Básicamente, el buen periodismo trata de hechos, no de meras opiniones personales. Radica en informar hechos para alimentar, nutritiva y responsablemente, a la opinión pública.
Es que los hechos son sagrados, y contienen una verdad siempre demostrable a partir de una verdad objetiva sin espacio a verdades ni hechos alternativos.
“Las opiniones son libres; los hechos, sagrados”: en una controversia pública entre el ilustre integrante de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Carlos Fayt, y la hoy vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, el doctor Fayt empleó esta frase. Ahora bien, cuando, desde los múltiples y diversos medios tecnológicos actuales pululan enormes posibilidades u opciones, esos mismos medios entrañan una serie de peligros. Uno de ellos es confundir el periodismo con la comunicación, esto es, los hechos con las opiniones.
Por eso mismo, el periodismo cabal exige satisfacer una serie de reglas, pues siempre, cada periodista -con un apropiado periodismo- será importantemente relevante para el fortalecimiento democrático.
Luego, un periodismo responsable resulta insustituible e imprescindible para asegurar una virilidad cierta y creíble del Estado de Derecho; puntualmente, cuando, además de los perjuicios en la vida y el bienestar de las personas, una notoria debilidad del mismo viene representado severas e inéditas limitaciones a la inversión extranjera, a la expansión de la productividad, y al propio desarrollo humano.
Así las cosas, ¿acaso podemos continuar ignorando reclamos de una nueva teoría del valor periodístico, el que debería encarar nuevos descubrimientos de la subjetividad, pero esta vez con dimensiones, alcances, subliminalidades y penetraciones más ligadas a la ecuanimidad y a la equidad del conocimiento, de las redes de comunicación, de la inteligencia artificial, de la emocionalidad y del lenguaje?
Mariano Moreno entendió, imprescindible e imperiosamente, la necesidad y el valor de dar a conocer la verdad, para que todos podamos descifrar la información adecuadamente, antes que se convierta en errónea o, lo peor, en “credo” de muchedumbres.
Ello implica inexorablemente, elementos y principios a seguir por todo periodista, como reconocer con profesionalismo, integridad e imparcialidad el mal que se insinúa en cada información que divide -o confunde- y enfrenta socialmente, a partir de la falsedad, agresividad o ambigüedad de la misma; evitar sensacionalismos o superficialidades mediantes noticias de propuestas creíbles, verdaderamente verosímiles.
Caso contrario, la “performance” de muchos periodistas se reducirá a una comunicación crítica sin atributos, a una tenacidad de lo imposible, propia de una institución periodística que no admite su propia trama de fragilidad.
Por lo tanto, urge regenerar o recrear culturas periodísticas autónomas ante el hartazgo de voces, palabras y figuras que respiran, inadvertidamente, su fractura esencial, su origen sospechado, y el ocaso de sus feudos (o “kiosquitos”).
Proponemos ahí tallas y enfoques periodísticos que “no pifien” todo orden real con repudiables tramas comunicacionales. Entre todos deberíamos, entonces, sumar aportes para autentificar y legitimar a los periodistas de nuestros medios de comunicación, de modo y en la medida que logren esclarecer a cada lector, a cada escucha o televidente, de manera objetiva, neutral, verdadera y enriquecedora, llegando lo más cerca posible a la verdad de los hechos, sin decir o escribir algo que, en conciencia, sabemos que no es cierto.
Como lo supiera anticipar el papa Francisco (en Roma, en septiembre de 2016): “los tiempos cambian, y también cambia la forma de ser periodista. Tanto los medios de comunicación impresos como la televisión pierden relevancia con respecto a los nuevos medios del mundo digital -especialmente entre los jóvenes– pero los periodistas siguen siendo una piedra angular, un elemento fundamental para la vitalidad de una sociedad libre y plural”.
Finalmente, cuando quizás se esperaba algo ditirámbico, optamos excedernos por su reverso, en una constante búsqueda periodística por el bien común, el fortalecimiento y transparencia del Estado de Derecho para un mejor ser y estar informados en nuestra República.