El tiempo ya no fluye. Se vuelca encima nuestro. Nos arrastra hacia remolinos que no podemos anticipar y, por momentos, nos ahoga. Mientras las expectativas son orillas cada vez más lejanas, la frustración se ha convertido en la cucharita con la que revolvemos nerviosamente nuestra cotidianeidad.
Nos cuesta entender las reacciones de otras personas pero mirando hacia nuestro interior, notamos que muchas veces salimos a la superficie con ira.
Irritabilidad
De forma gradual e imperceptible hemos sufrido una inundación, que se incrementó en la pandemia -cuando juramos haber entendido el mensaje-. Nos atropella un oleaje de personas mal dormidas y desbordadas que puede arrastrarnos hasta aguas bravas. La hiperexigencia dejó de ser una virtud aspiracional para convertirse en la ridiculez de la sobrecarga, un mandato autoimpuesto que nos empuja a nadar contra corriente, generalmente en vano.
La generación que integramos ha atravesado la época del consumismo a nado firme hasta verse envuelta en una traumática hiperconectividad que, en estas latitudes turbulentas, adquiere más profundidad. Por consiguiente, las personas cuya estatura está alcanzada por la actual crisis social y económica, tienen más dificultad para flotar en el desasosiego generalizado.
Crisis de empatía
Esta violencia desborda lo social e inunda todos los espacios, incluidos los más íntimos. Durante 2024 se registraron 247 víctimas por violencia de género en Argentina, una cada 36 horas. Solamente la Oficina de Violencia Doméstica (línea 144) atendió más de 1.700 personas en enero de 2025, un porcentaje 8% mayor al año pasado. Exhibe un alza permanente. La falta de conexión con el otro es la corriente subterránea que nos arrastra, y la empatía se ha vuelto un bien escaso, un salvavidas que pocos pueden lanzar mientras intentan estar a flote.
El poder de las espinas
El flower power, ese espíritu de entendimiento que condenaba la violencia, parece haber sido reemplazado por una especie de thorn power. Si cada rosa tiene su espina, pues acá estamos, en tiempos de espinosa confrontación.
Ante la duda, atacar. Este es el paradigma imperante que invita a resolver la diferencia con fricción y roturas. Muchas familias se fracturan por desacuerdos que históricamente surfeábamos con conversaciones, y amistades de años se evaporan en un malestar impropio, externo, pero real. El cansancio es la explicación para dejar que el otro se hunda en un mar de resentimiento.
Estados alterados
La ira, uno de los oleajes profundos de la humanidad, es una corriente global que antes se manifestaba en episodios más o menos aislados, por ejemplo en el tránsito. Ahora, además de los autos como vehículos de la tensa circulación en la vida pública, otros artefactos emiten mensajes. Textos, llamadas, posteos y reacciones en redes son un torrente de furia confirmado por estadísticas donde se estima que el 65% de los arrebatos de ira ocurren por teléfono, y que más del 22% de las personas se sienten especialmente enojadas al hablar por ese medio. En redes alguien diría “no importa cuando leas esto”. Los nuevos bocinazos son WhatsApp que te hacen naufragar y el espacio público de las redes es una crecida, una inundación de malentendidos.
Las aguas bajan turbias
Esta frase, nombre de la célebre película dirigida por Hugo del Carril en 1952, tiene más vigencia que nunca. La irascibilidad, la intolerancia, y la ansiedad social son peligrosos afluentes que desembocan en tres de cada diez adultos que padecen síntomas de ansiedad o depresión. Por su lado, el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA dice que el 26,7% de la población experimenta malestar psicológico, una cifra alarmantemente alta. Nunca estuvimos tan nerviosos. Otro dato sugiere que uno de cada tres trabajadores se siente tan agotado que no puede realizar ninguna otra actividad después del trabajo.
La falta de escucha está amenazada por una paciencia que nadie tiene cuando apenas podemos sostener la cabeza propia fuera del agua. Darle la mano al ahogado, dicen los bañeros experimentados, puede hundirte.
Islas de comprensión
La agresividad, parte de la esencia humana, se intensifica según Donald Winnicott (pediatra, psiquiatra y psicoanalista inglés) debido a la falta de holding, una instancia de sostenimiento psíquico y emocional que es imprescindible.
Detrás de la confrontación está la legítima necesidad humana de protección y comprensión. Es que la serenidad y la cercanía son cauces, espacios transitados por cardúmenes de peces que son palabras, gestos, escuchas, que rozan a toda la sociedad salpicando un espejo donde vernos. Buscamos islas rodeadas de agua y peces que representen la posibilidad de salvarse, de conectar hacia el interior y, aún en tiempos violentos, de convivir.









