Cada día aparecen más y más evidencias de la ubicuidad de los microplásticos, están en todas partes y ya no son los viejos y grandes desechos plásticos, como bolsas o envases, perfectamente visibles, sino esas pequeñas partículas, algunas microscópicas, en las que se vienen degradando silenciosa pero permanentemente desde que el primer plástico fue lanzado al mundo en 1924, hace casi un siglo.
La contaminación plástica se halla hoy inclusive en zonas sin actividad humana alguna, como el fondo del mar o los polos, como señala la investigación “Contaminación plástica en el Ártico”, publicada en Nature Reviews Earth & Environment.
Los autores advierten que aún si las emisiones de plástico se detuvieran hoy, “la fragmentación del plástico heredado conducirá a una carga cada vez mayor de microplásticos en los ecosistemas del Ártico, que ya están bajo la presión del calentamiento antropogénico”.
Además de afectar la vida marina, empeora los efectos del cambio climático, ya que representa el 6% del consumo mundial de petróleo y podría aumentar, para 2050, al 20%.
Silenciosamente la contaminación plástica llega a todas partes proveniente de fuentes locales como la pesca, basurales, aguas de desecho, actividad industrial en alta mar; y las regiones aparentemente aisladas no son la excepción, ya que en el Ártico, la contaminación plástica se acumula afectando los frágiles ecosistemas locales, el hielo y la nieve.
Combinados con pesticidas
Además, “se ha descubierto una peligrosa interacción entre los microplásticos y los pesticidas”, dice el investigador de Conicet Germán Lener, del Departamento de Química Teórica y Computacional, de la Universidad Nacional de Córdoba. Lener explicó que “analizamos qué toxicidad presentan los formulados del glifosato y el glufosinato de amonio combinados con los microplásticos, comprobando que interaccionan impactando en los organismos vivos con su ecotoxicidad”.
¿Tendrán los microplásticos algún impacto sobre uno de los principales polinizadores del planeta? La respuesta la acercó un trabajo de la National Geographic sobre las abejas, explicando cómo arrastran microplásticos en la vellosidad cargada electrostáticamente en sus pequeños cuerpos, develando que trece diferentes polímeros sintéticos se hallaron en estudios daneses.
Cuando María Ángeles Guraya, licenciada en Nutrición y profesora de la Universidad del Centro Educativo Latinoamericano encontró microplásticos en el 44% de la sal marina que analizó, y se publicó el trabajo coincidente del Global Pattern of Microplastics sobre 39 marcas de sales de mesa comerciales, comprobamos que el microplástico ya ha llegado a nuestra mesa.
El trabajo del equipo de la Universidad de Massachusetts en Amherst, Estados Unidos, determinó que los nanoplásticos se pueden acumular dentro de plantas, con efectos ecológicos sobre la vegetación y riesgos insospechados para nosotros, los comensales. Dice Fernando Valladares, profesor en el español Consejo de Investigación Científica: “Esto resulta enormemente peligroso, pues estos microplásticos acaban entrando por diferentes vías a nuestro organismo, ya se ha visto que tenemos microplásticos no solamente en el tubo digestivo, sino en las vísceras, el hígado, los riñones, el corazón”.
En el Instituto de Investigaciones Tecnológicas de Sao Paulo, Brasil, comprobaron la presencia de microplásticos en tejido pulmonar humano, una preocupación creciente debido a posibles efectos adversos sobre la salud.
Juan Jesús García-Vallejo, del Departamento de Biología Molecular e Inmunología de la Universidad de Amsterdam señaló que “cinco polímeros diferentes, componentes básicos del plástico, fueron hallados en el torrente sanguíneo humano. La cantidad de micropartículas que existe es realmente alta. Estos análisis de sangre nos muestran una ‘foto’ de un momento preciso de tiempo, pero ¿qué pasa si esta concentración que hallamos se mantiene en una forma constante? La cantidad que se depositaría en nuestros tejidos sería alta”, indicó.
En las placentas
En línea con estos hallazgos, un grupo de científicos italianos del Hospital Fatebenefratelli, de Roma, publicó el año pasado que la presencia de microplásticos en placentas humanas, sugiriendo que los plásticos podrían facilitar el camino a que los productos químicos dañen el sistema inmunológico de un feto en desarrollo.
En total, se encontraron doce fragmentos microplásticos en cuatro de seis placentas donadas por mujeres luego del parto, y sólo con una muestra de un 3% del tejido de cada placenta, de lo que se puede inferir que el número total de microplásticos sería mucho mayor.
Por su parte, Victoria Moreno, investigadora del Instituto de Investigación en Alimentación, de España, descubrió que la ingesta de microplásticos PET (asociados con la cadena alimentaria) impacta en la microbiota intestinal disminuyendo la abundancia de bacterias de efectos positivos en la salud e incrementando otros grupos microbianos relacionados con una actividad patógena. Moreno señaló que, “dada la posible exposición crónica a estas partículas a través de la alimentación, los resultados del trabajo señalan que su ingesta continua podría alterar el equilibrio intestinal y, por tanto, la salud humana”. Su trabajo indica que cada persona podría ingerir entre 0,1 y 5 gramos de microplásticos semanalmente a través de la comida.
Fernando Valladares recuerda que “estos microplásticos son un riesgo para la vida ya que generan en nuestro cuerpo inflamaciones, dificultad de algunos órganos para cumplir bien su función, y son tóxicos para las propias células”.
Cuando revisamos las últimas informaciones que nos hablan de los 8 millones de toneladas de basura plástica relacionadas solamente con la pandemia de Covid-19, sumando tapabocas, guantes, etc. liberados al medio ambiente y que para fin de año, el 71% de todo eso se depositará en playas y se distribuirá en la tierra, nos cabe la pregunta de qué sucederá cuando nuestros cuerpos se vean tan invadidos por los microplásticos, que ya no podamos hacer otra cosa que reflexionar sobre cómo cambiar el rumbo de nuestro desarrollo sobre este único planeta que tenemos, para contener nuestra especie y tantas otras que nos acompañan en el camino de la vida.