Javier Milei ha revolucionado las maneras de la política. Es un fenómeno observado en el mundo. Su heterodoxia para liderar, alcanzando un nivel de competitividad sorprendente; su aptitud para construir poder, sin lastre de partidos o alianzas que lo condicionen; su talento para mantener la iniciativa, sosteniendo centralidad (todos hablan de lo que él propone), lo hacen imbatible por ahora.
Nadie lo ve venir. El público sigue dándole la derecha (mejor usada la frase que nunca), en plena etapa del ajuste que advirtió practicaría (y por tanto no hay traición), el cual, según sus propias palabras, lejos está de concluir.
Muchos políticos y analistas pregonaron su caída desde que empezó a medir bien en las encuestas. Pero “el León” se las arregló para superar todas las etapas. Pese a los contratiempos y los rechazos opositores, repudiando al sistema, logra apuntalar su base de adhesiones: una audiencia atenta a tweets (su inversión en X le rinde, sin duda), posteos o declaraciones.
Milei es distinto. Ataca por donde nadie lo espera. Mechando elaboraciones teóricas con lo que él mismo denomina “un poco de show”, sabe cómo sintetizar construcción y disrupción.
El marketing político quedó obsoleto. Después de Milei, todos los dirigentes parecen -Adrián Otero dixit- un montón de nada. Diría el presidente, rotundo: “casta”. ¿El Congreso no aprueba los proyectos enviados por el Ejecutivo? “Ratas”, “rosqueros que no quieren perder privilegios”. ¿Los gobernadores retacean apoyo? “Chupasangres que desean que el Estado Nacional les siga financiando la dolce vita”. ¿Los rectores universitarios públicos señalan un inminente crash presupuestario? “Vayan a competir, figurones de la Academia, que para eso deben preparar a los profesionales del mañana”. ¿Los intendentes protestan por la quita de subsidios al transporte? “Déjense de joder, gobiernen generando y usando sus propios recursos”.
No el “pituquito”, sino el peleador
Entre tanto aturdimiento, dado el vértigo impuesto por Milei, el gobernador Martín Llaryora asumió la necesidad, y vio la oportunidad: se animó a protestar, queriendo resonar desde el Interior. Pero ¿cómo entrarle a Milei, apropiado de los conceptos trabajados por la Escuela Austríaca (los hermanos Von Mises, Rothbard, etc.), que él podrá llevar a la práctica ejerciendo el poder? ¿Acaso pronto hablaremos del efecto “Milei-Caputo”, como antídoto del sombrío corolario “Olivera-Tanzi” que reza: la inflación sostenida genera caída de la recaudación y desplome fiscal (tantas veces vivido en Argentina)?
Milei es afecto a las teorías de juegos, que se entrecruzan con los aportes de la doctrina austríaca; aunque hayan tomado caminos paralelos, y más glamorosos sean los laureles obtenidos por los primeros, entre ellos John Forbes Nash (Nobel en 1994, inmortalizado en la película “A Beatiful Mind”). Los exégetas de Milei presentan a éste como a un modelista y sistemático cultor de los árboles de probabilidades y decisiones, típicos de aquellos desarrollos. Consideramos que Llaryora (“hombre de mundo”, como se encarga de recordarnos a cada rato), debería enfrentarlo en ese terreno: atacarlo con sus propios argumentos.
Alternativas a la carta
Los diferentes “juegos” o escenarios que cranean los economistas para predecir decisiones son herramientas sofisticadas, de base matemática, que incorporan variables a mensurar (condimentos comerciales, institucionales, sociológicos, ambientales, filosóficos, históricos o políticos). Escoger opciones a través de prácticas como “el gallina” o “el prisionero”, exige concentración y capacidad para representar los posicionamientos en precisas matrices.
Hay diferentes tipos de juegos: individuales o cooperativos; simétricos o asimétricos; por repetición; por secuencias; o desarrollados en simultáneo. Suelen representar “sumas cero”, donde la ganancia de unos es la pérdida de otros. Las diferentes hipótesis expresan situaciones de competencia real o presunta, a veces de enfrentamiento descarnado, otras de “cartelización” (en perjuicio de quien demanda, y esto ya lo veía Adam Smith).
¿Mediante qué juegos podría el gobernador cordobés hacer diferencia? Pensamos en variantes:
“Estanciero”: el tradicional juego argento (derivado de Monopoly) podría ser idóneo, por federal. Pero cuando haya que repartir los billetes (para que los jugadores intenten comprar estancias en las provincias) habrá problemas. Milei obturará cualquier intento de emisión, y quizá el gobernador pretenda (como se rumorea cerca del Panal) sustituirlos por un bono.
“Oca”: más que un choque frontal, típico del juego “de gallina”, podría Llaryora ofrecer una salida común para ambos, sorteando diversos avatares hasta llegar al núcleo del damero. Aunque Milei podría excusarse: él ya está en el centro. Tampoco serán similares los problemas a esquivar por uno u otro: Milei, a diferencia de Llaryora, no reniega directamente con colectivos, escuelas u hospitales que paren (y manejando a la Policía tiene a una mujer de armas llevar, Patricia Bullrich, que además aplica un temible protocolo anti piquetes). Mejor lo descartemos.
“Ta-te-ti”: requiere la alineación ingeniosa de una tríada en un tablero de movimiento constante. Cuidado: Milei llegó conformando una trinidad con su hermana Karina (la reencarnación de Moisés, según el presidente) y Santiago Caputo, asesores y negociadores poderosos. El cordobés se sabe una pieza de alto calibre, pero su mentor Schiaretti navega otras aguas y toma distancia. ¿El resto de las fichas? Poquito para mostrar en el gabinete y la Legislatura. Y los gobernadores no le dan bola. Parece un jaque mate, en escasos movimientos, a favor del padre putativo de Conan.
No hay equivalencia de fuerzas. Quizás la mejor receta, para Llaryora, sea enfrascarse en el frente interno y esperar mejor fortuna. El complejo panorama cordobés, con finanzas comprometidas, bienes públicos (muy) deteriorados y problemones con el Legislativo (esperemos que no se sume el Judicial, lo que puede ocurrir) exige permanente atención. Un hombre de oficio no puede permitirse distracciones.