1
No me acuerdo nada del Mundial del 86. Nada. Por entonces tenía cinco años y una vida familiar compleja, así que mi inconsciente debe haber complotado con la memoria para eliminar el registro de aquellos días, incluido el gol a los ingleses.
Algunos amigos con los que tenemos un grupo de WhatsApp dicen haber ido a festejar a la Avenida La Cordillera, en Villa Marta. La verdad, me da un poco de envidia que aún conserven esos destellos del pasado.
Sin embargo, del Mundial de Italia tengo presente cada detalle, desde las figuritas de Maradona y Caniggia hasta que debajo de las tapitas de Coca Cola venían letras (y si formabas la palabra MUNDIAL, te regalaban un televisor a color, de 20 pulgadas, un premio exorbitante en aquel país que recién salía de la hiperinflación).
Creo que esos recuerdos permanecen presentes porque la mayoría de los partidos los vimos en la escuela, con mis compañeros. En una punta del pasillo central habían puesto un tele, para los más chicos, y en la otra punta había otro, para los de 6° y 7°.
Las vacaciones de invierno modificaron el escenario para ver la semifinal y la final. Pero, como en esa época casi todos y todas íbamos a la escuela del barrio, varios nos juntamos en una casa y nos alegramos y nos entristecimos juntos. Después, salimos a jugar a la pelota en el baldío donde teníamos la cancha.
2
En 2006 volví a ver un Mundial en la escuela, esta vez como docente.
Estábamos en la biblioteca, con el profe de Educación Física y un numeroso grupo de chicos de 1° grado. En cuartos de final, un par de errores mínimos llevó a aquella Selección increíble, de Riquelme, Aimar, Crespo y Messi, a penales contra Alemania.
Los chicos y las chicas, cansados después de dos horas de fútbol, se pusieron ansiosos. Querían ver goles, goles y más goles. Y cantaron y gritaron cada vez que la pelota se metía en el arco, sin importar quién había pateado.
Cuando perdimos, el profe Lucas me miró. No estábamos en Berlín ni en Frankfurt sino en barrio San Roque, a la salida de Córdoba, pero a nuestro alrededor había festejos, una algarabía que no admitía explicaciones.
Nos pusimos a reír.
3
El Mundial de Rusia parecía ser el último que iba a tener a Messi como protagonista y, pese a la irregularidad de la Selección, ese dato cargado de misticismo alcanzaba para tener algo de la esperanza.
En medio de una clase, después de leer cuentos populares rusos que encontramos entre los libros que habían enviado del ministerio de Educación, los alumnos me preguntaron si había visto algún Mundial en la escuela.
-Sí, claro. Tres mundiales vi cuando era estudiante.
-¿Y tenían cábalas con sus amigos, profe?
-Claro. La cábala era ver juntos los partidos. Si estábamos juntos, Argentina ganaba.
-¡Pero si nunca más ganamos la Copa!
Tenían razón. Por hablar de más, había caído en mi propia trampa.
-Ehh… Bueno, lo que pasó es que uno de mis amigos se cayó adentro de un freezer y recién lo encontramos este año. Por eso ahora vamos a salir campeones.
Sobre la marcha, les dije que uno de mis compañeros de primaria, Diego, había ido a comprar una gaseosa al quiosco del frente de la escuela, durante el Mundial de Italia. El partido empezó, perdimos, y después de un rato nos dimos cuenta de que Diego nunca había vuelto. Pensamos que se había ido a su casa, pero nunca más lo vimos.
-Justo ahora, de grandes, nos volvimos a juntar con mis compañeros. Y cuando fuimos al quiosco, ahí, al fondo del freezer, agarrado a una Pritty, estaba Diego. Así que lo sacamos rápido y lo llevamos a casa, para descongelarlo al lado de la estufa.
-¿Ve? ¿Ve que es mentira?
-¿Por qué?
-Porque las cosas del freezer se descongelan en el microondas. Si no, se echan a perder.
4
-¿Saben dónde queda Qatar?
-En coso… Ehhh, en Brasil.
-No, ¿cómo va a quedar en Brasil? No sabe nada este, profe… ¿O sí, queda en Brasil?
Cuando empezó el Mundial de Qatar, les pedí a los chicos y las chicas de 5° grado que hicieran un «diario» de los partidos de Argentina. Como un ejercicio de memoria para ellos mismos, para ellos en el futuro. Nada raro. Que escribieran con quién lo habían visto, qué habían comido, si celebraron, si no, en fin, qué sentían antes, durante y después. Registrar todo, para protegerlo del olvido.
Tras la derrota con Arabia, algunos me preguntaron si tenían que seguir haciéndolo. Les dije que sí, que ahí estaba lo interesante. En insistir.
El lunes posterior al partido con Países Bajos, había poca gente en la escuela. Estábamos con los preparativos del acto de fin de año y sólo asistían quienes tenían que recuperar o reforzar aprendizajes. Encontré un par de 5° grado.
-¿Escribieron el diario?
-Uh, no profe. Me olvidé. Tenía que estudiar matemática. Pero le escribo algo para el próximo.
La vorágine del fin de año escolar, entre glosas, entregas de diplomas y carga de notas en el CiDi, me impidió ver lo que escribieron los chicos, si es que lo hicieron. Sé que celebraron, sé que estuvieron nerviosos, felices, y que los ecos de esa felicidad irracional se proyectarán en la Navidad y el Año nuevo. Quizás, el año que viene, me encuentre con algún texto.
5
La final del 18 de diciembre coincidió con el cumpleaños de un amigo que vive en las Sierras y que tiene un televisor guardado, que sólo saca para los Mundiales.
Allá fuimos. Después de cruzar el Camino del Cuadrado con mi pareja y nuestro hijo, llegamos a Valle Hermoso. Tres horas de partido más adelante nos encontró gritando y saltando y abrazándonos como chicos. Dato curioso: todos los que estamos ahí, además de campeones, somos docentes.