección) vive en una realidad paralela. Y esto lo asemeja peligrosamente a Fernando De la Rúa.
Las alusiones a la unidad se han puesto de moda, tanto en el oficialismo como en las principales filas opositoras. Sin embargo, este entusiasmo retórico no se condice con los hechos. En el PRO, la guerra de guerrillas entre Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich arde; Mauricio Macri (que renunció a su candidatura antes que Alberto) pretendió erigirse en el gran ordenador de su espacio político. y fracasó.
Los distintos fracasos, tanto en la gestión de gobierno como en el armado político, son capitalizados mayormente por Javier Milei, que no para de crecer en las encuestas con su discurso “anti casta”, superando ya el umbral del 20% en intención de voto, a pesar de que sus principales propuestas son inviables, inconsistentes o disparatadas. En este sentido, la dolarización de la economía argentina es sólo un botón de muestra.
En tanto, las provincias ya definieron sus calendarios electorales. Los gobernadores apuestan a ganar de local y así quedar bien posicionados para el cierre de las listas nacionales. Ellos piden definiciones sin esperar las PASO de agosto: piensan en la Patria, en el partido y en todo lo demás, pero antes defienden sus propios intereses. Y a pesar del contexto complejo, los oficialismo son favoritos en todos los distritos en pugna.
Por su parte, en el equipo económico confían que el FMI anticipará desembolsos (de hasta 10.000 millones de dólares) para fondear las reservas del Banco Central (que Milei dice que cerrará). Este es el verdadero talón de Aquiles: casi no quedan reservas disponibles, y sin reservas resulta imposible contener una eventual nueva corrida contra el peso. Los especuladores hacen sus cálculos y se mantienen al acecho. Así van a permanecer el resto del año. La terrible sequía -la peor en un siglo- no hizo más que agravar una situación ya que por sí muy crítica.
Y en este marco, el acuerdo de precios y salarios al que aspira Massa es una meta por demás modesta, pero necesaria. Tres meses de relativa paz social, cuando culmina un cuatrimestre caliente en materia de inflación, en el que las grandes empresas formadoras de precios (en particular, las alimenticias) se alzaron con ganancias extraordinarias, son necesarios para reordenar la gestión e intentar llegar a las presidenciales de octubre.
Todo parece indicar que esta vez la tercera no fue la vencida. Por el contrario, Sergio Massa, que en aquellos aciagos días había declarado que “no se lo iba a llevar puesto una corrida”, finalmente logró doblegarla. Y de esa forma se ganó una nueva oportunidad. Quizás ahora pueda conducir al gobierno del Frente de Todos hacia buen puerto, y se arribe al final del mandato de Alberto Fernández sin mayores sobresaltos.