Por Natalia Concina
La utilización de una Historia Clínica Ambiental (HCA) en la que se puedan indagar las condiciones de vida de niñas, niños y adolescentes que llegan a hospitales con diversas patologías es clave para poder sistematizar la relación entre las enfermedades y el uso de agrotóxicos, señaló un reciente trabajo de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP).
En las 180 páginas del documento, denominado «Efecto de los Agrotóxicos en la Salud Infantil», la SAP realizó un recorrido que va desde la historia de la exposición a pesticidas en Argentina de la población pediátrica hasta el efecto de los agrotóxicos en el desarrollo embrionario y en el sistema nervioso infantil, pasando por una exhaustiva descripción de la forma en la que se expresa la toxicidad de los herbicidas en el corto y largo plazo.
«El objetivo de este documento es brindar a todos los pediatras del país información actualizada sobre los efectos de estas sustancias en la salud infantil. Se trata de una herramienta para hacer prevención, educación comunitaria, diagnóstico y consultas oportunas en centros especializados», señaló la médica pediatra María Gracia Caletti, miembro del Comité de Salud y Ambiente de la SAP.
En este contexto, la especialista destacó que recientemente el Comité de Salud y Ambiente de la SAP elaboró una Historia Clínica Ambiental «que va a permitir registrar debidamente toda la información pertinente en cada niño y establecer el riesgo ambiental». La importancia del contar y utilizar una HCA es destacada por varios de los autores del trabajo, como la médica pediatra Marta María Méndez en su capítulo 10 sobre «Toxicidad de los Herbicidas», donde describió las características de las intoxicaciones agudas (aquella cuyos síntomas se dan después de una exposición reciente) frente a compuesto como Paraquat, los acidosfenoxialquílicos 2,4 D y los derivados de aminoácidos (Glifosato) y también mencionó la toxicidad crónica.
«La toxicidad crónica es el resultado de la exposición reiterada, durante un largo período de tiempo, a dosis que aisladamente no ejercen efectos tóxicos notables. La exposición medioambiental es la principal fuente de intoxicación, ya que estas sustancias contaminan el aire, el agua y el suelo, así como los alimentos», detalló en el documento. Y añadió que «los efectos crónicos de mayor interés son la neurotoxicidad, los efectos sobre la reproducción y el desarrollo, los trastornos inmunitarios y la carcinogénesis».
Méndez indicó que «los estudios epidemiológicos son los mejores indicadores de los efectos de los herbicidas y plaguicidas, sobre la salud humana. Estos estudios se complican por la existencia de exposición simultánea a múltiples sustancias y a las variantes genéticas que explican la diferente susceptibilidad individual a un herbicida y/o plaguicida».
«También es importante destacar la dificultad en el registro de las intoxicaciones y la relación entre la enfermedad y el antecedente de la exposición al tóxico. Es aquí donde juega un papel fundamental la utilización sistematizada de la historia clínica ambiental», aseveró.
El documento recupera ejes centrales que deberían figurar en las HCA tales como zona geográfica, calidad de aire, agua y suelo, disposición de excretas y de basura, químicos, ruidos así como si el paciente expresa preocupación por algún tema ambiental, antecedentes de intoxicación por químicos, entre otros.
En el trabajo, el médico pediatra cordobés Medardo Ávila Vázquez, Coordinador de la Red de Médicos de Pueblos Fumigados, recordó que «desde el año 1996 la cantidad de pesticidas que se aplican en el país aumenta permanentemente por la extensión de cultivos de semillas genéticamente modificadas. Actualmente esos cultivos cubren 30 millones de hectáreas de un territorio donde viven (en pequeñas ciudades y pueblos) más de 12 millones de personas y tres millones de niños. Esta es la población expuesta a pesticidas por vivir en regiones donde estos se utilizan intensamente», describió.
Entre los numerosos estudios que dan cuenta de esta contaminación se destaca una investigación realizada por un grupo del Conicet de La Plata (publicada en la revista Science of the Total Environment) que demostró que el agua de lluvia en las provincias de Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires contiene glifosato (GLP) y atrazina (ATZ).
En relación a los estudios realizados sobre el impacto de los agroquímicos sobre la salud, el documento mencionó la investigación de 2014 en Monte Maíz, una localidad agrícola cordobesa ubicada a 300 kilómetros de la capital provincial.
«Lo que encontramos fue que en Monte Maíz las niñas, niños y adolescentes (entre 6 y 14 años) tenían una prevalencia tres veces mayor de asma que la media; en tanto que en los niños de 13 y 14 años más de la mitad necesitaba utilizar broncodilatadores inhalados», recordó Ávila Vázquez.
Y continuó: «También había una mayor prevalencia de niños con malformaciones congénitas nacidos en los últimos 10 años y de fallecidos por esta causa durante esa década: 2,93% y 4,33% respectivamente; mientras que en Registro Nacional de Anomalías Congénitas de Argentina (Renac) en 2014 la prevalencia malformaciones había sido de 1,4%».
En relación al cáncer, según el Registro Provincial de Tumores de Córdoba el grupo de todos los enfermos de la provincia de menos de 44 años conformaban el 11,6% de los casos, pero en Monte Maíz los menores de 44 años eran casi el doble: un 21,9%.
Ya en 2009, el investigador de Conicet y médico especializado en biología molecular, Andrés Carrasco, había demostrado en un laboratorio que «concentraciones ínfimas de glifosato, respecto de las usadas en agricultura, son capaces de producir efectos negativos en la morfología del embrión» en un estudio realizado con anfibios.
«Este documento va producir un impacto en la motivación de los pediatras en el tema», concluyó Caletti.