La crisis de Ucrania está cargada de peligros, pero al mismo tiempo abre algunas oportunidades que, si se aprovechan, podrían dar lugar a un refuerzo en lugar de un debilitamiento de la seguridad transatlántica, y al mismo tiempo poner de relieve el papel de la Unión Europea en la seguridad europea.
Occidente ha mostrado una gran cohesión en torno a una triple respuesta: (1) disposición a dialogar, pero no a negociar lo innegociable; (2) puesta en pie de medidas disuasorias frente a una acción militar rusa en Ucrania, principalmente a través de sanciones comerciales y financieras, medidas que algunos países han complementado con el envío de armamento defensivo a Ucrania; y (3) el compromiso con la seguridad de los Estados miembros de la OTAN en la zona.
Rusia ha escogido a sus interlocutores en su desafío a Occidente: EEUU, la OTAN y la OSCE. Si la intención rusa era provocar fisuras en el campo occidental al marginar a la UE, no ha tenido éxito. Resultaría erróneo pensar que la UE debe jugar un papel secundario en la gestión de la crisis y en la seguridad europea: porque las sanciones comerciales y financieras europeas en caso de agresión rusa se están preparando en el marco de la UE, que es el único foro europeo que tiene competencia y capacidad para adoptar este tipo de medidas; y la UE ha prestado a Ucrania un importante apoyo político, anunciando un incremento de su apoyo financiero, que vendrá a sumarse a los más de 17.000 millones de euros que bajo la forma subvenciones y créditos ha otorgado a Ucrania desde el año 2014.
Pero la UE también desempeña un papel fundamental a la hora de garantizar un amplio apoyo entre los europeos a la posición occidental. La implicación de la UE constituye un antídoto eficaz contra el peligro de que esta crisis sea percibida por algunos como un conflicto ajeno.
La respuesta cohesionada y eficaz a la preocupante evolución del actual contexto internacional y europeo, en el que se ponen en cuestión los valores fundamentales que las sociedades occidentales defienden, exige preservar la relación transatlántica, y dentro de ella la relación entre EEUU y la UE. Se han dado pasos importantes para consolidar esta relación, como el lanzamiento del Consejo de Comercio y Tecnología (TTC) y el diálogo sobre seguridad y defensa. La respuesta conjunta a la crisis provocada por Rusia en Ucrania es una ocasión para visibilizar ante las sociedades estadounidense y europea que la UE y EEUU son y siguen siendo socios esenciales en la defensa de los valores e intereses que comparten. En un momento en que EEUU tiende a centrar su atención en el desafío chino y en el que se percibe cierta tendencia al retraimiento en la política exterior estadounidense, para la UE es también importante ser percibida en EEUU como un socio que cuenta y con el que se puede contar.
Este es un conflicto no deseado por Europa ni por EEUU, pero una vez impuesto por Rusia requiere una respuesta adecuada y común. La opción preferida por Occidente para salir de la actual crisis es la de la diplomacia, y es de esperar que se llegue a acuerdos en lo que es negociable.
Las sanciones comerciales y financieras se tratan de una exigencia para la preservación de la democracia, la legalidad internacional y la seguridad europea, y de una muestra de unidad de propósito con EEUU.
Esta crisis una ocasión para reforzar la confianza mutua y contribuir a despejar en EEUU las reticencias de algunos hacia el deseo europeo de dotarse de mayores capacidades en el terreno de la seguridad, algo que responde a la lógica de la integración europea y a la necesidad de adaptarse a un contexto internacional más desafiante, que la crisis de Ucrania no ha hecho sino confirmar.
Además, la actual crisis ha puesto de relieve que por mucho que EEUU desee incrementar su atención en los asuntos asiáticos, el revisionismo de Rusia le obliga a mantenerla también en los asuntos europeos. El retraimiento del escenario europeo no es una opción viable, pues los riesgos que entraña son demasiado altos. A la vista de que la necesidad de dar una respuesta firme al desafío ruso –junto con la percepción de China como un competidor estratégico– constituye uno de los elementos que concitan un consenso bipartidista bastante amplio entre republicanos y demócratas, sería deseable que la crisis de Ucrania fuera también una oportunidad para renovar un compromiso con la seguridad europea entre los dos grandes partidos que quede por encima de los vaivenes electorales.
La crisis actual proyecta su sombra hacia otros escenarios, y sin duda es observada con atención tanto por China como por el conjunto de los países asiáticos. Por ello la cohesión occidental trasciende en sus implicaciones al escenario puramente europeo.
Para Putin –contrariamente al discurso oficial del Kremlin– la crisis actual no tiene como elemento central la seguridad de Rusia, sino la independencia de Ucrania. Cabría añadir que para los occidentales no se trata sólo de la preservación de la democracia y de la integridad territorial de Ucrania, sino también de reforzar la solidez de la relación transatlántica en el marco de la OTAN y del eje EEUU-UE.