¿Cuánto tiempo más pueden sostener los EEUU la acumulación de frentes de conflicto abiertos por el gobierno de Joe Biden? Involucró a Rusia en una guerra en Ucrania que hoy sabe perdida; permitió el ataque a Israel; sigue provocando a China, mientras agudiza un conflicto económico con la potencia asiática que daña a toda la economía mundial. Como si esto fuera poco, algunos días antes de la elección argentina del 22 de octubre la jefa del Comando Sur volvió a alertar contra el “peligro chino” en el hemisferio occidental.
Tiene abiertos cinco frentes de conflicto sin posibilidad de triunfar en ninguno: dos de los frentes abiertos están activos con Rusia (por la hegemonía y la carrera militar) y China (por Taiwán y por la guerra comercial). Otros dos frentes son el conflicto de Israel y Palestina y el de Ucrania, y el quinto frente es el que tiene lugar en el interior. Su política y sociedad están profundamente divididas por ideologías y visiones del país y el mundo incongruentes e irreconciliables. Este es, quizás, el conflicto más grave.
Desde que la resistencia palestina unida lanzó su ataque contra Israel el pasado 7 de octubre, el Pentágono ha organizado un puente aéreo para el suministro de material de guerra a Tel Aviv, pero también ha enviado 20 aviones a Chipre, y Jordania ha recibido 15 aviones de transporte y dos escuadrillas de aeronaves para fuerzas aerotransportadas y fuerzas especiales.
Al retornar de su viaje a Israel, el presidente Joe Biden reafirmó el apoyo norteamericano a la independencia de ese Estado, pero en repetidas ocasiones advirtió que debía respetar a la población civil de Gaza y, más recientemente, abogó por la erección de un Estado palestino independiente como única solución para el conflicto. Washington presiona para que Israel no invada masivamente la Franja porque quiere ganar tiempo para extender la guerra a Siria, a la que acusa de permitir el tránsito de armas iraníes para Hezbollah, aunque dar batalla allí implicaría chocar con Rusia.
No obstante la cantidad enorme de pérdidas humanas, el ejército israelí todavía no ha alcanzado ningún objetivo militar relevante, mientras que las milicias gazatíes no dejan de bombardear el sur de Israel y hasta Tel Aviv. En la frontera con Líbano, por su parte, Hezbollah bombardea sistemáticamente las instalaciones de escucha y los radares israelíes, para “cegar” a su oponente, y mantiene una contención significativa.
Israel sabe que no puede triunfar en el campo de batalla, ¿para qué, entonces, tal masacre de inocentes? La razón hay que buscarla en el mar: en las aguas territoriales de Gaza comienza un gigantesco campo gasífero que se extiende a lo largo del litoral israelí hasta la mitad de la costa libanesa, y que EEUU, Turquía e Israel ambicionan. Algunos miembros de la coalición ultraderechista que gobierna en Tel Aviv ya han anunciado su intención de desplazar a un millón de palestinos de la mitad norte de la Franja, para anexarla y luego explotar el yacimiento.
Aunque no quiere una ocupación permanente de la Franja, a la elite norteamericana le conviene que en Asia Occidental se produzca una guerra controlada que se prolongue por cierto tiempo, primero, para desplazar a Ucrania de las TV, y para justificar el pedido al Congreso de nuevas partidas presupuestarias para armamentos.
El arma principal de rusos, chinos, y sus aliados es el petróleo. Para obligar a Israel y Occidente a negociar, la OPEP+ puede aumentar el precio del fluido, que vende a Occidente arriba de los US$ 100, o reducir el abastecimiento con el mismo efecto.
El bloque euroasiático ha encerrado a su contrincante en un dilema: si expande la guerra en Asia Occidental, chocará con Rusia e Irán y arriesgará un gigantesco bloqueo petrolero que puede destruir las economías occidentales. Si, en cambio, se aviene a una negociación, hará colapsar el gobierno israelí y provocará allí el caos. Además, debería reconocer la independencia palestina y la erección de un Estado en Gaza y los territorios ocupados.
Sin embargo, ni Israel ni EEUU son los mayores perdedores de la guerra en Gaza, sino el gobierno ucraniano. Los legisladores norteamericanos ya no quieren votar nuevas partidas de ayuda a Ucrania. El gobierno de Joe Biden pidió al Congreso que apruebe una partida de 106.000 millones de dólares para Ucrania e Israel, pero los republicanos que controlan la Cámara de Representantes quieren desdoblar la votación, para no mandar nada a Kiev.
La situación en el campo de batalla tampoco favorece la generosidad de los legisladores. Esta guerra es de desgaste para ambas partes, pero mientras Rusia está siendo aprovisionada por Irán y Corea del Norte, los suministros occidentales para Ucrania se van reduciendo. Ahora, si el Congreso norteamericano niega los fondos, los días de Zelenski y su grupo están contados.
En este contexto, no se entiende que la jefa del Comando Sur del US-Army siga tratando de provocar un incendio en América Latina: el 19 de octubre la teniente generala Laura Richardson fue entrevistada en la Universidad de Miami por Susan Segal, presidenta de la American Society (financiada por la Fundación Rockefeller y las 200 compañías norteamericanas con los mayores negocios en América Latina); allí la generala insistió en sus denuncias contra la acumulación de poder militar que China estaría adquiriendo.
Desde que gobierna Joe Biden, no ha hecho más que multiplicar los conflictos dentro y fuera del país, sin solucionar ninguno. Ahora experimenta el síndrome de la manta corta: si tira de un lado, se destapa del otro. Quizás sea, entonces, una señal de realismo el que EEUU haya propuesto a Rusia retomar el diálogo estratégico.
Hasta tanto el grupo dirigente en Washington no se haga cargo de los reales problemas de su país y de su debilidad relativa, el despliegue excesivo de su poder en el mundo lo encerrará en el dilema de arriesgar una guerra mundial que destruiría el planeta, o aceptar su derrota y retirarse a lamer las heridas.